Capítulo 10

2978 Words
Bueno, su prima parecía feliz y eso le alegraba los días, además de los recientes, y muy lucrativos, negocios que cerró con Vicente y Sofía aumentarían considerablemente sus ingresos. Todo parecía marchar bastante bien. Digo parecía porque en ese preciso momento su gesto demostraba la inminente furia que se desataría en aquella casa de campo. Mercedes había recorrido la enorme casa en su búsqueda, debido a una importante información que tenía sobre dicha señorita. En cuanto lo vio, sentado en uno de los sillones de la habitación que le habían destinado, corrió a contarle lo que la mismísima Camila había revelado en aquella charla entre damas, mientras todas ayudaban al bordado del velo de Charlotte. Resulta que la muchacha Olazabal se enteró, de muy buena fuente, que cierto caballero había adquirido un anillo de compromiso hace unos cuantos días. Todos en la ciudad rumoreaban de las intenciones del joven en cuestión con la señorita Olazabal, por lo tanto no era difícil deducir que próximamente habría una interesante propuesta de matrimonio. Cuando Camila supo de aquello simplemente dejó salir una extraña sonrisa y aceptó que Mauricio era un buen hombre, con el que se entendía, por lo que podría verse en compañía del caballero el resto de sus días. Bueno, en realidad no lo podía proyectar tan nítidamente en su mente, pero estaba segura que no sería infeliz, tal vez hasta se podría enamorar, como le sucedía con… prefirió dejar aquella frase sin terminar. Juan estaba completamente tenso ante el relato que su prima escupía con rapidez. No podía tolerar, no podía procesar, aquella ridícula historia. Aguardó unos buenos minutos hasta que Camila subió sola al cuarto de Sofía y allí, en la soledad del pasillo la enfrentó, exigiendo que desmintieron tal estupidez, pero cuando ella, tan segura y firme, le confirmó que estaba dispuesta a aceptar tal insensatez sus labios escupieron solos aquella frase: —Entonces cásese conmigo — Y lo sorprendió en igual medida que lo hizo con ella. Si Anselmo no hubiese intervenido, tal vez habría escuchado la respuesta, aunque no sabía si la quería porque cualquiera de las dos posibles respuestas le causaba un pavor desmedido. La reunión con Anselmo y el resto, lo hicieron olvidarse por unos instantes de aquel asunto, pero en cuanto estuvo solo en su cuarto, aquel que le habían otorgado en la enorme casa de su amiga, no tuvo más remedio que comenzar a darle vueltas a al asunto. ¿Y si Camila aparecía para decir que sí? ¿Y si, por el contrario, le decía que no? ¡Dios, estaba asustado como un jovencito sin experiencia! Escuchó un suave sonido en su puerta y luego pudo ver cómo ésta se abría y cerraba rápidamente. Como si de un fantasma se tratase, la tela liviana de aquel camisón blanco voló unos instantes para luego pegarse nuevamente al pequeño cuerpo de su portadora. Camila estaba parada allí, frente a él, con las mejillas sonrojadas y los ojitos brillantes. Ella contemplaba todo su cuerpo sin ningún reparo. Juan estaba sin calzado, con sus pies directos sobre el frío piso, la camisa fuera del pantalón casi desprendido por completo y sin su cinturón. Se veía completamente… exquisito.  —¿Camila?— preguntó sintiendo el miedo escalar por la garganta.  —Yo… Emmm… Yo… Bien, yo vengo solo porque quiero… necesito comprobar… —No estoy comprendiendo — susurró él acercándose apenas. —Quiero… Dios, es tan difícil— dijo mirando sus manos que retorcía nerviosamente.  —Solo decime — pidió dando otro paso más cerca de la muchacha que no levantaba su mirada. —¿Podés… — comenzó y lanzó un bufido de fastidio —. Yo jamás… es decir… Yo no sé cómo saber… La risa suave de Juan la hizo levantar la mirada, clavando sus furiosos ojos en él. ¿Acaso tenía el descaro de reírse de ella? ¡Por supuesto que sí! ¡Era Juan Pedro, por el amor a Dios! —Lo siento, no me rio de vos — dijo sin dejar de hacerlo —. Es que me resultás terriblemente encantadora — intentó explicar elevando las manos al frente. —No quiero ser encantadora — rebatió ella con el entrecejo fruncido. Juan cortó su risa de a poco.  —¿Y qué es lo que querés? — preguntó dando el paso que faltaba para llegar hasta casi pegar su cuerpo al de la muchacha. —Quería pedir — dijo volviendo a bajar la mirada, tratando de ocultar la vergüenza—, si es posible que vos me — se aclaró la garganta — enseñes. —¿Te enseñe?— preguntó él sintiendo esa expectativa que le apretaba la boca del estómago—. ¿Te enseñe qué? —Yo… ammm… a besar y eso — respondió desviando la mirada, sintiéndose estúpida pero terriblemente nerviosa. No, no eran nervios era… ansiedad. Estaba ansiosa porque sucediera. —Camila no creo que sea buena idea — susurró él obligándose a no tocarla —. Estamos solos, en la noche, en mi habitación.  —Entiendo — respondió sin poder mirarlo, intentando aguantar la vergüenza—. Yo... perdón que te moleste, te dejo descansar — dijo girándose, dispuesta a salir de allí antes de terminar peor de lo que estaba. —Creo que lo estás mal entendiendo — la frenó Juan mientras la sujetaba delicadamente por la muñeca.  Ella no se giró para responder, se sentía demasiado avergonzada para enfrentarlo. Había sido una idiota por ir a buscarlo. Es que la confundió demasiado aquello de la tarde. No era porque pensaba aceptar una propuesta claramente hecha al calor de la furia, sino porque en su mente se formó un gran sí. Sí podía imaginarse toda la vida con él, sí podía proyectar un futuro junto a aquel hombre, por más que ella no tenía idea de qué es lo que él deseaba, ella lo quería todo siempre que estuviera a su lado. Aquella certeza la había desconcertado y por eso prefirió ir a pedirle dicha estupidez, para ver si de esa forma podía estar segura de lo que sentía. Bueno, era lógico que él la fuera a echar así, de todas formas Juan no iba en serio con ninguna muchacha, eso todos lo tenían en claro. Ahora ella parecía desesperada por formalizar aquel pedido. ¡Qué patética resultó ser! —No, yo… emmm… yo entiendo — murmuró aguantando las lágrimas. Es que le estaba doliendo en el centro de su pecho aquel rechazo —. No vas a querer a una muchachita infantil e inexperta. Estás acostumbrado a… Y no pudo terminar porque él la giró para atraerla a su pecho.  —Estás malentendiendo todo — volvió a repetir —. No me niego porque no lo quiera, me niego porque no voy a poder parar — explicó haciendo que Camila despegara su rostro del cuerpo fuerte y atlético de él para mirarlo directo a los ojos. —¿Qué querés… Oh… — exclamó al comprender aquellas palabras. —Pero la sola idea — dijo inclinándose hacia ella, logrando que sus labios se rozaran — de que nadie te ha besado — susurró sintiendo la suavidad de sus pequeños labios, el suave gusto dulce que desprendían—, me está comenzando a enloquecer — aceptó.  —Tal vez es hora de que alguien me bese — dijo ella mirándolo directo a los ojos. —Tal vez — susurró y se inclinó un poco más, uniendo por fin sus labios con los de ella. Juan notó como la muchacha se tensaba deliciosamente entre sus brazos y luego la forma en que relajó todo su cuerpo, dejándose guiar por su ritmo y experiencia. Primero la dejó adaptarse al contacto, ayudándola a colocar sus brazos alrededor de su cuello, dejando que ella se sujetara de él para luego poder bajar sus manos hacia la pequeña cintura de la mujer. Una vez que Camila se acostumbró al suave y gentil beso, Juan necesitó ir un poco más allá y deslizó suavemente su lengua dentro de la boca de ella, que sabía a frutilla y menta. El hombre se extasió al sentir cómo era correspondido con timidez, como Camila intentaba imitar sus movimientos a la vez que se apretaba aún más contra su cuerpo. De a poco él subió una mano a la nuca de la muchacha para poder sujetarla y darle mayor profundidad al beso más delicioso que jamás había tenido. Necesitó de toda su fuerza de voluntad para separarse, o si no terminaría por perder el control. —Mejor nos detenemos acá— susurró contemplando los labios rojos e hinchados de Camila, que aún se mantenía con los ojitos cerrados, terminando de absorber las emociones que la abrumaban de una manera encantadora. —Yo, creo que está bien — susurró abriendo sus brillantes ojos y volviendo a clavarlos en él.  —Dios, es que sos hermosa — murmuró con los dientes apretados y volvió a atacar los dulces labios de Camila que ahora sonreía sobre los suyos. Juan la tomó por los muslos, obligándola a enredar sus lindas piernas alrededor de su cintura, sujetándola de manera más firme cuando pudo apoyar su pequeña espalda en la puerta de la habitación.  —Camila, no quiero ir más allá— explicó sin dejar de besarla entre palabras—. Necesito que hagas que me detenga — pidió comiendo ahora su delicado cuello. —¿Por qué pediría eso? — preguntó ella agitada, con los ojos cerrados y la voz rasposa por la excitación. Juan levantó la cara y clavó sus ojos, dilatados y oscuros, en ella. —Tenés que cuidar tu pudor para cuando… —Me case. Lo sé. Lo que sucede es que estoy segura que muchas mujeres de buena cuna no llegaron con su pudor intacto al casamiento. Es más, temo que la mayoría no lo hizo. Y allí están todas, casadas y siendo unas farsantes, ellas y sus esposos— declaró un tanto fastidiada.  Juan rió por aquello. Solo su pequeña Camila podría ponerse a analizar aquello en tales circunstancias.  —Lo sé— respondió él dejándola nuevamente de pie sobre el frío piso —, pero no por eso voy a dejar que … —Debés conocer otras prácticas que no necesiten que … que vos… — intentó explicar y Juan necesitó unos instantes para procesar dos importantes cosas. Primero, Camila le pedía una noche de intimidad sin que él la penetrara, de esa forma, en rigurosa teoría, seguiría siendo virgen. Segundo, y lo que más lo desconcertaba, ella conocía de tales prácticas. ¿De dónde había obtenido aquella información? —Conozco, pero no estoy seguro… —Por favor — pidió en un susurro, mirándolo con esa mezcla de inocencia y lujuria, de desafío y timidez, que solo ella podía lograr mezclar tan naturalmente.  —Dios, Camila. Me vas hacer que haga una idiotez — susurró revolviendo un poco su cabello con la mano que había abandonado la cintura de la muchacha. —Bien. Creo que debería irme si usted… No terminó la frase porque él la levantó por los aires, arrancándole una carcajada que mezclaba nervios y diversión.  Juan la dejó delicadamente sobre la cama y luego él colocó su cuerpo sobre el de ella. La contempló intensamente durante unos cuantos segundos antes de bajar su rostro y volver a unir sus labios. Se deleitó unos buenos momentos allí hasta que su voluntad se vio resquebrajada y con una mano comenzó a quitar el camisón de lino de aquella delicada mujer. Sonrió al notarla contrariada cuando comprendió lo que estaba por hacer, pero Camila no se echó para atrás, al contrario, se apretó aún más contra él, dispuesta a no dejarlo parar por nada en la tierra.  Cuando Juan quitó aquella tela del bonito cuerpo de Camila se encontró con sus senos, pequeños y redondos, que lo invitaron a degustar con ganas aquella parte de su impecable cuerpo. En cuanto metió uno de esos pezones rosados y erectos en su cálida boca pudo escuchar el suave gemido que abandonó los labios de la mujer. Sonrió contra su pecho y cambió hacia el otro pezón que pedía ser atendido. Camila se aferró con fuerza al cabello del hombre y sintió su intimidad humedecer, alternando pequeñas punzadas con suaves olas de placer que se incrementaron cuando ella apretaba sus piernas. Juan continuó su delicioso trabajo y bajó una de sus manos hasta la orilla de su calzón,  desprendiendo tal prenda de su cuerpo y dejándola, por primera vez frente a alguien más, completamente desnuda. Camila no pudo ocultar el pudor, pero algo en su interior le impedía detenerse. Tal vez era Juan y su aplastante seguridad, tal vez era la curiosidad, tal vez era ese sentimiento que había germinado en su interior. No lo sabía y, claramente, no se pondría a indagar en aquello justo ahora. El hombre la contempló unos segundos, dejando escapar un pesado suspiro de resignación antes de desprenderse de sus propias vestimentas y quedar completamente desnudo frente a ella. Camila no dudó en recorrer con su brillante mirada cada parte del espectacular cuerpo de aquel imponente hombre que tenía frente a ella. La charla con Esther le había dado alguna idea de cómo era ese m*****o que ahora estaba erecto, apuntando escandalosamente en su dirección. Volvió la mirada rápidamente al rostro de Juan que sonreía de lado, satisfecho por la impecable inspección que ella había realizado sobre su cuerpo. —No te penetraré— advirtió acostándose sobre ella —, no creas que no muero por hacerlo, pero aún no lo haré— aseguró dejando una promesa tácita de volver a estar con ella en iguales circunstancias.  —¿Entonces? — preguntó ella con un hilo de voz. Los nervios y la excitación la estaban haciendo perder la cordura. —Entonces te mostraré un poco de lo que podemos hacer — explicó hundiendo sus dedos en la húmeda intimidad de la muchacha. Camila gimió con fuerza, el movimiento fue tan inesperado como placentero, trayendo luego oleadas y oleadas de una hermosa sensación que se originaba en su intimidad y comenzaba a formar algo en la parte baja de su estómago. Cuando Juan volvió a tomar su pezón entre sus labios la sensación entre sus piernas se intensificó, haciéndola saber que algo se avecinaba y, aunque desconocía por completo qué sería, quería llegar a aquello.  —Solo un poco más, princesa — susurró él en su oído y un repentino estallido hizo estremecer todo su cuerpo.  Sintió la cálida sensación de placer envolverla por completo y alejarla de la realidad, arrastrándola a un plano completamente desconocido. Cuando volvió a sus sentidos y abrió los ojos se encontró con esa bonita y arrogante sonrisa de satisfacción en el rostro de Juan. Ella sonrió aún medio embobada, pero segura que quería repetir aquello. —Eso, princesa, se llama orgasmo — explicó él antes de dejarle un besito en la nariz. —Vos no tuviste uno — dijo ella con el entrecejo fruncido, sabiendo que ella no lo había tocado siquiera. —No. Yo no tuve uno — afirmó sin dejar de sonreír.  Camila bajó la mirada y se encontró con ese m*****o aún erecto y brillante. Volvió sus ojos a los de él, en un silencioso pedido de indicaciones sobre qué pasos debía seguir. Juan volvió a reír con ganas. Es que ella estaba allí, desnuda en su cama, y aun así parecía tan adorable e inocente. Con delicadeza tomó la suave mano de Camila y la guió hasta su m*****o, haciendo que lo envolviera en ella y suspirando al notar aquel suave tacto inexperto. —Si te escandaliza lo dejás— indicó mostrando cómo debía hacer aquellos movimientos ascendentes y descendentes. Debió cerrar los ojos para concentrarse y no acabar tan rápido, como si fuese un joven inexperto.  —¿Está bien así? — preguntó completamente hipnotizada por el espectáculo que le resultaba ver a Juan tan entregado, con la voz ronca y la respiración agitada. —Un poco más rápido— pidió el hombre mostrándole el nuevo ritmo que deseaba, haciendo que ella fuese incapaz de despegar la vista de sus manos —. Oh, Camila. ¡Dios! — masculló apretando la mandíbula y acabando sobre las sábanas blancas de su cama. Camila observaba cómo aquel líquido salía del pene del hombre, dejándola aún más encantada por toda la situación. Podía escuchar también los gruñidos bajos del morocho mientras ella aún mantenía los movimientos de sus manos, logrando que él siguiera liberando aquel líquido espeso y de olor peculiar. —Basta, princesa. No puedo más— pidió deteniendo el movimiento.  —Hicimos un lío — rió ella al ver que aquel líquido blanquecino estaba desparramado por la cama, sus cuerpos y manos.  Juan rió con ella, le dio un suave besito en la mejilla antes de ponerse de pie e ir hasta la mesita donde un pequeño recipiente, con agua y pétalos de flores, aguardaba allí junto a unas cuantas toallas pequeñas. Tomó una de las telas, la mojó en el agua y caminó directo hacia Camila para limpiarla, primero a ella, luego a la cama y finalmente a él.  Terminada la faena se volvió a acostar en la cama, tirando de Camila para ubicarla sobre su cuerpo mientras comenzaba a acariciar su larga cabellera castaña que siempre desprendía ese olor a miel. Rápidamente notó que le encantaba sentir el peso de la muchacha sobre su pecho y cómo sus senos se aplastaban de manera deliciosa sobre su piel. —Si esto es solo el comienzo no quiero imaginar el resto— susurró ella sin levantar la cabeza de su pecho. Él rió a modo de respuesta. —Aún hay mucho más por hacer — respondió él, levantando su rostro con delicadeza para poder volver a degustar sus deliciosos labios. Bueno, estaba declarado, decretado y afirmado: era completamente adicto a esa mujer.
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