Capítulo 16

1920 Words
Ella vio cuando Juan llegó a la fiesta acompañado por Mercedes. Camila había llegado con los Acuña, ya que su padre finalmente no asistió y la dejó ir al saber que iría acompañada por aquella distinguida y extraña familia. Debió contener las lágrimas cuando no se acercó a saludar, también cuando no hizo nada al ver que bailaba pieza tras pieza con otros hombres. Necesitó de toda su fuerza de voluntad para no salir corriendo en cuanto lo vio dejar la fiesta. Gracias a Dios, Sofía estaba muy pendiente de ella. —No es un mal hombre, solo ha tenido… malas experiencias. Dale un momento para abrirse y, tal vez, lo entiendas— le dijo con su voz suave —. Escuchalo, si no te convence te vas — aconsejó.  No le llevó demasiado tiempo asentir y salir en su búsqueda.  —Yo la llevo— dijo Jerónimo a su espalda. Al ver al muchacho, montado en ese enorme caballo, sus ojos se abrieron por la sorpresa—. Vamos, señorita, no se va a caer, lo prometo — dijo sonriéndole.  —Sofía lo colgaría si me hace daño — sentenció conociendo a su amiga y lo estricta que resultaba ser. —Y Juan no me permitiría seguir disfrutando de… ciertos placeres — dijo —. Asique tranquila — aseguró ayudándola a subir. Ni bien se sentó en el animal, el joven aporreó al cuadrúpedo que partió a toda velocidad.  Llegaron antes de lo esperado. Realmente el caballo era rápido y la finca no estaba lejos. Jerónimo la ayudó a llegar a la puerta trasera y pidió a unas de las muchachas, que se mostraba demasiado interesada en él, que la custodiara hasta la habitación del patrón, por supuesto toda en la mayor de las discreciones. La joven la guió por los oscuros pasillos hasta la segunda planta, dejándola delante de una puerta que dejaba ver algo de luz por debajo de la misma. Necesitó varios minutos antes de reunir el valor para golpear. Se acomodó el vestido mientras esperaba, sin notar que su cabello estaba completamente revuelto. —Princesa — La voz de él le hizo levantar la cabeza.  Mierda, estaba hermoso con la camisa desordenada y sus pies desprovistos de aquellas botas que los cubrían hace unos minutos atrás. Juan tenía algo en su mirada, un brillo que ella no podía desentrañar.  —Yo… perdón por interrumpir su descanso— balbuceó.  —Vení— dijo tirando suavemente de ella para hacerla ingresar a su habitación.  El lugar era aún más amplio que el que tenía en la ciudad, mientras mantenía el orden y esa energía masculina muy propia de él. No pudo seguir inspeccionando porque lo encontró frente a ella, aguardando una explicación por su presencia allí.  —Perdón por molestar— dijo y él solo pudo negar con la cabeza. Es que no podía salir del asombro al encontrar a la muchacha dentro de su habitación.  —Princesa, no. Nunca me molestarias— pudo articular. —Yo… emmmm… Necesitamos hablar — pidió mirándolo tímidamente a los ojos. El asintió y la guió al borde de la cama. Tomaron asiento allí, con ella clavando su mirada en sus pequeñas manos y él sin poder apartar la suya de ella. —Lo siento — dijeron al mismo tiempo. Una risa boba los relajó a ambos y volvieron a guardar silencio, contemplándose a los ojos. —Princesa, te extrañé tanto — dijo no pudiendo aguantar más las ganas de besarla. Unió sus labios a los de ella, logrando que se acueste en el cómodo y amplio colchón. Sin  separar sus labios de los de ella, la desvistió con paciencia, rozando cada parte de su cuerpo con sus dedos, dejando que ella se perdiera con sus caricias.  En cuanto ambos estuvieron desnudos ubicó su cuerpo sobre el de ella y Camila, en un movimiento que él no esperaba, enroscó sus piernas alrededor de la cintura, con sus brazos sujetando el cuello. —Camila, ¿qué haces? — preguntó entrecerrados los ojos. —No me importa mantener mi castidad hasta el matrimonio, quiero todo con vos, lo que me quieras dar yo lo voy a aceptar, pero lo único que anhelo es que seamos uno, que solo por unos instantes nos unamos — pidió sintiendo como el pene de él ya estaba alineado con su entrada húmeda.  Solo necesitó un pequeño empujoncito para que la cabeza ingresara en ella. Juan jadeó conteniendo el impulso de hundirse más.  —Camila — susurró apretando los dientes. —Juan, mirame — ordenó. El abrió los ojos y clavó sus oscuros globos en los de ella —. Te amo — confesó —, y no sé qué pasa por tu mente, pero por la mía solo las ganas que tengo de que esto suceda — indicó.  —Princesa — susurró completamente afectado por aquella confesión—. Yo también te amo — le dijo antes de besarla con amor, entregándose por completo en aquel gesto. Camila aprovechó la situación y empujó un poco más, logrando que él se hundiera unos cuantos centímetros.  —Por favor, Juan — pidió al sentir que él se tensaba. —Escuchame, princesa. Vamos a ir con cuidado, no quiero lastimarte — explicó como siempre lo hacía, con tanta paciencia y amor que a Camila se le derretía el corazón.  —Yo obedezco— dijo orgullosa por su obediencia momentánea.  —Eres adorable — masculló apretando la mandíbula, conteniendo la ternura que le causaba esa mujer —. Voy a ir lento — explicó empujando despacito. En cuanto sintió esa fina pared se detuvo. Contempló unos instantes a Camila, tratando de averiguar si aquello le causaba dolor. Ella lo observó a los ojos, demasiado expectante por lo que vendría —. Ahora voy a empujar un poco más fuerte — le susurró acariciando su pelito, ella asintió—, te dolerá, pero solo es un instante. Si molesta demasiado tenés que avisarme — dijo seriamente. Ella sonrió—. Camila — advirtió—, me vas a avisar si duele o molesta — sentenció.  —Tranquilo, yo puedo— aseguró.  Juan la besó rápidamente, sacó un poco su pene y volvió a hundirse con un poco más de fuerza. Camila necesitó respirar profundo, apretando los ojos y los puños para soportar ese dolor punzante. Supo que Juan no se movía y en cuanto abrió los ojos lo pudo contemplar, analizando sus facciones con sus oscuros ojos y la quijada apretada. Se notaba que estaba soportando las ganas de seguir empujando, pero se contenía por ella, para cuidarla.  En cuanto la joven sintió que ya no dolía elevó su mano para acariciar el rostro de Juan, depositando, luego, un suave beso en sus labios, completamente preparada para seguir adelante. El morocho empujó un poco más sintiéndose completamente enterrado en ella. Volvió a observar a Camila, sabiendo que ella estaba tolerando el dolor mientras que él se moría por volver a hundirse una y otra vez hasta llegar al cielo. Sí, era una mierda en toda ley. —Yo puedo— volvió a susurrar Camila. Él la estudió unos instantes, asegurándose que aquello fuera cierto y, cuando lo juzgó oportuno, comenzó el suave movimiento que lo haría perderse para siempre. Es que Camila era tan estrecha que lo apretaba de manera deliciosa, haciéndolo llegar al borde del orgasmo en un tiempo casi récord.  —Princesa, ¿estás bien? — preguntó sin dejar de moverse. —Sí— susurró ella. —¿Puedo ir un poco más rápido? —Sí.  Y no necesitó nada más para comenzar a embestirla un poco, solo un poco, más fuerte.  No le llevó demasiado tiempo antes de que el orgasmo reclamara su cuerpo, desparramándose dentro de ella, jadeando agitado mientras su mente navega por ese mundo placentero. Un rayo de conciencia lo despertó y rápidamente volvió a la cama, donde Camila estaba debajo de él, con una bonita sonrisa afectada. —¿Te lastimé? — preguntó realmente preocupado. —No. Para nada — susurró acariciándolo suavecito —. Fue… increíble— dijo parpadeando rápido para alejar las lágrimas. —Vas a ver que de a poco ya no dolerá y podrás disfrutar — explicó acomodando los cabellos castaños de ella. —Espero que sea pronto — bromeó, pero algo en su semblante le decía que no todo estaba tan bien. —Princesa, ¿qué pasa? — indagó frunciendo las cejas. —Me encanta que me digas princesa — confesó sin dejar de pasar sus suaves dedos por la quijada de él.  —Te llamaré así toda la vida si querés— prometió seriamente. —¿Toda la vida? ¿Siendo qué? ¿Esto? — preguntó. No quería hacer un berrinche allí, pero su corazón ya no podía más.  —¿Qué? — dijo saliendo de ella y acomodándose en la cama. —Lo siento. Yo… entiendo si no soy lo que buscás. Hice esto sabiendo que,  posiblemente, haya otra mujer que prefieras sobre mí. Yo, yo solo… —Camila, no entiendo lo que decís— la interrumpió acariciando su cabello. —¿Quién es Franchesca? — preguntó de golpe, sacándolo de sus pensamientos que trataban de hilar las ideas de Camila. —¿Franchesca? — preguntó.  —La nombrás mientras dormís. Lo siento, entiendo si estás esperando por ella, pero necesito saber — explicó sin dejar de mirar sus manos. —No, ella… no. Escuchá, ella… Dios — exclamó revolviendo su pelo —. Ella era una italiana con la que estuve en mi viaje a Europa — explicó con sus ojos brillantes de angustia —. Luego de haber intimado, yo le dejé claro que no quería nada más, no me casaría con ella — aclaró sintiendo de nuevo su conciencia susurrarle porquerías al oído—. La muchacha sabía que no iba a conseguir un buen matrimonio si alguien lo averiguaba. Se… — volvió a resolverse el pelo con nerviosismo—. Dios… se terminó arrojando por un acantilado — escupió intentando mirar a su dulce Camila a los ojos —, al parecer no pudo tolerar la vergüenza, o el rechazo, en serio no lo sé — dijo con la voz comenzando a quebrarse —. Dos días después encontraron su cuerpo en la playa — explicó finalmente sin poder mirarla. ¿Cómo lo iba a querer luego de saber aquello? ¿Cómo lo aceptaría cuando él había sido tan basura, tan porquería, con una dama de la misma clase que Camila? Ella, que defendía con uñas y dientes a las suyas, seguramente lo despreciaría por siempre, y eso, eso no lo podría soportar. Los suaves brazos de Camila lo envolvieron y, por primera vez, se permitió llorar. Le destrozaba el alma haber sido tan porquería con aquella joven, y por eso se negaba a hacer lo mismo con Camila, no, a ella no le haría eso, a ella la amaba con el alma, con el cuerpo, con la mente, la amaba más que a su propia vida y por eso no quería llegar a este punto, donde él tomó todo de su princesa. —Juan. No lo sabía. Lo lamento mucho — escuchó el susurro de Camila en su oído. —Princesa — sollozó apretándola aún más contra su cuerpo. La necesitaba, necesitaba que lo contuvieran a esos niveles que solo la castaña podía hacerlo. —Te amo — repitió ella una y otra vez en su oído, haciendo que liberara aún más lágrimas, sacando de su espíritu todo aquel sentimiento que lo asfixiaba.
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