El compromiso de Sofía tomó a todos por sorpresa, más aun teniendo en cuenta el semblante que poseía la muchacha. Así y todo, ni Camila ni Esther la cuestionarían, conocían las circunstancias que la envolvían y cómo su ambicioso primo esperaba hacerse de aquella herencia una vez que don Domingo hubiera dejado este mundo. Ambas amigas llegaron acompañadas por uno de los tres hermanos de Esther, la menor de las dos jovencitas. Ni bien atravesaron el portón de entrada se encontraron con una elegante mesa ubicada debajo del enorme roble que crecía en una de las esquinas del jardín de entrada. Los manteles, blancos con detalles dorados, cubrían la enorme mesa dispuesta para los invitados. Las dos mujeres se acercaron a su amiga, que se notaba ausente y desinteresada, para extender sus felicitaciones en tono de voz bajo, casi susurrado, a modo de señal de respeto por el padre de la muchacha que aún se aferraba a su débil vida en alguno de los cuartos de aquella enorme casona.
— Es muy raro todo — susurró Omar, el segundo hermano de Esther. El hombre era el director y dueño de un pequeño periódico de la ciudad, las ideas que publicaba eran bastante revolucionarias, siguiendo el espíritu que gobernaba en el país, aunque a veces era capaz de ir más allá y meterse con ciertas costumbres conservadoras que acrecentaban la desigualdad social —. ¿Por qué tanto apuro por anunciarlo? El hombre acaba de llegar de Europa y ya está listo para desposar a una criolla — cuestionó un tanto incrédulo.
— No lo sé — respondió en igual volumen su hermana —, pero lo que sea que sucede aquí no parece hacer muy feliz al señor Rodríguez — Y Camila desvió su mirada hacia el imponente hombre, viéndose completamente absorbida por la imagen que desprendía Juan Pedro, tan poderoso, tan invencible, tan él, y sin poder seguir escuchando ni media palabra de lo que decía Mercedes.
— ¿Crees que él no está a favor de este casamiento? — cuestionó la muchachita a su amiga, sin poder despegar su mirada del morocho que resaltaba gracias a su gran altura y delgado cuerpo.
— Supongo que no. No creo que por motivos románticos — aclaró rápidamente —. Todos en Mendoza suponían que ellos se casarían algún día, pero era simplemente fácil de saber que aquello jamás pasaría cuando notabas cómo interactuaban — Camila la miró confundida —. No había intereses románticos — susurró Esther.
— ¿Y eso qué tiene que ver con que no se hayan casado? — cuestionó la castaña.
Omar dejó salir una estruendosa carcajada que luego debió ocultar detrás de su copa de vino.
— Señorita Camila, pensé que era de las muchachas que soñaba con un matrimonio por amor — dijo fingiendo sorpresa.
— Vamos, Omar — respondió ella rodando los ojos —, sabemos que la mayoría no se casa por tales razones — Y pudo sentir esos oscuros ojos clavados en su perfil, como supervisando cada una de sus acciones.
— Muchas gracias por venir — saludó el imponente Olavarría desde su puesto, interrumpiendo la charla de los amigos. El silencio colmó el lugar y todos aguardaron el discurso del anfitrión.
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Juan Pedro contemplaba a ese imbécil, que se creía el dueño y señor de todo, con furia contenida. Podía notar cómo Sofía sufría en silencio mientras su futuro esposo continuaba con la farsa de ese desquiciado compromiso. Su sorpresa fue monumental cuando escuchó que Olavarría le pedía, en un muy discreto susurro, una reunión privada. Cuando todos los invitados se hubieron retirado, Juan Pedro ingresó en el estudio que le pertenecía a aquel hombre que le había enseñado todo lo que hoy sabía, cuidándolo como a un hijo y dándole todo el cariño que su padre no pudo debido a su precoz fallecimiento.
— Sé que no le agrado — comenzó Vicente mientras se sentaba en el sillón que estaba frente al suyo.
— Tiene buen ojo — respondió con su soberbia característica.
— Pero estamos acá porque ambos sabemos que Carlos solo quiere ser un tormento para la vida de Sofía. Debe haber alguna forma de hacer que ella no pierda todo lo que, por derecho, le corresponde. Ambos sabemos que es ella quien lleva los negocios de esta casa y quien ha pasado interminables horas en el campo. No podemos permitir que ese imbécil le arrebate todo — dijo con odio, apretando la mandíbula y tensando sus enormes músculos.
— ¿Y usted cree que yo tengo la respuesta a tal problema? — preguntó elevando una ceja.
— ¿Por qué otra razón se entrevistaría con el abogado de la familia Ocampo? — rebatió él sin inmutarse ante el poder aplastante que Juan desprendía en cada una de sus palabras.
— Veo que me tiene bien vigilado — aseguró dejando que una sonrisa de lado se plantara en su rostro —. Debe saber que el abogado sí me dio una pista sobre qué pasos se pueden seguir para que Sofía no pierda nada, pero debemos actuar rápido y en completo silencio — explicó haciendo que Vicente se removiera en su sitio.
Olavarría no estaba muy seguro de que Juan jamás se hubiera sentido atraído por su bonita Sofía, después de todo ella era una mujer única. Pero ahí lo tenía, frente a él, ayudando a solucionar la mierda de situación en la que se encontraba la preciosa muchachita. Anselmo le había dicho que se podía confiar en él, y Mario había asegurado aquello, pero algo no lo dejaba sentirse cómodo por completo con aquel sujeto, ese algo que en ese preciso momento acaba de desaparecer ya que él parecía ser el único en tener la llave a la solución de aquel problema.
— Diga qué hay que hacer y considérelo hecho — sentenció el enorme morocho. Juan sonrió amplio. Bueno, Carlos tendría un poquito de enfado cuando se entere de todo el asunto.
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Al caer la noche Juan guió a su amiga hasta aquella alejada capilla que Vicente había conseguido. El padre, un amigo del hombre, accedió a celebrar aquella misa mientras que Juan corrió a la casa del abogado García para darle las indicaciones necesarias sobre lo ocurriría en un par de horas.
Se le rompió el alma al ver a su querida amiga llorar con tanta amargura por aquel lazo que se veía obligada a aceptar, pero estaba segura que era la mejor opción. Escuchó la misa en silencio, vigilando el estado de Sofía cada tanto, hasta que por fin la unión se selló y la pudo regresar a su casa.
Al entrar en su propio hogar dejó salir un suspiro de agotamiento. Ya estaba hecho, por lo menos ese idiota de Carlos no tendría nada de todas las riquezas que quería, solo sería poseedor de una finca que el hombre detestaba y él esperaba poder acceder a la compra de aquel lugar por un buen precio.
La mañana siguiente lo despertó con la devastadora noticia del fallecimiento de Domingo. Lloró un poco en su habitación, necesitaba algo de privacidad antes de afrontar el día que tenía por delante y auguraba demasiado conflicto, solo esperaba poder mantenerse entero hasta el final de la jornada.
Sí, el conflicto con Carlo fue tal cual lo que esperaba, pero no por eso lo hizo sentir menos satisfecho con los resultados. Él había tenido lo que merecía por ser mezquino y ambicioso, tratando de pasar por encima del esfuerzo de su prima para arrebatarle lo que pertenecía a la muchacha.
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Camila recordaba fastidiada las propuestas de matrimonio que, durante mucho, tiempo llegaron sin cesar y cómo ella, con su temperamento fuerte y ese espíritu de guerra, se encargaba de alejar a cada don y señor que cruzaba el dintel de su puerta. Tantos años de lucha finalizaron el día que supo la realidad de Sofía, casada a la fuerza, con un hombre misterioso y distante. Sofía, esa mujer fuerte y decidida, fue vendida como una más al mercado casamentero. Su primo, el señor Carlos, se había encargado de las negociaciones con el recién llegado Vicente Olavarría. Este último, extraño hasta el tuétano en la forma de desenvolverse en la sociedad, siempre se mostraba acompañado por una dulce francesa, tan misteriosa como él, aunque más abierta al momento de conversar en las muchas reuniones a las que asistía. Camila, como gran parte de la sociedad mendocina, supuso que la extranjera era la prometida del señor Olavarría, por ello cuando se anunció el casamiento de dicho sujeto con su amiga, ella necesitó varios sorbos de té para comprender tan delicada situación.
Intentó contactar a Juan Pedro para pedirle explicaciones, ya que aquel hombre era un amigo muy cercano a Sofía y debía saber la verdad de lo que realmente ocurría, pero esa opresión en el pecho que sentía al pensarlo, la llevó a desistir de, lo que ella juzgó como una muy descabellada idea.
Algunos días después don Domingo Ocampo dejó el mundo de los mortales para unirse a la eternidad de las estrellas. Al día siguiente de tan lamentable suceso, su amiga ya había sido desposada por el imponente hombre de ojos grises y cabellos oscuros. Algo no iba bien en todo ese asunto y Camila estaba dispuesta a descubrirlo, por lo que, en el mismo momento que fue invitada a saludar a su amiga a la casa de la calle San José, no dudó en aceptar e ingresar al hogar por la puerta de servicio, como si de una ladrona o amante se tratara. La mujer sonrió al imaginarse lo escandalizada que estaría su, siempre correcta, madre al enterarse de tal acción por parte de su única hija, ya que las visitas en la época de duelo estaban completamente prohibidas. El hecho de que Vicente la haya invitado a realizar tal acto solo para poder estar unos momentos con Sofía y acompañarla en su dolor, la llevó a sospechar que él albergaba algún buen sentimiento por su amiga.
Ni bien la jovencita vio a Sofía la envolvió en un apretado abrazo, le dio el pésame correspondiente y se ubicó al lado de Esther en ese cómodo sillón de la sala.
Cuando Vicente Olavarría ingresó al lugar, Camila pudo contemplar la completa entrega con la que él observaba a su mujer, llevándola a añorar aquello, solo esperaba que alguien, alguna vez, la observara de aquella forma tan bonita. También notó el completo desapego con el que su amiga respondió, lo fría y extraña que había resultado ser con su esposo. Se sorprendió aún más al descubrir que Juan Pedro fue partícipe de tal apresurado y extraño casamiento, convirtiéndose en el padrino de boda.
Ese hombre, Juan Pedro, él sí era toda una rareza para la inexperta muchacha.
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Nuevamente regresó a su hogar y se dejó caer sobre un silloncito en la sala de café. Escuchó a su prima hablar con alguien y no pudo evitar sonreír al reconocer aquella voz tan firme. Quería ir hasta donde estaba ella y dejarse llevar por su aroma, quería tenerla entre sus brazos y que ella le diera un poco de calma. Quería pero estaba agotado y su aspecto distaba mucho de aquel hombre de negocios y poder que siempre lo envolvía, ahora era un simple argentino agotado y hambriento. Se puso de pie con lentitud para abandonar el saloncito por la puerta trasera que lo llevaría, primero a la cocina, y luego a su habitación donde podría tener su merecido descanso.
Ya en su cama se dejó llevar por las imágenes de su mente. Primero, Camila en la fiesta de compromiso, donde se mostró con ese bello vestido color lavanda decorado por volados blancos. En el funeral su atuendo era completamente n***o y aquella mantilla tejida cubría su cabeza dejando solo ver sus hermosos y brillantes ojos. Se veía tan bonita y frágil que él recurrió a su enorme fuerza de voluntad para no envolverla en sus largos brazos y arrastrarla hasta algún salón donde pudiera apreciarla en soledad, donde pudiera contemplarla sin restricciones y, por fin, lograra entender qué demonios le sucedía con aquella muchacha, por qué su desesperación porque nadie la mire, porque ella no le sonría a ningún imbécil, por tenerla solo para él.
— Mañana la buscaré — susurró antes de caer dormido.