Subía las escaleras cargando esa enorme bandeja repleta de comida. Ya había despachado la nota para Sofía muy temprano en la mañana, dejando entrever la propuesta que había realizado la noche anterior. Antes de llegar a su puerta escuchó que alguien se aclaraba la garganta. No necesitaba ver para saber que Mercedes lo observaba desde la entrada a su habitación.
—Decime, primita — dijo en voz alta sin mirarla.
—Voy a ir a casa de Sofía, me acompañará Manuela — Era su dama de compañía.
—Que tengas buen día, entonces — respondió.
—Mis saludos para Camila — susurró Mercedes antes de volver a ingresar a su cuarto.
Juan no pudo evitar esa sonrisa que le atravesó el rostro.
Con cuidado abrió la puerta, observando a la muchacha, su futura esposa, acostada boca abajo, con todo su bonito pelo desparramado por la cama y su espalda. Posó la bandeja sobre la mesita, con cuidado de no hacer ruido, y caminó hasta el borde de la cama.
Con delicadeza comenzó a despertar a la joven, susurrando su nombre, llamando por su apodo, dejando tiernos besitos por su espalda y rostro.
De a poco Camila abrió sus brillantes ojos, notando que varios mechones de cabello caían sin control sobre su rostro. Contempló unos segundos a Juan que se notaba demasiado absorto. El pobre hombre no estaba preparado para la hermosa imagen de ver a su Camila abriendo sus bonitos ojos detrás de esos cabellos revueltos, con las mejillas suavemente coloreadas y su cuerpo completamente desnudo sobre su colchón. Simplemente había sido perfecta.
—Buen día— murmuró ella acomodando un poco su cabellera.
—Buen día, princesa. Traigo el desayuno— indicó señalando la bandeja.
Camila se incorporó lentamente mientras él iba en busca de la bandeja, llena de tortitas, bizcochos, pan con dulce de durazno y unas deliciosas sopaipillas. Dos tazas con té acompañaban el desayuno y algo de jugo de pomelo recién exprimido.
Juan acomodó la bandeja delante de la mujer, luego se quitó toda la ropa, dispuesto a acomodarse detrás de ella, ubicándola entre sus piernas que se abrían para darle su lugarcito.
Comieron hablando de todo, desde la fiesta de la noche anterior hasta las ideas que Camila tenía para escribir en el periódico. Con los estómagos llenos se dedicaron unos buenos minutos a besarse sobre la cama calentita, hasta que un suave golpe en la puerta lateral de la habitación, aquella que se ubicaba a un costado de la cama, hizo que Juan se deslizara fuera de la misma y, con una sonrisa divertida, extendió una mano para que Camila lo siguiera.
Abrieron la puerta y la castaña se encontró con un enorme cuarto de baño. Ubicado en el centro del mismo se hallaba una bañera de bronce, con agua calentita que desprendía un delicioso aroma. Todo el lugar estaba cubierto por una suave capa de vapor, dando aún una mayor sensación de privacidad.
—¿Podemos usarla?— preguntó expectante mientras daba pequeños brinquitos.
—Claro, para eso la mandé a preparar — confesó.
Camila no tardó en acercarse a la tina, dejando que Juan se deleitara con el hermoso espectáculo que resultaba ver su cuerpo completamente desnudo, pudiendo apreciar a detalle sus caderas redondeadas, sus finos brazos y su cabello bailar libre por la espalda.
—Entrá — indicó divertido al ver que ella dudaba. Es que Juan se mantenía de pie al lado de la puerta por la que habían ingresado y eso la confundía, ¿acaso no entrarían juntos?
—¿Y vos? — cuestionó metiendo un piecito en la tina, disfrutando del agua calentita.
—Aprecio la vista — dijo con los brazos cruzados a la altura del pecho y esa bonita sonrisa en el rostro.
Camila terminó de ingresar y se sentó lentamente, suspirando al notar como sus músculos se relajaban al instante.
Juan la observó con demasiada atención, hasta que decidió acortar la distancia y unirse.
—Me tenés que dar espacio— indicó—. Hacete un poco hacia adelante así puedo sentarme en el medio— explicó.
Camila hizo lo que le pidió, dejando un espacio entre su espalda y el borde de la tina, espacio que fue rápidamente llenado por el cuerpo de Juan que, apenas estuvo dentro del agua, la atrajo a su fuerte pecho, deleitándose por la exquisita sensación que resultaba tenerla allí para él.
Se limpiaron a conciencia, regalándose caricias y besos. Cuando el ambiente se encendió un poco más Camila debió preguntar:
—¿Se puede aquí?— Juan sonrió y asintió con la cabeza. El que ella indagara en todo, preguntando cada cosa, intentando comprender qué hacer y desempeñándose de la mejor forma posible, siempre le daba ese calorcito de orgullo en el pecho.
—¿No estás adolorida?— preguntó viendo cómo se giraba para quedar frente a él. Negó con fuerza y luego, colocando sus pequeñas manos en las mejillas rasposas de él, lo besó con ganas.
Juan la ayudó a ubicarse sobre él, sintiendo ese placentero peso sobre sus piernas. De a poco se introdujo con ella, volviendo a sentir esa maravillosa sensación de abrirse paso en su dulce carne que lo apretaba con fuerza.
—¿Estás bien? — volvió a preguntar jadeando por el esfuerzo de no moverse.
—Sí, no dolió— indicó ella en un susurro encantador que le llegó al oído como una suave caricia.
Despacio le marcó el movimiento que debía hacer con sus caderas, la velocidad con la que moverse en ese delicioso vaivén, logrando sacar algo de agua de la tina. Camila seguía cada indicación silenciosa con esmero, no quería hacerlo mal, le aterraba no lograr que él gozara, aunque, a juzgar por sus gemidos y los ojos cerrados, estaba segura que lo hacía bien.
De a poco Juan exigió más velocidad, comenzando a cabalgar rápidamente hacia su liberación. Y en ese momento Camila comenzó a sentir un placentero cosquilleo mezclado con un poco de dolor por tal intromisión en su cuerpo. Ambos se dejaron llevar hasta que el hombre pudo llegar a su orgasmo, jadeando con fuerza y apretando a la bonita mujer entre sus brazos.
—El agua está helada, salgamos — indicó Juan una vez que la bruma del orgasmo lo abandonó.
—Bien.
Se pusieron de pie, tomaron los enormes toallones y se envolvieron en ellos. Juan ayudó a Camila a secarse, luego hizo lo mismo con él, sin dejar que la muchachita se quitara aquella tela que la abrigaba. Caminaron hasta la cama donde se volvieron a acostar, con Camila entre el calentito cuerpo de él y la colcha.
—Yo… ¿podemos volver a hacerlo? — preguntó levantando su cabecita, posando su pequeña barbilla en el pecho de él y admirando la belleza terriblemente masculina que desprendía.
—No lo sé, princesa. No quiero lastimarte.
—Por favor — dijo con esa carita de niña pequeña.
Juan rió antes de besarla en los labios.
—Paramos en cuanto sientas algo que no te guste — exigió.
—Yo haré caso — sentenció sintiéndose orgullosa porque a veces, solo a veces, podía ser obediente.
—Dios, es que sos tan adorable — dijo con los dientes apretados por la ternura.
Con cuidado Juan la recostó con su espalda pegada al colchón, besándola suavemente mientras que sus manos comenzaban a jugar con sus pezones erectos, logrando que gimiera un poco contra su boca.
Camila pudo sentir como él la volvía a invadir, llenándola por completo y, ahora sí, despertando una placentera sensación cada vez que se movía en su interior. Juan percibió ese cambio y la observó unos segundos.
—¿Se siente bien? — preguntó. Ella solo pudo asentir, ya que las nuevas sensaciones que la embargaban se estaban llevando su conciencia a otro plano —. Princesa, te sentís tan bien — gimió él en su oído, empujándose en su interior con ganas, deleitándose por cómo ella lo apretaba con cada espasmo de placer que sentía.
Se dejaron llevar en ese hermoso ritual donde ahora ambos sentían ese río que los arrastraba al éxtasis completo. Llegaron a la misma vez, mientras Camila se aferraba a sus amplios hombros y encorvada la espalda, él se enterraba un poco más en ella, dejando hasta la última gota de su semilla en el interior de la mujer.
—Te amo demasiado — susurró en su bonito oído antes de girar para quedar él acostado debajo de ella.
La acomodó mejor sobre su cuerpo y comenzó a jugar con su delicada mano, contemplando lo pequeño y fino de sus dedos, imaginando qué tipo de anillo le vendría mejor. Sí, una linda piedra brillante, blanca, rodeada de plata, iba a ser perfecta para su delicada mano. Sonrió para sí mismo, hasta hace unos días ni podía pronunciar la frase y ahora se hallaba imaginando distintos tipos de anillos solo para saber cuál era el indicado para ella.
—¿Pasa algo con mi mano? — preguntó sabiendo a qué venía tan detallada inspección.
—No, solo veo lo pequeña que es — dijo sin dejar de contemplarla.
—No te vuelvas loco y termines comprando un anillo enorme — ordenó seria, sin levantar su cabeza del cómodo hueco de su pecho —. No podré escribir si pesa demasiado — bromeó.
—Te voy a comprar el más grande y llamativo que encuentre — aseguró.
—No — rebatió mirándolo de frente con las cejas fruncidas —. No quiero llamar tanto la atención, ¿o es que acaso necesitas demostrarles a todos los caballeros que ahora tengo dueño? — preguntó fastidiada.
—Creo que lo estás analizando mal — respondió mientras le acariciaba el cabello —. ¿Acaso no te das cuenta que quiero gritarle a todo el mundo que vos, de todos los caballeros que podías elegir, vos me elegiste a mí? No elegiste a Villoldo o Acuña, no, me elegiste a mí— exclamó moviendo frenéticamente las manos para acentuar sus palabras.
—¿Omar?— preguntó ella riendo. Es que de todos los caballeros justamente Omar era el último que podría tener algún interés en ella. Juan asintió serio —. Omar, no — dijo sin poder parar de reír—. Puedo asegurar que no le intereso ni un poco. Jamás lo hice — dijo tratando de controlar la risa.
—Se veían muy cercanos — sentenció.
—Sí, porque somos amigos, como vos con Sofía— dijo —, pero jamás le propusiste casarse.
Oh, mierda. Ella no sabía de aquella historia. En su defensa no era por interés romántico, solo era para ayudar a su amiga.
Al parecer su cara lo delató porque Camila lo contempló con las facciones endurecidas.
—Fue solo para que pudiera conservar sus cosas — explicó rápidamente en cuanto Camila se separó de él para buscar su vestido por algún rincón de aquella pieza.
Juan fue más rápido y tomó la prenda antes de que ella alcanzara a hacerlo. Elevándola al aire volvió a hablar:
—Jamás sentí nada por Sofía ni ella por mí. Solo fue para ayudarla a salir de la situación con su primo. Carlos la quería dejar sin nada y obligarla a casarse con el peor hombre que apareciera. Yo solo me ofrecí como una solución.
—¿Ella iba a perderlo todo? — cuestionó confundida.
—Sí, princesa. Las mujeres no heredan, ¿recuerdas?
—Es injusto. Ella trabaja a la par de los hombres, ¿por qué tenía que renunciar a todo?
—Son las leyes, mi amor. Yo no las hago — indicó con un tono de voz suplicante mientras bajaba la prenda.
—¿Por eso se casó con Vicente de aquella forma?
—Sí. Él se hizo pasar por un mal hombre, Charlotte ayudó en aquello. Engañaron a Carlos para que diera la bendición y se hizo la fiesta de compromiso, allí yo me enteré de todo el asunto.
—Dios, pobre Sofía — murmuró dejándose caer en la cama.
El mundo era tan injusto para las mujeres y hasta muchachas tan fuertes e independientes como Sofía, habían tenido que soportar leyes opresoras que se empeñaban a rebajarlas a meros objetos decorativos.
—Princesa, juro que entre Sofía y yo jamás pasó nada. Solo me puse a disposición de una buena amiga. Aún no te conocía, aún no entrabas a mi mundo para volverme completamente loco. Solo agradezco que aquello no sucedió porque ya no sé qué haría sin tenerte a mi lado — explicó suavemente, arrodillado frente a ella, con sus amplias manos apoyadas en sus suaves muslos mientras la contemplaba con los ojos implorantes de perdón.
—Solo lo dejaré pasar porque es Sofía y estoy seguro que te rechazó apenas lo propusiste — dijo seriamente.
—Me dijo que cuando me enamorara de verdad ella no quería ser el impedimento de mi felicidad. Pensé que era imposible que yo cayera en aquello, pero acá me tenés, completamente rendido a tus pies — aseguró con un tono calmo y sus facciones relajadas por saber que aquel asunto estaba aclarado.
—Te amo, pero no me hagas enojar — sentenció antes de tirarse nuevamente a sus fuertes brazos, dejándose llevar por ese delicioso sentimiento que la invadía cada vez que él la tocaba.