Capítulo 14

2478 Words
La fiesta se desarrollaba en la lujosa vivienda de los Martínez. Su hija mayor, Margarita, acababa de cumplir sus diecinueve años, llegando a la flor de su hermosura, algo que, como no podía ser de otra forma, no pasaba desapercibido para las mujeres solteras de la ciudad, incluida Camila. Juan llegó con su prima Mercedes. Ambos, imponentes y poderosos, ostentando el apellido Rodríguez con orgullo. La muchacha, metida dentro de un hermoso vestido azul, buscaba disimuladamente a cierto muchachito entre los invitados. En cuanto lo vio, hablando con Esther y Camila en una de las esquinas del salón, tiró de su primo hasta donde se encontraba. Juan se dejó guiar con facilidad, embobado por la hermosura de Camila quien lucía un impactante vestido verde con detalles en blanco y dorado.  —Buenas noches — dijo la pequeña Rodríguez, contemplando lo guapo que se veía Tomás con aquel elegante traje y su peinado completamente hacia atrás.  —Señorita Rodríguez — saludó el muchacho con una reverencia —, señor — agregó en dirección al caballero. —Buenas noches a todos — saludó Juan Pedro con esa voz profunda y autoritaria.  Las otras dos mujeres se inclinaron a modo de saludo, demostrando su elegancia con aquel fluido movimiento.  En cuanto los ojos de Esther se encontraron con el cabello alborotado de Mauricio Villoldo, sujetó con fuerza el brazo de su amiga, excusándose y tirando de ella hacia la salida. Camila la siguió divertida, aunque entristecida por no poder seguir adorando la hermosa imagen de Juan. —¿Qué sucede? — preguntó la castaña en cuanto estuvieron fuera del enorme salón.  —Estaba el señor Villoldo dentro — Camila asintió, ella también lo había visto —. Y no sabés lo que sucedió.  —Si no me contás, claro que no — dijo poniendo los brazos en jarra. —Él me vio. Cuando fui a la casa de citas y la señora Ofelia me dejó a solas con Claudio— explicó haciendo que Camila se sonrojara con fuerza. Es que ella aún no podía creer que su amiga hubiera hecho aquello de internarse en un lugar lleno de mujeres de poco pudor, solo para encontrar a un hombre dispuesto a dejar que lo viera completamente desnudo y jurando que no le tocaría un pelo. Por otro lado, ¡Mauricio Villoldo estaba en una casa de citas! —¿Y qué sucedió?— preguntó olvidando por completo su misión en aquella fiesta: enfadar al director de aquel estúpido diario y cantarle unas cuantas verdades a la cara. —Me sacó a rastras de allí. Apenas si pude agradecer a Claudio y doña Ofelia — explicó impactada.  —¿Se enfureció? ¿Se lo dijo a alguien? —Se enfureció pero juró guardar el secreto. —¿Lo hará?— cuestionó incrédula.  —Claro que lo haré— La fuerte voz de Mauricio les llegó de pronto, dejándolas sin palabras. Camila giró despacio sobre sus talones y lo contempló unos instantes. Él no la miraba, solo tenía sus ojos clavados en Esther que se ocultaba detrás de su pequeño cuerpo, algo completamente inútil teniendo en cuenta que ella era unos centímetros más alta que Camila. —Nos alegra saber que es hombre de palabra — dijo a Camila intercambiando su mirada entre las dos personas que la acompañaban. Algo sucedía allí y ella no lo terminaba de ver. —Señorita Camila, su madre la buscaba dentro — indicó Mauricio. Camila contempló un segundo a Esther que asintió con un corto gesto de cabeza, por lo tanto simplemente la dejó y salió de allí, dejando a su amiga con aquel hombre que parecía enfadado y ¿qué era lo otro que transmitían sus ojos? En cuanto ingresó al salón se quedó congelada. Juan Pedro bailaba animadamente con Margarita. El sentimiento de no llegarle ni a los talones en hermosura a aquella bella mujer la hicieron sentirse pequeña, y odiaba con el alma aquel sentimiento. En cuanto estuvo dispuesta a abandonar el lugar, una fuerte mano la detuvo. Miró hacia arriba y vio a Omar sonriendo, demasiado divertido. —Si te vas, ella gana — susurró a la muchacha. —No estoy en una competencia por nada — aseguró ella frunciendo el entrecejo —, asique no gana nadie aquí.  —Me gusta como pensás — le susurró acercándose al oído de la castaña, con sus ojos negros clavados en Juan que lo vigilaba desde su puesto en la pista, cortando la conexión visual solo cuando el baile lo obligaba. —¿Y vos? ¿Estás disfrutando la fiesta? —Un montón — dijo sonriente mientras cambiaba, muy despacio, su vista del hombre a la bonita mujer —. Además llegó cierto hombre que querías conocer — agregó haciendo que ella brincara de emoción.  Juan debió contener los celos que le comían las entrañas al ver aquel amistoso intercambio. Odiaba a Omar, odiaba la cercanía que tenía con Camila, odiaba que  estuviera parado a su lado mientras él se veía obligado a bailar con Margarita solo por expreso pedido del padre de la muchacha. El sentimiento se incrementó cuando notó a Camila enroscando su delicado brazo en el hombre y caminando con él a Dios vaya a saber dónde. La mueca de disgusto no la pudo evitar y apenas terminó el baile dejó a la muchacha plantada en la pista mientras él salía disparado hacia la puerta por donde, hace unos momentos, había desaparecido Camila. La encontró plantada frente a un anciano, con esa sonrisa que no presagiaba nada bueno. Decidió no acercarse y esperar a que los eventos se desarrollaran solos.  Con una copa de vino en la mano observó cómo ella comenzó a decir algo sobre la inteligencia de las mujeres y cómo, de a poco, sus mejillas se teñían de ese bonito colorado producto del ferviente discurso que escupía contra el hombre. Dejó su puesto cuando ya llevaba varias piezas de baile plantado en ese lugar. Parecía que Camila no terminaría jamás aquella discusión y él debía contactar a unos cuantos posibles socios. Cuando la joven terminó de desarmar cada uno de los argumentos del hombre, se sintió extasiada. El anciano había terminado tartamudeando y recurriendo al discurso de que las mujeres no comprendían de política ni derecho, cosa que Omar se encargó de refutar. Hacían un buen equipo con aquel hombre, seguro que juntos serían implacables. —Vamos a bailar la siguiente pieza antes de que comiences a pelear con otro anciano — bromeó Omar. En cuanto retornaron a la pista se volvió a encontrar a Juan bailando con Margarita. ¿Es que acaso esa mujer era la única en todo el bendito salón? Al parecer para Juan Pedro Rodríguez sí lo era.  Se tragó los celos, levantó la barbilla y caminó directo hacia ellos, colgada elegantemente del brazo de Omar. Si a Juan no le gustaba lo que veía bien se podía ir. La noche siguió transcurriendo mientras que un caballero tras otro invitaba a Camila a bailar. La muchacha no quería hacer aquello, pero estaba segura que si se quedaba quieta durante más de un minuto rompería en un llanto lastimero y patético. No, ella se negaba a ser una triste señorita con el corazón destrozado. No, ella seguiría adelante. Si Juan quería bailar toda la noche con Margarita y a ella seguir ocultándola entre las sombras, entonces ella podía hacer lo mismo. Juan, desde su posición en aquel rincón, rodeado de hombres de negocios que hablaban sobre cosas que poco le importaba en ese momento, vigilaba a cada hombre, muchacho y anciano que se acercaba a su Camila.  —En cualquier momento tendrá dos o tres propuestas sobre la mesa — La voz de Omar lo terminó de hundir en el mal humor. —Señor Acuña — saludó sin una pizca de amabilidad.  —Señor Rodríguez. Le comentaba aquí, al señor Martínez, que seguro su hija tendrá varias propuestas de matrimonio— dijo con esa estúpida sonrisa burlesca. Juan bebió un poco más de su vino. —Es posible. La señorita Margarita es muy guapa y refinada, seguro tendrá más de un pretendiente — dijo con ese tono de poder que utilizaba con todos, con todos menos Camila y Mercedes. Bueno, a veces con Sofía, pero era innecesario con ella que lo conocía tan bien. —Espero que sean buenos caballeros, como ustedes — dijo observando a ambos hombres. Es que cualquiera era un buen partido. Juan desvió la mirada con tan mala suerte que se cruzó con la de Margarita, que le sonrió coqueta mientras hacía una suave reverencia para él. Juan levantó la copa a modo de saludo y volvió a la conversación con aquellos hombres. Ni en sus más locas fantasías podría haber adivinado que Camila contempló todo el intercambio, tragando con fuerza el nudo que le apretaba la garganta mientras intentaba contener el sentimiento que amenazaba con abrirle el pecho. Rápidamente buscó a su padre con la mirada y, en cuanto lo vio, caminó hacia él, le explicó que no se sentía bien y suplicó retirarse, aun cuando a la fiesta le faltaba unas cuantas horas para terminar. A Juan Pedro le llevó unos buenos minutos notar que Camila ya no estaba, que toda la familia Olazabal no estaba. Intentó averiguar a qué se debía tan temprana desaparición pero nadie pudo dar una explicación precisa. Con la mente hecha un embrollo y el pecho apretado, volvió a la fiesta, después de todo Mercedes aún bailaba dentro con Tomás. ¡Dios, debía hacer que aquel asunto se encaminara a algo más que estas visitas infructíferas! ---------------------- A la tarde siguiente llegó a la casa de los Olazabal para finiquitar ciertos asuntos con el padre de familia. Aquel negocio de almendras y nueces estaba llevando demasiado tiempo. A él no le gustaba dilatar sus asuntos, le gustaba que todo se hiciera rápido y bien, algo que Olazabal no lograba concretar.  Cuando estuvo a unos cuantos metros del acceso, pudo ver cómo Villoldo abandonaba la casa Olazabal. La cara del hombre no la vio, ya que se encaminó hacia el lado opuesto por el que él llegaba, pero era una verdadera mierda verlo salir de allí. Todos sabían que él disponía de un buen anillo comprado hace un par de meses en la joyería más importante de la ciudad. Ahora salía de la casa de Camila y… No, no lo quería pensar porque se terminaría arrojando debajo de una carreta. Llegó más rápido de lo normal a la puerta de entrada de los Olazabal. Se topó con Camila que iba de salida, bastante concentrada en colocarse esos bonitos guantes blancos y ajustar el botón en su lugar.  —Deje que la ayude — le dijo al alcanzarla, tomando su delicada mano y prendiendo ese pequeño botón.  —Gracias, señor — respondió haciéndolo fruncir el entrecejo. Por detrás de la muchacha apareció su madre, por eso la joven había sido tan formal al hablarle. —Señora Olazabal — saludó separándose de Camila y odiándose por ser tan idiota de no juntar valor para proponer aquello que todas las jovencitas esperaban. "Todas menos Camila ", susurró su conciencia. Es que ella dejó muy en claro su falta de interés por el casamiento, aunque eso no justificaba su no accionar en relación a aquello. Él no lo proponía simplemente porque era un cobarde sin remedio.  ¿Qué lo hacía ser así? No lo sabía pero sospechaba que la mala relación de sus padres tenía algo que ver. No quería verse atado de por vida a alguien que lo hiciera infeliz, todo por respetar una estúpida norma social. Don Domingo tampoco se había casado por amor, y ese hombre era el más amable que jamás conocería jamás. Si el anciano se había visto atado a una relación forzosa, ¿qué quedaba para él? Así es como, a una temprana edad, decidió que el matrimonio no era para él. Pero ahora, con Camila enfrente, con Villoldo saliendo de su hogar, conociendo que era el dueño de un ostentoso anillo de compromiso, y con Omar cada día más cerca de ella, no sabía si en algún momento se la arrebatarían,  dejándolo con el corazón destrozado, sabiendo que sería el único culpable por aquello, todo por ser cobarde y no lograr formular aquella pregunta decisiva. —Mi marido está en su estudio— explicó la mujer —, pase — invitó dándole espacio. —¿Van de compras? — preguntó solo para lograr mirar a Camila unos instantes más.  —Sí, para el casamiento de Anselmo y Charlotte — explicó Camila —. A mi madre no le agrada que vaya, ¿pero no que es un buen amigo suyo? — preguntó con los ojitos brillantes. Vaya, odiaba que lo tratara con tanta distancia. —Sí, señora — afirmó cambiando su mirada de la menor a la madre —. Yo mismo iré con mi prima Mercedes— indicó volviendo a mirar a la bonita de Camila. —Oh. ¿Es así? — indagó curiosa la mujer —. Entonces no habrá problema en que Camila asista.  —Yo mismo velaré por ella — indicó el hombre. —Excelente. Porque no podré asistir y mi marido seguramente terminará con sus conversaciones de negocios sin dejar que ella se mueva de su lado. —No se preocupe, señora, yo responderé por ella — dijo inclinándose y mirando de esa forma tan particular a Camila. La joven quería saltar, llorar, besarlo y golpearlo, todo al mismo tiempo. Es que él, que había bailado dos piezas con la misma dama, las cuales después se enteró que fueron tres, ahora prometía cuidarla cuando en sus ojos revoloteaba otra idea. No podía procesar la situación, no era tan madura para hacerlo y la noche anterior había llorado hasta caer dormida, todo por culpa de ese asunto. Sí, ese era el nivel que podía manejar de desamor. —Bueno, madre — dijo finalmente—, debemos ir a la casa de doña Marta para los detalles de las telas — explicó sin perder la sonrisa.  La mujer asintió haciendo que ambas dejen a Juan Pedro completamente inmóvil en la entrada. Camila había sido demasiado fría y distante y él no daba con la razón. ¿Acaso Villoldo… No, él no podría haberlo hecho. Por Dios, que no haya pedido aquello.  Necesito respirar unas cuantas veces antes de encarar al padre de la familia Olazabal. Si habían novedades en aquel asunto tal vez se lo comentaría, o no si es que Mauricio aún no se lo proponía a la muchacha. "No, él no se lo había propuesto", se repitió una y otra vez mientras caminaba al estudio.  Para su desgracia el señor Olazabal no soltó una palabra sobre la visita de Villoldo, aun cuando él sacó disimuladamente el tema. Se iba a volver loco si no conseguía alguna noticia sobre aquello.
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