Capítulo 19

2022 Words
Volvieron juntos en el carruaje de Juan, acompañados por Mercedes que, dentro de ese pequeño espacio, se encontraba encantada por la relación entre las dos personas que tenía enfrente, al mismo tiempo que un tanto incómoda por estorbar en su intimidad. En cuanto el vehículo se detuvo delante de la casa de los Olazabal, Mercedes se cubrió la cara con su abanico mientras miraba por la pequeña ventanilla del carruaje. No quería, por nada del mundo, ser el estorbo que no los dejara despedirse correctamente.  —Adiós, princesa— susurró Juan sosteniendo aún a la jovencita entre sus amplias manos. —Nos vemos, señor Rodríguez — bromeó ella —. Adiós, Mercedes — saludó elevando el tono. —Adiós, Camila — respondió bajando el abanico para mirar a su amiga que tenía esa sonrisa en los labios. Contempló un instante a Juan, que miraba a la muchachita embobado, como absorto solo en la figura de Camila. En cuanto la señorita Olazabal hubo descendido del carruaje ellos continuaron camino a su hogar. —Le pedí matrimonio — escupió Juan. Ella abrió los ojos bien grandes, brillando por la felicidad y la cantidad de preguntas que se agolpaban en su cabeza. —¡Juan! — Finalmente gritó arrojándose a los brazos de su primo que reía con fuerza por la reacción de la muchacha —. Supongo que aceptó— dijo volviendo a acomodarse en el asiento, solo que esta vez al lado de su primo. —Sí, ahora debo conseguir un anillo apropiado y hablar con su padre. —¿Cuándo lo harás? — preguntó con los ojos clavados en su primo. —Con Olazabal espero hablar esta misma tarde. Por el anillo, esperaba que me dijeras cuándo tenías disponible para acompañarme — pidió con esa enorme sonrisa que se empeñaba en permanecer en su rostro. —Oh, primo, cuando quieras me decís y vamos — aseguró sintiéndose halagada por tal pedido. —Dejame ver cuándo está disponible Álvarez y vamos. —Uh. Me han dicho que las joyas del señor Álvarez son las mejores. Espero que Camila no te regañe por gastar demasiado en un anillo. —Lo hará, pero no me importa — aseguró dejando ver que aún le apasionaba hacerla enfadar. Al caer la tarde Mercedes se encontró de frente con la terrible realidad que la rodeaba. Tomás le decía muchas cosas bonitas al oído, la visitaba casi a diario y jamás pasó ciertos límites con ella, pero nunca dejó deslizar, ni una sola vez, la idea de un pronto enlazamiento. Ella lo presentía, sabía que el muchacho no pensaba en una propuesta y se tuvo que detener a pensar qué haría. Ella no tenía idea de qué pasaría si Tomás jamás avanzaba más allá de esas visitas por la tarde y unas cuantas por la noche, a escondidas, cuando Juan dormía o no se encontraba en casa. —Señorita, la esperan en el patio trasero — La voz de la mujer del servicio la sacó de sus pensamientos. Al bajar al jardín allí lo vio, tan encantador como siempre, con esa perfecta sonrisa en los labios y aquella margarita en su mano. Intentó devolver la sonrisa, pero apenas si logró hacer una mueca extraña. —Hola, bonita — dijo Tomás besándola en los labios. Al sentir el poco entusiasmo de su compañera se apartó un poco —. ¿Todo está en orden? — preguntó preocupado. Mercedes era la jovencita más risueña y alegre de la ciudad y ahora su semblante estaba demasiado apagado. —Todo está bien. No te preocupes — dijo sentándose en esa hamaca que colgaba del árbol y que siempre usaban cuando estaban allí.  Tomás comenzó a contarle algunos detalles que sucedieron en la fiesta luego de que ella tuvo que retirarse, habló sobre su camino hasta la ciudad e incluyó una breve descripción del desayuno. Habló de todo lo que pasaba por su mente mientras la preocupación le apretaba la garganta. Es que su bonita Mercedes no parecía prestar nada de atención, como si su mente estuviera en otro sitio. Decidido a arrancarle la verdad se arrodilló frente a ella, obligándola a mirarlo, para preguntar con los ojitos brillantes de preocupación: —Mercedes, amor, ¿qué sucede? Ella inhaló profundo, juntando el poco valor que tenía para poder responder aquello. —No me pedirás matrimonio— No, no era una pregunta, ella aseguraba aquello. Tomás debió tragar pesado por lo que la joven acababa de lanzarle en la cara. Claro que no tenía pensado pedirle casamiento, él era demasiado joven, aún no tenía casa propia, no estaba en condiciones de pedirle tal compromiso. Pero la mirada de decepción de Mercedes le rompió el alma, ella, al parecer, recién ahora, luego de meses de encuentros, notaba que él no estaba dispuesto a dar el siguiente paso. Con toda la dignidad que la caracterizaba por ser una Rodríguez, se puso de pie, le acarició con suavidad la mejilla y caminó hacia la casa. Tomás necesitó varias respiraciones antes de poder retirarse. Se sentía una basura, pero peor se sentiría si proponía aquello y luego no tenía una forma segura de darle las comodidades que ella merecía y a las que estaba acostumbrada. Juan Pedro era extremadamente rico y todos sabían que cubría a su pequeña prima con todos los lujos de mejor calidad. Por su lado él estaba muy lejos de aquello, jamás haría que Mercedes renuncie a todo por acompañarlo y terminar viniendo ajustadamente con un sueldo que apenas le permitiera tener un par de vestidos y ninguna joya. Hasta Vicente había tenido que sacrificar tres años de soledad para poder amasar algo de dinero y poder regresar a Mendoza, como un caballero, para pedir la mano de Sofía.  -------------- —Tomás, ¿estás bien? — La voz preocupada de Sofía lo hizo derrumbarse por completo. No, no lo estaba y ahora no sabía si lo volvería a estar.  Lloró en los brazos de aquella mujer que le susurraba palabras de aliento al intuir de qué venía el asunto de sus lágrimas. Ambos, sentados en el saloncito de la enorme casa de Sofía, se dejaron llevar por la intimidad del momento. Él pudo abrir su alma y explicar las circunstancias que lo acompañaban. —Oh, Tomás. Bien sabés que Vicente te dará el manejo de todos sus negocios en cuanto termines tu entrenamiento. Tendrás buenos ingresos — aseguró. Era cierto que Vicente estaba desesperado por encontrar a alguien que hiciera ese aburrido trabajo de papeles por él, pero el entrenamiento era largo y a él aún le faltaban dos años, dos largos años. —Faltan más de dos años para eso, Sofía— susurró mirando sus manos. —Yo esperé tres, y no tenía idea de si él volvería o no. —Creo que te olvidás que te casaste a la fuerza y casi no le hablaste durante un mes luego de eso — rebatió sonriéndole de esa manera afectada. —Era por orgullo. Llegó con Charlotte enganchada del brazo. Yo no sabía quién era ella ni la relación entre ellos. Además no es eso lo que quería decir. Tal vez si le explicas… —No — la interrumpió—, no le voy a pedir que espere tanto tiempo. Si alguien, que esté a su altura y le dé lo que merezca, llega y le roba el corazón, no quiero ser una piedra que la ate a una promesa que no sé si podré cumplir — explicó poniéndose de pie —. No le digas a Vicente que lloré— bromeó antes de salir y dejar a su amiga un tanto contrariada dentro del saloncito. Sofía entendía lo que argumentaba Tomás, sabía que era maduro de su parte aceptar aquello y, debía aceptar, que Juan en cualquier momento comenzaría a presionar para que concretara el objetivo de las visitas a su casa. Pero no podía dar crédito a que se rindiera así, tan fácil.  —Amor — La llamó Vicente al notarla tan perdida en sus pensamientos—, ¿has comido? — preguntó sacándole una sonrisa. Sí, ese hombre solo vivía para que ella estuviera bien. ------------------ Mercedes volvía de su paseo por la Alameda con Camila. Haber salido con ella le había devuelto algo de su buena energía, además que era necesario apartar a Camila unas cuantas horas de su casa. Juan se había sentido mal al pedirle aquello a su prima que sufría por amor, por el imbécil de Tomás que, en cuanto lo viera, le rompería el alma, pero ella era la única que sabía de todo el asunto y no quería que se esparciera el rumor antes de tiempo. Resulta que el anillo tardó más días de lo esperado en estar listo, haciendo que Camila comenzara a pensar que aquella propuesta formal no llegaría nunca. —Escuchame — dijo Camila deteniéndola frente a la entrada y tomándola de los hombros para que la mirara —, sos una mujer fuerte, no necesitás de un caballero que te pida casamiento para ser feliz. Vas a llorar el tiempo que necesites y luego te pondrás tu mejor vestido y saldrás a la vida, a demostrarles a todos que no se hace caer tan fácil a una Rodríguez — sentenció. Mercedes sollozó un poco antes de abrazarla con fuerza. —¿Vos me vas a ayudar?— preguntó entre el llanto. —Por supuesto. Así tu primo no me proponga nunca matrimonio, yo jamás te dejaré sola — sentenció aportándola para mirar de frente a la pequeña—. Y si escucho un solo rumor más juro que me hago oír hasta Buenos Aires — sentenció arrancando unas suaves risas a Mercedes. La menor no podía comprender cómo Camila, siendo solo tres años mayor que ella, se mostraba siempre tan segura. Tampoco entendía por qué varias damas y caballeros la tildaban de infantil y caprichosa, cuando para ella era una imagen bastante alejada de la naturaleza de la castaña. —Entremos antes que me vean llorando aquí— susurró riendo bajito. —Vamos — asintió la mayor. Ni bien puso un pie en la casa Camila notó que el ambiente era diferente. Con el ceño fruncido caminó a la sala de café, escoltada por su amiga, pero en cuanto abrió la puerta de aquel lugar se olvidó de todo a su alrededor.  Juan, en un hermoso traje de dos piezas n***o, con sus botas perfectamente lustradas, el cabello cuidadosamente peinado y esa descomunal sonrisa, aguardaba dentro del salón repleto de flores que desprendían un delicioso aroma.  La mujer sintió un suave empujón por la espalda que la hizo dar dos pasos adelante, y luego escuchó como la puerta se cerraba a su espalda. —Princesa — La voz de Juan se notaba afectada, más grave de lo normal —, lamento haber tardado tantos días— explicó acercándose unos pasos —. Quiero que sepas que sos la pieza fundamental de mi vida, quien llegó con su discurso apasionado, mirándome de frente, desafiante, sin una pizca de sumisión, haciéndome saber que no necesitarías jamás de un hombre para poder alcanzar tus objetivos. Llegaste para llevarte mi corazón, mi alma, mi espíritu, para volverme loco, confundiendo todo mi ser a niveles increíbles. Llegaste para enseñarme que no era feliz, que todo lo que le faltaba a mi vida lo tenías vos. Quiero saber — continuó arrodillándose frente a ella —, si me harías tan dichoso de aceptar mi mano, para desposarme y continuar enseñándome cada día un poquito más.  Camila solo pudo asentir con la cabeza mientras sus manos temblaban tapando sus labios, aguantando el sollozo que amenazaba con escapar de su garganta. —Sí— pudo articular luego de unos instantes, observando como los ojos de Juan Pedro comenzaban a brillar con un poquito más de fuerza. —Te amo, princesa— dijo tomando suavemente su mano para depositar el anillo en el dedo correspondiente. Ese anillo con aquella piedra blanca que brillaba con fuerza, le resultó perfecto, más grande de lo que hubiera imaginado, pero igualmente hermoso. —Te amo — respondió arrojándose a sus brazos para besarlo con ganas.
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