Capítulo 11

3051 Words
Debió usar toda su autoridad para hacer que Camila abandonara su habitación y volviera a la propia antes de que saliera el Sol. No es que quisiera volver solo a su cama, que ahora se le antojaba fría y enorme, pero ella debía estar en su cuarto antes de que alguna muchacha del servicio ingresara. Con una sonrisa boba se recostó nuevamente a rememorar esos deliciosos momentos junto a la mujer. Si bien él podía haber compartido innumerables noches con varias mujeres, a veces teniendo hasta dos o tres al mismo tiempo en su cama, jamás había sentido esa mezcla exquisita de sentimientos como los que Camila logró con su delicado toque. La muchacha, inexperta e insegura, había encendido su cuerpo a niveles insospechados, otorgándole tanto placer que se sentía completamente satisfecho a niveles físicos, pero decididamente adicto a niveles emocionales. El día siguiente fue una tortura sin fin, ya que ambos solo se dedicaban algunas miradas cómplices a escondidas del resto, intentando disimular el deseo de volver a estar a solas en cualquier rincón de la casa. Para su desgracia tal momento no se pudo acordar y ambos retornaron a la ciudad en carruajes separados.  El principal problema era encontrar la forma de reunirse sin levantar sospechas. Juan se negaba rotundamente a pedir ayuda a su pequeña prima, ya que de esa forma él no podría regañarla si hacía lo mismo con Tomás, y por nada en el mundo iba a permitir que tal cosa sucediera. Debieron esperar dos interminables días hasta que Mercedes la invitó a tomar el té. Camila llegó pasadas las cuatro, vestida en un precioso traje de color verde oscuro con detalles en negros, portando un gorro de igual color haciendo juego, tan nerviosa como emocionada. Es que esos dos días sin verlo le estaban pareciendo una tortura.  Apenas ingresó debió disimular la decepción de no encontrarlo allí. Había imaginado que estaría aguardando en la sala su llegada, tan ansioso como lo estaba ella.  Colocando su mejor sonrisa se dispuso a conversar con su amiga, mientras que degustaban unos deliciosos panecillos dulces y aquel sabroso té. Cuando la ilusión de Camila estaba por desaparecer por completo, cierto caballero ingresó por la puerta de la sala, luciendo impactante en ese oscuro traje de dos piezas. La muchacha intentó aguantar la sonrisa que amenazaba con ampliarse al notar que Juan no venía solo, sino que Tomás lo acompañaba (un muy buen movimiento para lograr distraer la atención de Mercedes).  —Tomás— exclamó la menor poniéndose de pie y caminando hasta el muchacho. Mercedes se detuvo unos pasos antes de alcanzarlo, inclinándose a modo de saludo y siendo seguida por su amiga que no podía despegar sus brillantes ojos de aquel poderoso hombre. —Mercedes — saludó el más joven —, señorita Olazabal — dijo inclinándose hacia ella. —Buenas tardes, caballeros — saludó Camila, tan delicada como siempre. —¿Acaso viniste a hacer negocios con Juan? — preguntó Mercedes. —No, querida— respondió él sonriente, haciendo que ambos no notaran las miradas cómplices que intercambiaban el otro par —. Me encontré a Juan camino hacia aquí y le pregunté si podía pasar a saludar. Mercedes sonrió más amplio y cuando su primo asintió al silencioso pedido por salir con aquel muchacho a dar un paseo a solas, brincó un poquito en su lugar, feliz por la autorización dada. —Oh, amiga. ¿No te molesta, verdad? — preguntó tomándola por las manos con suavidad. —Para nada — respondió ella mirando fugazmente a Juan que mantenía su postura de señor serio y responsable. —Juro que te lo pagaré— aseguró Mercedes, dejando un tierno beso en su mejilla antes de salir acompañada por Tomás.  —No pueden abandonar el terreno — ordenó Juan. Ambos jóvenes asintieron y se marcharon hacia el enorme patio trasero. —Señor Rodríguez, qué casualidad su encuentro — susurró Camila mientras Juan cerraba la puerta por la que la pareja acababa de salir. —Si querés saber si lo perseguí en cuanto noté que abandonó el club, déjame decirte que no. Mandé a alguien a hacerlo por mí— explicó atrayéndola por la cintura hacia su cuerpo —. Buenas tardes — susurró agachando su cuerpo para poder acceder a los dulces labios de su Camila. —Buenas tardes — respondió ella dejándose degustar. —Casi me presento en tu casa, usando cualquier estúpida excusa, con tal de poder verte. Me estaba volviendo loco — murmuró besando su cuello. —Es más difícil conseguir algo de privacidad en casa.  —Vamos — le dijo tomándola de la mano para guiarla a la segunda planta, cruzando todo el pasillo hasta la última habitación, su habitación.  Camila se tomó unos instantes para apreciarla. Era realmente ordenada y amplia. En cada detalle se podía percibir ese encanto masculino que Juan desprendía sin ser consciente. No pudo seguir con su exhaustivo análisis porque unas manos fuertes y grandes la tomaron por la cintura, al mismo tiempo que los labios de Juan volvían sobre su cuello y su pequeña espalda se pegaba sobre el amplio pecho del hombre. —Otro día mirás todo lo quieras, ahora solo déjame saborearte — pidió con la voz ronca. —¿Me va a volver a invitar a sus aposentos? — preguntó divertida. —Toda la vida si querés— respondió inconscientemente. Camila dejó pasar aquella extraña declaración y se dejó llevar por la deliciosa sensación de los labios de Juan sobre su sensible piel. —¿Seguís con tu idea de no… ya sabés… —La lección de hoy va a ser sobre algo que te hará viajar a otro mundo — explicó él mientras desprendía los muchos botones que la muchacha tenía en su vestido —. Sacar todo esto lleva demasiado tiempo — dijo divertido luego de terminar de quitar la última prenda de la bonita mujer. —Es la rigurosidad de la etiqueta y los buenos modales — declaró con voz refinada. —Vení — la invitó Juan, llevándola a su cama y dejando que se acueste en ella, con las piernas colgando hacia afuera. —¿Qué vas a hacer? — preguntó ella al ver cómo se arrodillaba en el piso, dejando sus labios alineados con su v****a — ¡Oh, Dios! — exclamó al sentir la lengua de Juan recorriendo su intimidad —. Juan — gimió sujetándose con fuerza de la cama. Es que esta sensación era completamente diferente a la anterior. Sentía con más fuerza las oleadas de placer y rápidamente estaba formándose ese nudo en su vientre. Juan no le daba descanso y comía de ella sin pausa, llevándola a un inminente orgasmo que terminó por golpearla con fuerza, haciendo que su espalda se arquee y obligándola a morder sus carnosos labios para no gritar con fuerza. Aún agitada miró hacia abajo. Otra vez esa sonrisa de satisfacción cubría el bonito rostro de Juan, que se levantaba de a poco desde su posición en el suelo. —¿Yo, es decir, las mujeres también podemos? — preguntó cuando lo tuvo acostado a su lado. —Sí, pero no lo harás hoy, aún no — indicó él y volvió a llevar su bonita mano hacia su erección.  Camila comenzó con aquellos movimientos realizados unas noches atrás, mientras se dejaba encantar por las facciones que Juan hacía inconscientemente al sentir el placer golpearlo con fuerza. Quiso intentar algo más allá y decidió bajar su otra mano, para envolver con ambas el m*****o del morocho. Juan se sentía en el cielo. Camila era tan suave y delicada que lo estremecía por completo. Cuando ella volvió a atacar sus labios, con hambre renovada, hundiendo su deliciosa lengua en su boca, no pudo evitar el gemido ronco y grave que escaló por su garganta. Al parecer aquello inspiró más a la muchacha que decidió bajar una de sus manos hasta los testículos, con los que jugueteó unos deliciosos segundos, antes de regresar a su estimulante masturbación. Juan no pudo aguantar mucho más y finalmente se liberó, ahora manchando por completo el vientre de la joven que continuaba sus dulces movimientos sobre su m*****o. —Dejá que te limpio — le indicó una vez repuesto del orgasmo, antes de ponerse de pie y hacer el mismo ritual que en la casa de Sofía.  —¿Lo hago bien? — preguntó de repente mientras él la limpiaba lentamente. Juan detuvo sus movimientos y la miró un tanto confundido —. Digo, ¿es así como se tiene que hacer? — preguntó temerosa.  Es que le venía dando vueltas al asunto de no saber si era la forma adecuada, o si habría otra que le provocara mayor placer. Se sentía muy insegura al saberse inexperta. —Es perfecto — respondió él sin dejar de mirarla. —No me mientas — dijo firmemente.  —No lo hago. Para mí es perfecto como lo hacés— volvió a repetir más serio. —Bien. ¿Me vas a decir si lo hago mal?— preguntó tímidamente.  —Camila, ¿qué sucede? —Yo… es que vos tenés experiencia. Mucha, según se rumorea en la calle — explicó nerviosa —. Y tal vez alguna de las mujeres… —No — la interrumpió—. Nunca, nadie, jamás, me hizo sentir así de bien — aseguró sin dejar de mirarla. Camila asintió—. Princesa — la llamó para que volviera a mirarlo a los ojos —, no importa cuántas mujeres hayan pasado por mi cama, lo que importa es lo que siento al tenerte acá — explicó señalando el cómodo colchón — y eso, bonita mía, ni siquiera lo puedo poner en palabras — afirmó con una linda sonrisa. —¿Pero me vas a decir cuándo necesites otra cosa? — insistió. Juan liberó una enorme carcajada y la atrajo hacia su pecho. —Te voy a decir todo. No van a haber secretos entre nosotros, ¿verdad? —No, no van a haber — decretó besando sus labios fugazmente. -------------------- Si bien para Camila la situación con Juan Pedro resultaba por demás estimulante, debía aceptar que aún aquello del objetivo de su existencia la estaba trastocando un poco. No encontraba qué hacer para sentir que finalmente era útil en la sociedad y se negaba a vivir solo por la relación, extraña por cierto, que la unía a Juan, además, y no lo podía olvidar, él se empeñaba en mantenerla oculta. Al principio a Camila le resultó hasta excitante aquella situación, pero luego de varias semanas la comenzaba a incomodar. Hizo lo que hacía siempre con aquellas situaciones que no sabía manejar, la empujó al fondo de su mente, ignorándola de una forma casi infantil. Se sentó contrariada por las emociones que apretaban en su pecho y clavó sus ojos café en aquel periódico que leía su padre. No era el ejemplar que imprimía Omar, sino que su padre leía el periódico más conservador de la provincia, donde expresaban ideas tan cerradas y anticuadas que a Camila se le revolvía el estómago. Su enojo estalló aún más cuando encontró una sección "exclusiva para mujeres" en donde solo exponían ideas de moda, limpieza y crianza, vedando al sexo femenino del resto de las noticias. ¡Ah, no! Ella no iba a tolerar tal insulto en un periódico de cuarta, aunque este tuviera una de las tiradas más importantes del momento. Completamente furiosa la muchacha caminó hasta el estudio, tomó una hoja y papel y escribió una extensa carta al director de aquella burla a la que llamaban periódico. Expresó uno por uno sus puntos y justificó cada planteo con frases de célebres autores europeos y nacionales. Esta acción la repitió tantas veces, durante tantos días, que finalmente acabó escribiendo pequeños ensayos sobre lucha de clases, igualdad de derechos, repartos de tierras, inclusión laboral de las minorías, educación, entre  otros. Camila se pasaba horas leyendo informes, libros, gacetillas, panfletos, lo que cayera en sus manos que tuviera algún tipo de tendencia política. Amaba ese debate interno que se formaba cada vez que una nueva idea caía en su mundo, la analizaba e investigaba hasta poder formar su opinión sobre el asunto. Tanto escribió que pronto notó la falta de tinta y plumas, por eso fue directo al almacén de don Artemio quien ofrecía los mejores materiales. Se dedicó horas en analizar los tipos de papeles, plumas y tintas, seleccionando los de mejor calidad. — Camila— La voz de sorpresa de Omar la sacó del exhaustivo análisis que hacía respecto a los talcos utilizados para fijar la tinta al papel. —Omar — saludó ella —. Que gusto encontrarte, necesito tus conocimientos para esto — dijo señalando los distintos frascos de aquel polvo blanquecino. —Dime en qué te puedo ayudar — respondió él sin dejar de lado esa bonita sonrisa. —No sé cuál elegir. —Bien. Mejor que sea liviano, sino se apelmaza y termina convertido en extraños grumos sobre el papel — explicó analizando los recipientes—. Este es perfecto— dijo colocando uno específico entre sus pequeñas manos. —Gracias — Y sonrió muy amplio contagiando el gesto en su receptor. —Ahora, joven Camila, ¿a qué se debe tanto interés por el talco? Camila se tomó un buen tiempo en explicar todos los sucesos que desencadenaron en su nueva y explosiva necesidad por verter cada idea, cada pensamiento, cada sentimiento, en un papel. Organizaba las ideas en su cabeza y luego las iba vomitando sobre el blanco papel que se llenaba de manera incontrolable. Omar sonrió al ver ese brillo especial cuando relataba aquello, como la muchacha parecía iluminarse sólo de relatar aquella nueva costumbre. —Bueno, vamos a tu casa así me mostrás lo que has hecho — propuso una vez que salieron de la tienda. —Oh, no. Te parecerán ensayos hechos por niños. Vos, vos sabés demasiado de esto y no… En rigor, Omar había estudiado Letras en la Universidad, se desarrollaba como periodista desde que tuvo edad suficiente, aprendiendo primero en Valparaíso y luego en Buenos Aires, trabajando con importantes hombres del ambiente mientras desarrollaba sus propias capacidades. Llegó a Mendoza dispuesto a montar su propio periódico, cosa que había logrado hace un par de años. Enseñarle un escrito a él era pasar peor vergüenza que cuando abordó a Juan en su habitación durante la estadía en casa de Sofía. No, realmente no tenía el valor para hacerlo. —Vamos, como mucho me reiré de vos — dijo muy relajado. —No-no seas malo con tu crítica— pidió retorciéndose las manos con nerviosismo. —Soy implacable con la crítica, señorita. No crea que por ser encantadora va a ablandar mi duro corazón— bromeó con ese aire despreocupado. Camila bufó, rodando los ojos como una pequeña enfadada y terminó cediendo. Llegaron a su casa, caminaron hasta el estudio y de allí ella sacó una buena cantidad de escritos. Descartó algunos y evaluó otros. Finalmente terminó por pasarle tres ensayos cortos que había redactado. Uno era sobre los niños, otro sobre trabajo femenino y el último, y más interesante, sobre educación. Omar se tomó unos buenos minutos en leerlos, analizando en conciencia cada palabra escrita sobre ese papel amarillento. Su gesto no revelaba nada, pero la inusual seriedad con la que leía mantenía a Camila al borde del colapso. Finalmente él levantó sus brillantes ojos negros, similares a los de su hermana, y los clavó en la jovencita. —Camila esto es bueno— dijo en voz baja —, es realmente bueno — repitió.  La muchacha lo miró confundida. ¿Acaso él, el hombre con la fama de ser terriblemente estricto con los que trabajaban bajo su mando, la estaba halagando? No, debía ser un sueño. —¿En serio?— preguntó firme, poniendo sus manos en la cadera como si la hubiese ofendido con aquellas palabras. —Claro que sí— exclamó dejando que una sonrisa se abriera paso en su rostro —. No es broma — afirmó sin dejar de sonreír.  —Yo…¿en serio? — volvió a cuestionar incrédula. Omar bufó agotado, haciendo un extraño gesto con las manos y repitió una vez más: —Es bueno. Bien, ella podía morir feliz. Omar, el hombre que más entendía sobre esto, se lo estaba asegurando con una calma aplastante. —Gracias — susurró repentinamente tímida. —Vos... ¿me dejarías publicarlo? — preguntó elevando los papeles.  Casi se le salen los ojos de sus cuencas por la impactante sorpresa. Eso debía ser una broma, ¿no? Por el gesto serio de Omar no parecía serlo. —¿Hablás en serio? — preguntó.  —Camila, querida, hay dos cosas con las que no bromeó. El sexo y el trabajo. No te he propuesto lo primero, sino lo segundo. ¿Qué decís? Es cierto que hay detalles a pulir, pero no será problema. Por supuesto tendrías tu paga y publicarías con un seudónimo para no comprometerte. Pedí lo que quieras que estoy dispuesto a escuchar — dijo cruzándose de brazos y apoyando su trasero en el escritorio.  —Yo… Oh, Dios ¡Sí! — exclamó feliz lanzándose a los brazos del muchacho. —Nunca nadie me había dicho esas frases con tanta ropa puesta — le susurró al oído. —Sos un cerdo — respondió golpeándolo suavemente en el hombro. —Bueno, señorita. Estaré pasando a dejar unos cuantos libretos con secretos básicos de escritura, redacción, ortografía, y demás. No mueras del aburrimiento al leerlo y estos — dijo levantando los papeles — me los llevo para corregir y publicar. ¿Cómo te gustaría aparecer? —Simplemente C. — respondió luego de pensarlo unos instantes —. Y no, no me refiero a que pongas C y nada más, sino que es todo "Simplemente C". Omar asintió con esa bonita sonrisa plantada en los labios y se despidió de ella. —Oye — gritó la castaña antes de que él pudiera salir —, ¿y sobre qué escribo? Como respuesta Omar se encogió de hombros, dándole el visto bueno para que lo haga sobre lo que ella creyera conveniente. Necesitó taparse la boca con ambas manos para aguantar el grito que subía por su pecho. Bueno, tenía una oportunidad única y no pensaba desperdiciarla.
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