Unos golpes a la puerta, terminaron de despertar a William, solo que esta vez, no alcanzó a dar su autorización, para que entrara quien tocaba, sino que, Raymond entró, seguido por varias doncellas, que tras una rápida reverencia ante el príncipe, siguieron al baño, para alistar la tina. —Demonios —gruñó William en el momento en el que su consejero abrió la cortina de par en par y dejó entrar los intensos rayos de sol, que alumbraban esa mañana. —Su Alteza… William —lo llamó el hombre con un poco de reproche en su voz, por la mala palabra —. Es hora de alistarse, recuerde que la reunión de hoy, podría considerarse como la más importante de todo el Reino y de su vida. No tuvo que decir nada más, para que William se levantara de la cama, su espalda dolía y estaba cansado, porque en esa