Si pensaba que conseguiría noticias sobre Villoldo y Camila lo había razonado muy mal. Nadie, absolutamente nadie, sabía nada. Ahora, rumbo a la casa de Sofía para festejar la unión del buen Anselmo, no podía dejar de darle vueltas al asunto.
Miró unos segundos a Mercedes y ella rápidamente notó que había algo que su primo necesitaba preguntar. La muchacha era bastante intuitiva, por lo que sabía qué preguntar antes de que uno mismo supiera lo que necesitaba decir.
—¿Es que no sabés lo que querés? — escupió de repente. Juan parpadeó un par de veces para comprender la pregunta.
—Sí sé. Soy un adulto — afirmó. Con treinta y cuatro años hace bastante tiempo que había planeado su futuro, solo que no pensó encontrar a alguien como Camila en el camino.
—No, no parece Juan — lo regañó señalándolo con su fino dedo. Sí, Camila le había pegado definitivamente sus formas. Ahora se lamentaba por Tomás, tendría que lidiar con el carácter de su prima potenciado por las maneras de Camila.
—¿Qué me querés decir?— preguntó fastidiado. Que una niña de menos de veinte años lo regañara le parecía una broma.
—Que, de una buena vez, hagas algo por Camila. Te la van a arrebatar porque ella no puede esperar a que te decidas hacer algo. Bien sabés lo que nos pasa a las mujeres y seguís ocultándola para meterla en tu habitación — Juan abrió sus ojos muy grande, no tenía idea que ella estaba al tanto de tal situación —. Sí, Juan, lo sé. Que no haya dicho nada no significa que lo ignore. Y para que te quedes tranquilo — agregó rápidamente—, no, no he hecho nada de aquello con Tomás.
—Dios, Mercedes— murmuró despeinándose —, me vas a matar un día.
—En serio, primo. Te amo, y mucho, pero te comportás como un mal hombre con ella. Pareciera que te avergüenza y la escondés.
—¿Qué? No — afirmó desesperado.
—Ponete en su lugar. No pediste su mano, pero mantenés una relación con ella. Bailaste con Margarita Martínez tres piezas, tres en una misma noche, y todas sabemos que nadie es más bella que Margarita.
—Camila lo es — aseguró.
—Para vos. Para nosotras nadie es más bella que Margarita. Hasta yo hubiera sentido celos si Tomás la invitaba a bailar.
—No, Mercedes, no son así… no…
—No te digo que no sientas nada por ella, solo digo que no parece que quisieras avanzar y ella no puede esperar demasiado si no quiere terminar en un convento.
Juan se dejó caer contra el respaldo de su asiento. Nunca se puso en lugar de Camila, de que ella podría malinterpretar todo.
—¿Vamos a pasar la noche en la finca nueva?— preguntó Mercedes luego de unos instantes de silencio. Él simplemente asintió con la cabeza, sin dejar de mirar al exterior. Es que no podía creer ser tan idiota de no ver aquello. Tal vez Camila sufrió por su estupidez. Jamás se perdonaría si ella hubiese derramado una sola lágrima por él.
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La casa estaba vestida de fiesta, los empleados iban y venían arreglando cada detalle para el festejo. Juan entró acompañado de su prima y pudo ver a su amiga al final del pasillo, custodiada celosamente por su marido que tenía su mirada puesta sólo en ella.
Se realizaron los saludos de rigor y luego Juan, junto con su prima, recorrieron un poco la finca, conversando con Pedro sobre algunos detalles que él tendría en cuenta para su nuevo terreno que estaba a unos pocos kilómetros de allí.
Al caer la noche, durante la cena, su querida amiga anunció su embarazo. Podía ver la enorme felicidad que la embargaba y cómo los ojos de Vicente brillaban con tanto amor, con tanta ilusión. Hasta se pudo ver a él mismo en esa situación, con Camila a su lado. La pudo ver con una pequeña barriga donde el fruto de su amor crecería con fuerza. Sonrió aún más amplio. Debía dejar de ser un cobarde.
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Su mala cara no podía borrarse ni con todo el vino del mundo. Es que Camila bailaba con cada hombre, sin importar edad ni clase social, que se le plantara enfrente. Los hermanos menores de Esther estaban en aquel festejo y bailó con ellos más de una pieza, hundiéndolo de peor manera en su mal humor. Sintió a Sofía pararse a su lado.
— Si no la invitás a bailar nunca vas a saber si se reiría así con vos también — dijo apenas se colocó a su lado. Juan la miró de reojo.
— No sé estos bailes de los paisanos — contestó con altanería. Él era amable con su gente, pero no por ello empatizaba tanto con ellos.
— Es fácil. Camila tampoco sabía y ya ves — dijo señalando a la muchacha que bailaba entre los invitados casi como una más, solo sus ropas finas delataban su verdadero origen. Esa muchacha algún día le iba a terminar deteniendo el corazón solo por su forma tan auténtica y adorable de ser. Es que en ese momento reía de esa manera tan real, dejando filtrar toda esa felicidad que parecía expandirse en su bonito cuerpo.
— No soy como tus amigas — sentenció. Esther también estaba allí junto con sus hermanos. La familia de esa muchacha era una de las más comentadas de Mendoza por alejarse tanto, y de una forma tan descarada, de las buenas costumbres de los de la alta sociedad. Ellos ni se molestaban en darle un segundo de su atención a aquellas habladurías.
Se despidió, arrastrando a Mercedes con él. Llegaron a su nuevo hogar, en donde ya se veía disfrutando los frescos veranos en aquel tranquilo lugar, mientras que Camila se recostaba a su lado, luego de haberse amado la noche entera. Subió a su cuarto a paso lento, se comenzó a desvestir sin prisa, con la mente profundamente concentrada en cada pensamiento que llegaban a él y que siempre terminaban en la misma hermosa mujer que bailaba con aquellos peones como si perteneciera a ese grupo desde toda la vida. Suspiró pesado, si la perdía era su culpa.
Sintió un suave golpe en la puerta, se puso de pie para abrir y no pudo contener la sonrisa cuando la vio allí, de pie en su puerta, con el cabello revuelto y la respiración agitada.