Capítulo 12

3529 Words
A la tarde siguiente llegó a la casa de Mercedes, esperando encontrarse con cierto distinguido caballero que le robaba el sueño y el aliento. Ni bien entró en la sala lo contempló leyendo un periódico, más específicamente el que Omar publicaba una vez a la semana, los sábados. No pudo evitar ese estremecimiento de sus entrañas al imaginarse a Juan Pedro leyendo lo que ella escribiera para aquel hombre y, que luego de pasar el proceso de revisión, terminaría con sus palabras plasmadas en esas hojas. ¡Dios, tal vez él hasta se sintiera orgulloso de la infantil y caprichosa muchachita! Debió morder su labio inferior para concentrarse en el presente. Juan Pedro había bajado el periódico para contemplar a los visitantes que llegaban a tan importuna hora. No esperaba encontrarse a Camila plantada en la entrada de su saloncito, con los ojos brillantes de felicidad y mordiendo, de una forma demasiado apetecible, su labio inferior. Necesitó aclarar su garganta antes de hablar. —Buenas tardes — dijo con la voz rasposa. Ese gesto de la muchacha lo había excitado demasiado. —Buenas tardes — respondió ¿tímida? No, eso debía ser imaginación suya. —¿Van de paseo? — preguntó viendo que la muchacha llevaba un bonito sombrero colocado en su bonita cabeza. —A la Alameda — susurró en un tono que, claramente, indicaba alguna alteración en ella. Juan se puso de pie y caminó rápido hasta ubicarse al lado de la muchacha. Miró hacia todas las direcciones antes de volver a clavar sus oscuros ojos en ella. El hombre estaba preocupado por la repentina timidez de Camila y no hallaba la manera de calmarse. —¿Está todo en orden? — susurró aguantando las ganas de besarla. —Sí— respondió mirándolo a los ojos —. Yo… emm… ¿Después nos podemos ver? Debo contarte algo, algo importante — aclaró. A Juan no se le cruzaba una solo idea de qué podía ser aquello, ya que ella estaba demasiado seria y nerviosa, por lo tanto era alguna especie de buena noticia, el brillo de sus ojos se lo confirmaba, ¿pero qué podía ser? —En cuanto vuelvan búscame en mi estudio — explicó rápido, Mercedes debía estar por llegar —. No mires a otros caballeros en tu paseo— agregó plantando un fuerte beso en su frente que la hizo reír. El paseo con Mercedes resultó tranquilo. La tarde soleada, como la mayoría en Mendoza, y con ese calorcito de la próxima primavera, reconfortaban sus espíritus, dándoles nuevas energías. Al regresar a la casa de Juan, Camila debió hacer uso de su audacia para despistar a Mercedes y poder llegar hasta el estudio sin levantar sospechas. En cuanto ingresó sintió unas fuertes manos rodear su cintura, obligándola a girarse hasta que unos labios detuvieron su movimiento circular. Juan debió usar toda su paciencia para no salir tras las jovencitas y unirse en su tranquilo paseo. Es que no podía dar crédito a lo bella que se veía Camila con ese bonito vestido celeste y ese sombrerito que le hacía juego, protegiendo su delicada piel del sol mendocino. Sabía que más de unos miraría en su dirección y si se llegaban a encontrar al imbécil de Villoldo estaba seguro que él no dudaría en acompañarlas a caminar por toda la Alameda. ¡Dios, debió haber ido! No pudo contener su impulso de besarla en cuanto la vio ingresar por la puerta. Por lo tanto decidió ponerse de pie, acortar los metros que los alejaban y tomarla entre sus brazos para besarla hasta sentirse completamente satisfecho. Cosa que estaba haciendo en ese preciso momento. —Hola, Juan — susurró ella en cuanto la liberó de sus labios adictivos y dominantes. —Hola, princesa — respondió sin dejar que se apartara un segundo de su cuerpo. Es que necesitaba sentir el perfume directo de la tersa piel de Camila. Necesitaba percibir el calor que traspasaba la tela de su bonito vestido y lo calmaba como una madre a un pequeño. —Vení que tengo algo importante que decir — susurró arrastrándolo al sillón, donde lo dejó caer a él primero y luego se sentó sobre su regazo, permitiéndole que envolviera su cintura con los fuertes brazos que poseía. —Soy todo oídos— dijo con la barbilla en alto y sus ojos contemplándola con adoración. —Omar, ¿sabés quién es?, el hermano de Esther — explicó. A Juan le llevó unos instantes recordarlo, es que se dedicaban a negocios muy diferentes y rara vez cruzaban palabras, pero sabía algo de ese hombre que tenía fama de mujeriego e implacable. Juan torció el gesto al recordar lo primero. Si ambos hacían una lista de la cantidad de mujeres que habían pasado por sus aposentos, no estaba seguro quién tendría la más extensa. —Algo — dijo finalmente—. ¿Qué sucede con él? — preguntó un poquito celoso. —Él… mmm… el leyó… ¡Dios qué vergüenza! — exclamó y Juan no sabía cómo seguir conteniendo los celos que bullían en su interior. Camila se mostraba así de tímida en contadas ocasiones, por lo que se presentara así por tal asunto que él desconocía no le estaba agradando para nada. —¿Qué leyó? — preguntó más serio de lo que le hubiese gustado. —Mi padre — cambió aparentemente de tema, pero Juan la dejó proseguir — lee un estúpido diario increíblemente conservador, con ideas tan anticuadas que me enfurecieron. Un día decidí enviar una carta a su director y, después de esa, muchas más. De a poco las cartas se transformaron en pequeños ensayos que… que Omar leyó — dijo lo último en un tono de voz muy bajito mientras miraba sus manitos que se retorcían con nerviosismo. Si a Juan antes le parecía adorable es porque jamás la había visto en una situación que la avergonzara a ese nivel. —¿Y? — la invitó a seguir su relato. —Que quiere publicar mis ensayos en el periódico — escupió con rapidez. Juan necesitó unos momentos para comprender aquellas palabras. Camila, su Camila, iba a convertirse ¿en qué? ¿Periodista? ¿Acaso las mujeres podían? ¿No sería eso un escándalo monumental? Las preguntas se arremolinan en su mente, pero en cuanto sus ojos contemplaron los de Camila, brillantes por la expectativa y felicidad que la embargaban, todos los cuestionamientos fueron silenciándose uno tras otro. Es que se veía tan increíble y decididamente feliz que no podía decir ni una palabra en contra de aquello. En respuesta sonrió, realmente sonrió hacia ella. —¿Es una buena noticia, no? — preguntó sin dejar de sonreír. Camila al ver el gesto en el hombre amplió su propia sonrisa. Temía que Juan la tachara de loca, que le dijera que aquello no era para una mujer y menos una de buena cuna como era su caso. Pero no, él le estaba sonriendo sinceramente, lo sabía por ese brillo especial que se encendía en su mirar cuando lo hacía de verdad. —Es… yo creo que sí— dijo un poco dudosa, un poco feliz. —Princesa, ¡es una excelente noticia! — exclamó elevándola al aire ya que él se había puesto de pie y la llevó en el movimiento hacia la imponente altura que ostentaba. —¿Vos crees que está bien? —¿Acaso importa que lo apruebe?— indagó atento a la posible respuesta que saliera de sus bonitos labios. —Por supuesto — dijo sin dudar—. Necesito que me apoyes — agregó antes de apretarse contra él y esconder su rostro en ese huequito del cuello. En las tantas semanas que llevaban compartiendo juntos él había tomado una relevancia inaudita en su vida. —Siempre voy a apoyarte — afirmó apretándola de una manera deliciosa que sentía que se podía fundir con ella. —Ahora deme un buen beso, señor Rodríguez— dijo ella mirándolo de frente, aún elevada en el aire, quedando escasos centímetros por encima del hombre. —Me gusta que ahora soy señor — bromeó él y unió sus labios con los de Camila que siempre se le antojaban delicados y dulces. Ella tomó la iniciativa y metió su cálida lengua en él, saboreando al hombre que la sostenía entre sus brazos como si fuera lo más preciado de su vida. —Necesito más— susurró Juan y la bajó hasta que sus pies tocaron el piso. —¿Qué tenés en mente? — preguntó divertida. Juan elevó una ceja, en un gesto demasiado hermoso antes de comenzar a elevar los metros de tela que colgaban de su pequeña cintura. Camila dejó que él enroscara toda la tela y la desprendiera de sus calzones. Cuando los dedos de Juan llegaron a su intimidad ella ya estaba lista para recibirlo. —Dios, ya estás demasiado húmeda — murmuró Juan en un ronco gruñido, hundiendo sus dedos en la tierna carne de Camila que se aferraba a sus brazos con fuerza mientras mordía su hombro para evitar gemir. —Juan — gimió contra su cuello al mismo tiempo que descendía sus manos para llegar a su pantalón, desprenderlo de toda su vestimenta y llegar a su apetecible erección. Camila moría por probar aquello con su boca, pero Juan se negaba a dejarla hacer tal acto. Al parecer el hombre temía que fuera demasiado para ella, al juzgarla tan delicada y frágil, pero no comprendía el calor que sentía la muchacha cada vez que imaginaba dicho acto. De todas maneras juzgó que no era momento para experimentar y que dejaría aquello para un momento donde pudiera tomarse todo el tiempo necesario para saborearlo como tanto lo imaginaba. Por ahora los gemidos que lograba arrancar de Juan solo usando sus manos la hacían sentir poderosa. —Princesa, más fuerte — pidió con los ojos cerrados. Ella obedeció, siguiendo el ritmo que él le marcaba en su propia intimidad. No les llevó demasiado tiempo llegar al orgasmo, disfrutar de esa sensación única en compañía del otro. Se entregaban de tal forma que cada vez ese acto se les hacía menos llenador, cada vez necesitaban un poquito más. —Hice un lío en mi estudio — rió Juan al ver su piso manchado. —Señor, creo que debe dejar estas prácticas para su habitación— dijo ella riendo. Sus mejillas coloradas y su cabello alborotado delataban lo que acababa de hacer, pero a Juan aquello le pareció la imagen más exquisita. —Si cierta dama se encontrara allí, estoy seguro que no saldría de mis aposentos por nada — susurró él volviéndola a atraer hacia su cuerpo. Es que Juan necesitaba más de aquella joven y se negaba a pedirlo. No quería comprometer el futuro de Camila por nada en este mundo, por lo tanto debía aguantar como buen niño grande que era. —Debo marcharme — indicó la castaña separándose mientras acomodaba toda la tela en su lugar —. Debo ir a trabajar — dijo levantando y bajando sus cejas. Juan rió con ganas. —Bien, señorita, no la entretengo más. Que tenga buena noche y, por lo que más quiera, sueñe conmigo — dijo haciéndola sonreír. ¡Claro que iba a soñar con él! Estaba todo el día en su cabeza, ¿por qué iba a ser distinto de noche? Negó con la cabeza sin perder la sonrisa, le dejó un último besito, y salió directo hacia su hogar. --------------- Era feliz con que ella hubiese encontrado ese algo que la empujaba a moverse hacia alguna meta. Camila llevaba días leyendo libros sobre la correcta forma de escribir, artículos que le servían de ejemplo, gacetillas revolucionarias, todo lo que la formara un poco más en aquel bello mundo del periodismo. Era difícil encontrarse con Juan, y las pocas veces que lo hacían, estaban rodeados de personas que la obligaban a guardar los sentimientos que la envolvía por completo. Ahora, estando en la sala de café mientras hablaba con Omar, sintiendo la seria mirada de Juan sobre su persona, se sentía realmente divertida. Juan estaba notablemente fastidiado, no iba a expresar aquello en palabras, pero su tensa posición en aquel cómodo sillón gris lo delataba. —Bueno, señorita — dijo Omar acercándose a la muchacha, notando cómo Juan se movió un poco en su lugar —, me retiro. Recuerde tener aquella redacción de la que hablamos para mañana a la tarde a más tardar — ordenó con simpatía. —Así lo haré, señor jefe — respondió ella sumamente divertida. Otra vez Juan se movió en su sitio. —Tenga buena tarde — saludó dejando, a propósito, un suave beso en la mejilla de la castaña. —Igualmente — saludó sonriente. En cuanto Omar pasó por enfrente del morocho, se inclinó a modo de despedida y salió de allí. Juan, rápidamente se puso de pie, caminó a la puerta, cerró disimuladamente y volvió al lado de la mujer que lo seguía con la mirada, atenta a cada movimiento del hombre. —¿Todo está bien, señor? — preguntó sin dejar de sonreír. Es que no podía hacerlo porque ver a Juan perdiendo los papeles así era algo extraño. —No — dijo tomándola de la cintura, con una expresión muy seria en su rostro, mientras bajaba su rostro para llegar hasta la mejilla de la castaña, dispuesto a besar el punto exacto donde el otro imbécil la había besado. —¿Está celoso, señor? — presionó. —No, Camila. No soy tan infantil — dijo bajando por su cuello. Necesitaba besar cada parte de su piel, como si fuese un animal intentando dejar su olor en ella. —Debo haber malinterpretado la situación entonces— explicó dejándolo hacer. —Debo buscar a tu padre. No me iría si no fuese sumamente importante — explicó aún hundido en su cuello —. Espero verte pronto o me volveré loco — susurró contra su piel. Camila rió y lo apartó despacito. Ella también se sentía de aquella forma, pero algo en toda la situación no la dejaba en paz. El que Juan la mantenía en secreto, como si se avergonzara de ella, le causaba cierto sentimiento que aún no podía identificar. ¿Dolor? ¿Miedo? ¿Enojo? No lo sabía y eso la confundía demasiado. No sabía por qué el hombre no declaraba abiertamente sus intenciones y así podrían estar juntos sin necesidad de ocultarse. Supuso que la historia con esa tal Franchesca tenía algo que ver, tal vez era una mujer que él esperaba y simplemente ella estaba allí para ayudarlo a pasar el tiempo y superar el anhelo. Juan jamás dijo una palabra, ni sobre ese nombre ni sobre la extraña propuesta que deslizó en la casa de Sofía, hace ya varias semanas. Ella sabía que si Juan seguía con la idea de que su relación continuará oculta es por algo que no estaba dispuesto a explicar. Ahora se encontraba contrariada por dos cosas. Primero, otra vez ella debía esperar que un hombre decidiera sobre su futuro. Una mujer no podía pedir abiertamente tener una relación con un hombre, eso era impensado. El hombre debía enfrentar a la familia de la muchacha en cuestión y él, solo él, declarar sus intenciones con la joven. Al revés era una clara sentencia social para la mujer y ésta, seguramente, terminaría en un convento, porque sí, después de cierta edad si no tenías marido debías unirte a la iglesia, gustaras de aquello o no. Segundo, ¿qué haría si esa tal Franchesca apareciera y él decidiera no prestarle más atención? ¿Cuánto estaba ella dispuesta a tolerar aquella situación? ¿Seguiría con él aun sabiendo que la ocultaba? ¿Se dejaría humillar de aquella forma? Se le estrujaba el corazón de pensar en no tenerlo más a su lado, pero debía aceptar que tantos cuestionamientos la comenzaban a enloquecer. Decidió inhalar profundo y salir un poco al jardín para aclarar sus sentimientos. Juan iba a estar ocupado con su padre, por lo tanto no había forma de que se encontraran. ¡Otra vez lo mismo! Analizar cada pequeño detalle de cada situación, para ver si encontraba algún hueco por el que colarse para tener unos pequeños minutos de privacidad con él, minutos que cada vez eran más escasos debido a su trabajo con Omar y la escuelita mientras que Juan necesitaba enormes cantidades de horas para llevar adelante sus negocios. Apenas atravesó la puerta trasera puedo ver la figura de Celedón al otro lado del portón trasero. El hombre, conocido por ella de prácticamente toda la vida, caminaba nervioso de un lado al otro de aquella entrada, pisoteando el césped al otro lado del terreno. —Señor Celedón— lo saludó en cuanto llegó a su lado. —Señorita Camila — dijo sacándose el gorro a modo de respeto. —Celedón, ¿se siente bien? — indagó al notarlo tan nervioso. Celedón era un hombre que llevaba varios años trabajando para su padre en el secadero de carne. Varias veces había ido a la casa a llevar papeles o arreglar algunos asuntos con el señor Olazabal, ya que era él el encargado de llevar adelante la administración de aquel lugar. —Señorita, no quiero molestarla, solo necesitaba hablar con su padre — susurró avergonzado. Se notaba su humildad de cuna, en sus manos resquebrajadas y esa sumisión que lo hacía nunca mirar a los ojos a sus patrones. Él era un buen hombre, con una familia a cargo y un enorme corazón. —Está ocupado. Dígame qué sucede y tal vez lo pueda ayudar. Celedón le explicó que su esposa se encontraba muy enferma y él necesitaba algo de dinero para pagar al doctor y los remedios. En realidad utilizaba una curandera muy respetada en la zona pero no siempre eran efectivas sus curaciones. Resulta que el hombre ya se había acabado su sueldo en yuyos y aceites que mejorarían el estado de su esposa, pero uno de los niños también se había enfermado y eso incrementó los gastos en la pobre familia. —No se preocupe. Esta noche llevo al doctor Suarez conmigo — Ese hombre era el único que aceptaría aquello, tal como había aceptado enseñarle a Esther aquella hermosa profesión— para que revise a su esposa y niño. No se haga problema y vaya a cuidar de su familia — explicó. —Oh, no, señorita, no puedo pedir… — No lo estoy preguntando — sentenció firmemente — solo le digo que lo haré — Y finalizó con ese brillo en los ojos que aseguraban sus palabras como una verdad absoluta. — Dios la bendiga, señorita — susurró el hombre tomando suavemente sus manos para besarlas antes de liberarla y encaminarse hacia su hogar. Todos y cada uno de los peones del señor Olazabal estaban agradecidos con esa niña de mirada desafiante y actitud rebelde, ya que gracias a ella su patrón accedió a mejorar las condiciones de trabajo en el secadero y los cultivos, otorgando ciertas seguridades a sus empleados que trabajaban de sol a sol, mejorando la tecnología aplicada y, por lo tanto, capacitando a sus peones para dicho trabajo, comenzando éstos a ser mirados como algo más que un elemento de fuerza dentro de aquellos espacios. No sabían cómo lo había logrado, qué argumentos utilizó para convencer a su progenitor, tampoco sospecharon las noches de peleas y debates, la cantidad de información que la muchacha buscó en distintos periódicos y boletines, las noches en vela que invirtió para poder formar el mejor argumento, los desplantes de su padre y la mirada horrorizada de su madre, no, ellos jamás sospecharían todo lo que la pequeña atravesó para lograr tal cometido. Por suerte, y como siempre pasa en estos asuntos, una de las muchachas de la casa sabía a detalle cada evento que desembocó en tan beneficiosa decisión. La mujer que trabajaba en la casa se encargó de divulgar las circunstancias que atravesó su patrona y cómo, luego de varios días de lucha, logró que su padre accediera a aquello. La empleada divulgó aquello porque consideró justo que se supiera la verdad detrás de aquel evento, porque Camila debía ser reconocida y respetada por cada hombre y mujer trabajadora, porque ella los defendía con uñas y dientes al mismo tiempo que se jugaba su buena reputación. Además también las mujeres adoraban a la pequeña Olazabal porque les impartía clases a los pequeños, otorgándoles mejores herramientas para sus futuros, al mismo tiempo que las defendía de ciertas circunstancias diarias que vivían y reafirmaban la injusticia sobre su género. Camila Olazabal parecía ser una defensora natural de los derechos de quienes menos tenían y eso, queridos amigos, eso se pagaba con fidelidad absoluta. Por ello Celedón no dudó en comentarle sus problemas, sabiendo que obtendría una respuesta por parte de la muchacha. “Bueno — pensó Camila — además del doctor y algo de dinero seguro esa familia necesitará unos buenos caldos, ropa y algo de yerba para el mate”. Decidida caminó de vuelta a la cocina del hogar, lista para preparar todo. Luego buscaría al doctor y lo arrastraría hasta la casa de aquel buen hombre.
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