A la tarde siguiente Mercedes entró en la sala de café para despedirse de su primo que fumaba aquellos extraños cigarrillos mientras leía un periódico de los pocos que había en la provincia. Juan la observó unos instantes, ella era realmente una muchacha encantadora y arrolladoramente hermosa, supuso que pronto tendría varios pretendientes golpeando su puerta. Estaba decidido, los sacaría a todos y cada uno de ellos de las pestañas.
—¿A dónde vas tan arreglada? — le preguntó a la jovencita.
—Daré un paseo por la Alameda. He querido hacerlo desde que llegué y realmente no se ha presentado la oportunidad.
—E imagino que hoy se ha producido tan dichosa situación — afirmó con su tono de burla. Mercedes sonrió.
—Sí. La señorita Camila Olazabal se ofreció a acompañarme. Iremos junto con su institutriz, asique no tenés de qué preocuparte — explicó rápidamente rogando que su primo no notara la verdad oculta detrás de tal paseo.
—¿La señorita Olazabal? — indagó bajando el periódico.
—Sí, Juan. Lo acabo de decir.
—¿Está aguardando por vos? — preguntó poniéndose de pie.
—Afuera, con su carruaje. Ella dijo que las muchachas de buena cuna deben ir en uno hasta el extremo de la Alameda — respondió arreglando la falda de su vestido.
—Te acompaño a la puerta — indicó saliendo de la sala sin dejar que su prima conteste. Mercedes se retorció con nerviosismo las manos y le pidió a Dios que Camila lograra hacer que su primo no las acompañara.
Ni bien Juan abrió la puerta pudo ver el carruaje de Camila y a dicha señorita de pie junto a la escalerilla de acceso al vehículo. Sonrió amplio al ver el gesto de fastidio en la castaña y caminó directo a la mujer.
—Señorita — saludó una vez que estuvo de pie junto a Camila.
—Buenas Tardes, Juan.
—Parece que es casi un pecado para usted decirme señor — afirmó divertido.
—El título se gana, Juan — Y remarcó su nombre, disfrutando cada letra a medida que dejaba su boca, haciendo que Juan siguiera el movimiento de sus labios con enorme concentración, conteniendo las ganas de degustarlos y confirmar si eran tan deliciosos como lucían.
—¿Y usted es toda una señorita? ¿Ha ganado tal título? — preguntó sonriendo.
—Voy de paseo a la Alameda un domingo por la tarde, ¿no es eso lo que debe hacer toda señorita de buena cuna? — indagó ella —. Además su querida prima me acompaña, por lo tanto, supongo, que no soy tan mala compañía. ¿No es ser buena compañera otra de las características que debe cumplir una señorita?
—¿Tan poca cosa espera de su propio género? Pensé que sería más severa con las suyas.
—Lo soy, pero temo que termine siendo llamada de otra forma y a mi madre le gusta tener a una señorita como hija — respondió con los ojos brillantes de diversión.
—Cuide a mi prima, señorita — dijo él dando espacio a la pequeña Mercedes para subir al vehículo —. Y jamás pensaría en usted de otra forma que no sea como una muchacha de buena cuna — susurró antes de ayudarla a subir a su propio carruaje.
Camila no supo si interpretar aquello como un insulto o un halago, pero decidió no pensar en ello y concentrarse en la tarde que tenía por delante. Lo más importante era convencer a su nana de guardar silencio.
—Aquí— indicó al conductor —. Caminaremos desde aquí — afirmó sonriente.
—¿Desde aquí? — indagó su nana —. Estamos muy lejos Camila, el carruaje puede ir…
—Vos te podés quedar y que Manuel te acerque. Nosotras necesitamos gastar nuestras energías — explicó con esa sonrisa inocente que tanto sabía hacer.
—Las estaremos vigilando — sentenció su nana. Ella asintió, plantó un beso en la mejilla de la mujer y arrastró a Mercedes fuera del vehículo —. Llevala a comer de esos panecillos con chocolate que adora — le susurró a Manuel —, nosotras estaremos bien — afirmó.
—Ay, señorita. Un día me meteré en un terrible problema — rió el conductor —. Pero no hay forma de decirle que no — afirmó antes de poner el vehículo camino hacia un bonito lugar que se encontraba en la punta de la Alameda y vendían deliciosos bizcochos de chocolate.
—Vamos. Es por allá— indicó Camila a su acompañante.
—Espero que no tengas problemas con mi primo — susurró ella demasiado nerviosa.
—No le tengo miedo — aseguró mirándola seriamente mientras la arrastraba hacia un costado del paseo.
Al llegar al punto exacto donde habían acordado, Tomás apareció detrás de aquel enorme árbol, con una bonita sonrisa en sus labios y una bella flor en la mano. Mercedes suspiró, como la jovencita enamorada que era, sintiendo ese revuelo en el estómago y cómo los labios tiraban inconscientemente hacia arriba. Él estaba soberbio con ese oscuro traje y su altura que le ganaba en unos buenos veinte centímetros.
—Los dejo solos. Me quedo por allá— dijo Camila señalando un arbusto que poseía un pequeño banquito al costado.
—Gracias — susurró Tomás mientras guiñaba el ojo. Mercedes simplemente enroscó su brazo en el del muchacho y se dispuso a seguir el camino que él le indicara.
Camila se sentó en aquella solitaria banca y no pudo evitar ponerse a reflexionar sobre su propia existencia. ¿Ella alguna vez se enamoraría de tal forma que trataría de encontrarse a escondidas con su amante? Rió ante tal idea. Es que en su vida jamás se sintió atraída de tal forma, con tanto sentimiento, hacia un hombre. Sí, muchos le parecían guapos, pero no pasaba de aquello. El único que le provocaba sentimientos inexplicables era Juan Pedro, pero la mayoría de ellos derivaban en contradicciones tan fuertes que los terminaba por apartar de su mente. Finalmente terminó cayendo en aquel oscuro pensamiento sobre el objetivo de su propia existencia. ¿Qué debía esperar de la vida? ¿Solo aguardar el momento de contraer matrimonio y luego? ¿Hijos? ¿Y luego de eso? ¿Acaso su vida sería tan triste, tan patética, tan vacía, que lo único que podía esperar era que alguien se fijara en ella para luego darle descendencia y ya? Al parecer en su futuro solo habría interminables tardes de té y bordado junto con varios cambios de vestuarios por día. Sí, el solo hecho de pensarlo la hacía querer saltar de algún edificio alto y terminar toda esa farsa.
Pasadas dos horas los tórtolos regresaron, tan felices y radiantes que contagiaron aquel bonito sentimiento a la muchacha que aguardaba por ellos. Bueno, por lo menos algo bueno sacaría de su miserable existencia, por lo menos servía de casamentera a la vez que se burlaba de Juan en sus propias narices. Un poco más repuesta se puso de pie y decidió que era momento de retornar.
Al llegar a la puerta de los Rodríguez ni pensó en descender del carruaje, no quería toparse con el dueño de casa ya que estaba mentalmente agotada para enfrentar un nuevo duelo de palabras. Por hoy había decidido que su día estaba finalizado.
—¿Cómo te fue en el paseo?— La grave voz de Juan fue lo primero que escuchó Mercedes al atravesar la entrada.
—Es realmente hermoso el lugar. Creo que iré todos los domingos — Juan sonrió.
—Si eso gustas, lo podés hacer. Eso sí, siempre acompañada de alguien que te cuide.
—Que me vigile, querrás decir — rebatió ella desafiante. Vaya, parece que los modos de Camila se arraigaban rápido en su primita.
—En este contexto es lo mismo — dijo besándola en la coronilla antes de salir de su hogar.
—¿Volvés tarde? — le gritó desde la puerta. Como respuesta su primo se encogió de hombros y continuó camino hacia el club de caballeros.
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El club de campo tenía un extraño nombre para ser que se encontraba ubicado en medio de la ciudad. Camila trató de no darle demasiada vuelta a aquel asunto y puso su mejor cara de fastidio. Otra vez su madre la arrastraba hasta ese aburrido lugar.
—Camila, te presento a los señores Mariano Arraguirre y Mauricio Villoldo — Ella se inclinó levemente para saludar a ambos caballeros y en cuanto volvió a erguirse clavó sus brillantes ojos café en el señor Villoldo, un hombre de buena altura, con su cabello rojizo un tanto revuelto y unos extraños ojos verdes con motas marrones. Se notaba a la distancia que era un buen hombre, con un humor amable y empático. Por otro lado, Mariano era un hombre de cuerpo más grande, rubio con oscuros ojos negros que la contemplaban con curiosidad.
—Un gusto — deslizó suavemente ella luego de una rápida inspección.
Jamás sospechó que había causado un gran impacto en ambos hombres. Ella no se juzgaba como una mujer bella, mucho menos codiciada en la conservadora sociedad mendocina, pero esa era la verdad. Camila Olazabal era vista como una de las muchachitas más bellas y de mejor posición, varios estaban tras sus pasos, intentando llamar su atención, algo sumamente difícil debido a su carácter.
—¿Nos acompañan a desayunar? — propuso Villoldo a la muchacha y su madre, quien se mantenía a su lado con una sonrisa cortés en sus labios junto a una alta expectativa sobre la invitación.
Es verdad que la mujer prefería que el señor Rodríguez las acompañara, soñaba ver a su hija desposando a tal imponente caballero, pero debía aceptar que los dos especímenes frente a ella no estaban mal, también poseían una buena riqueza y su aspectos físicos hacia suspirar a más de una mujer en aquel salón. La señora Olazabal estaba feliz al ver las miradas envidiosas de varias madres e hijas, todas dirigidas a ella y su bella Camila, quien caminaba entre los dos hombres, haciéndola resaltar aún más en aquel lugar.
Llegaron a una mesita redonda, al lado de un gran ventanal que permitía ver ese enorme parquizado debajo del característico cielo mendocino, de un celeste limpio e impactante.
—Espero que les resulte cómoda la ubicación— dijo Mariano tomando su puesto luego de ayudar a Camila con la silla.
—Es encantadora — respondió la madre de la muchacha al ver que ella buscaba algo en el amplio salón —.¿O no, Camila? — preguntó llamando la atención de la jovencita.
Camila volvió la mirada rápidamente a la mesa y trató de adivinar de qué venía aquella conversación. Es que había visto a Tomás ingresar y notó que le hacía unas extrañas señas. No pudo comprender al muchacho que rápidamente se perdió en el fondo del salón. Ahora, debido a su descuido, se hallaba con tres pares de ojos esperando una respuesta que ella no podía dar.
—Preguntó, el señor Arraguirre, si le resulta cómoda la ubicación— La salvó Mauricio.
—Ah, sí. Es encantadora — respondió y por fin entendió a qué venían las señas de Tomás.
Por las puertas del enorme salón ingresó Mercedes, acompañada por una señora mayor que, si mal no deducía la castaña, era la madre de la jovencita. Alguien le había dicho que la señora visitaría a su hija y sobrino. Camila se puso de pie, ante la extraña mirada de los hombres y el reproche claro de su madre.
—Saludo a la señorita Mercedes y regreso — explicó rápido dejando a sus tres acompañantes en aquel lugar.
En ese preciso momento Mariano supo que jamás se involucraría con alguien de la naturaleza de Camila. Desde que llegó no hacía más que ignorarlo o, como acababa de pasar, dejarlo de lado para atender algo que, a ojos de la muchacha, era más importante.
Por otro lado Mauricio encontraba increíblemente renovadora esa muchachita que parecía tener la cabeza en cualquier lugar menos allí. Estaba cansado de no poder caminar por la calle sin que alguna se le plantara enfrente, lista para seducirlo y tratar de llevarlo al altar. Camila era lo contrario a esas mujeres y a él le gustaba lo diferente, aunque dentro de poco conocería lo que se sentía que todo su tranquilo mundo se tambaleara a niveles impensados.
—Mercedes — dijo la castaña al llegar con la jovencita.
—Oh, Camila. Madre, te presento a la señorita Camila Olazabal — dijo tomando con calidez la mano de su amiga.
—Un gusto — saludó la mujer sabiendo que ella era una de las muchachas más influyentes de la ciudad y se rodeaba de otras dos igual de importantes, aunque esperaba que su hija no se relacionara demasiado con Esther Acuña, aquella familia no tenía tan buenas costumbres como las esperadas para alguien de su nivel.
—Vengan que les presento a mi madre y dos amistosos caballeros — dijo tirando de su amiga.
Las tres se pusieron en marcha hacia la mesita en donde el trío comenzaba a desayunar.
—Madre — llamó la atención la muchacha —, te presento a Mercedes y su madre. Ellos son los señores Mariano Arraguirre y Mauricio Villoldo — presentó señalando delicadamente a cada uno.
Cada quien realizó la rutina de rigor y, cuando la madre de la cordobesa se disponía a tomar camino a otra mesa, Camila interrumpió su andar.
—¡Oh, no señora! Usted tome mi lugar, de todas formas quería mostrarle a Mercedes unas bonitas flores en el jardín trasero. Disfruten tranquilos mientras nosotras salimos un momento — explicó empujando a su amiga e ignorando la mirada fulminante de su madre.
—Camila, ¿qué…
Y la cordobesa no terminó su oración porque pudo ver a su lindo Tomás esperando en aquel columpio bajo la sombra de los sauces.
—Ve, yo te cubro — susurró empujando suavemente a la muchacha.
Mercedes se giró para darle un suave beso en la mejilla y luego caminar, a paso rápido, hasta su hermoso hombre.
Camila terminó, otra vez, sentada sola a la espera del regreso de aquella pareja. Casi siente su corazón salir del pecho al notar una sombra que se proyectaba sobre ella.
—¡Señor Villoldo! — exclamó llevando una mano al corazón—. Casi me mata del susto— dijo plantando una involuntaria sonrisa mientras que su cabeza maquinaba posibles excusas para explicar su soledad.
—Creo que la señorita Rodríguez la ha dejado sola — dijo él tomando asiento al lado de la mujer, con una bonita y amable sonrisa en sus labios.
—No, ella…
—No hace falta que la excuse. No son mis asuntos lo que la señorita haga, aunque debe cuidar su imagen — dijo sin dejar de sonreír.
—No diga nada, por favor — pidió ella con los ojitos brillantes. Mauricio asintió con la cabeza y se comenzó a hamacar suavemente.
—¿Puedo saber por qué la ayuda? ¿Por qué exponer su imagen de tal forma con tal de ayudar a una niña?
—Porque está enamorada y creo que merece vivir su romance en paz, sin miradas vigilantes sobre ella. No todas tienen la suerte de amar a alguien y ser correspondida.
—¿Acaso está usted enamorada y tal caballero no la nota? — preguntó divertido y curioso.
—No. Jamás lo he estado y comienzo a dudar que algún día lo haré. Simplemente creo que es difícil encontrar el amor.
—Oh, señorita. Parece que en su futuro la espera un aburrido convento — bromeó.
—Eso me fastidia — dijo juntando las cejas —. ¿Por qué nosotras terminaremos en el convento mientras que ustedes pueden ser solteros hasta la edad que crean conveniente? No tiene sentido y es injusto.
—Creo que una mujer necesita alguien que cuide de ella y le otorgue comodidades que la hagan vivir una buena vida. Nosotros debemos trabajar para lograr aquello — explicó suavemente.
—Yo puedo trabajar. Todas podemos hacerlo, solo que los hombres no nos dejan. Creo que tienen miedo de que seamos mejores que ustedes en todos los aspectos laborales— sentenció con firmeza.
Al contrario de lo que esperaba, Mauricio dejó salir una fuerte carcajada. Camila parpadeó un par de veces para asimilar la extraña actitud del hombre. Tal vez se había acostumbrado tanto a Juan que no podía creer que alguien no peleara con ella. Bueno, se sentía extraño pero bien.
—Eres una muchacha muy peculiar — dijo en cuanto terminó de reír. Camila sonrió amplio.
Antes de que nadie pudiese decir nada, Mercedes volvió a aparecer, un tanto despeinada y con algunas pequeñas hojas enganchadas en el cabello. Camila se puso de pie rápidamente para arreglar a su amiga quien no podía dejar de ver al sujeto de cabello cobrizo que la contemplaba divertido.
—Mercedes, debés tener cuidado con lo que haces — murmuró la mayor —. Si tu primo te encuentra así… — La pequeña asintió comprendiendo el mensaje.
—Señoritas — La voz de Mauricio les llegó muy cerca. El hombre se había puesto de pie y acercado a ellas —, creo que aún no han desayunado — dijo con esa bonita sonrisa. Ambas aceptaron la invitación y lo siguieron al salón, listas para degustar los deliciosos platillos que ofrecían en el lugar.
Camila debió golpear por debajo de la mesa a su amiga que seguía intercambiando miradas con el jovencito que se encontraba unas cuantas mesas más allá. La castaña simplemente sonrió feliz, esperaba poder colaborar con aquella bonita historia de amor entre ese par, y tal vez, solo tal vez, ella encontrara su propio romance de cuentos de hadas.