Capítulo I: La huida de los amantes

1209 Words
Rosbell caminaba sigilosa, entre la penumbra, solo la luz de Luna se colaba. Cuando Clarence se irguió su corazón dio un vuelco. Se quedó inmóvil, casi sin respirar, pero su hermana volvió la cabeza a la almohada y se durmió. Respiró con cuidado de no hacer ruido, abrió la ventana de cristal que daba al balcón. Se asomó y miró abajo al caballero de pie, cruzó sus brazos acariciando su bata de dormir, se dispuso a bajar a través de la pequeña escalinata de fierro. Antes de llegar fue sostenida por los fuertes brazos de John. —Suéltame —dijo rencorosa—. ¿Qué haces aquí? —He venido por ti, mi alma, no permitiré que otro hombre despose a mi mujer. Ella tragó saliva, hizo una mueca de fastidio —Baja la voz —dijo porque John hablaba muy fuerte—. No quiero que mi padre despierte. —¿Y qué? ¡Qué lo haga! De todas formas, le diré que serás mi esposa, que me perteneces en cuerpo y alma, y estamos hechos el uno para el otro. —Eso le dices a todas. —Eres la única, mi alma —dijo tomando su rostro, estaba por besarla y Rosbell resistía, pero John tenía un embrujo en sus ojos castaños que lo volvían adorable—. No hay en mi corazón otra mujer que no seas tú —dijo llevando la mano de la chica a su pecho, luego la besó con pasión. Ella se rindió, amaba a John Fortune. —¡Vámonos, John, huyamos lejos de aquí! Él no lo pensó, tomó su mano —¿Irías conmigo a cualquier parte? —Iría contigo hasta el fin del mundo —John y Rosbell caminaron por dos kilómetros, luego encontraron al caballo y a dos amigos de John, se alejaron de todo a galope, Rosbell sintió tristeza, mañana todo sería un caos en casa, pero decidió que alguna vez era bueno ser egoísta, si con eso lograba la felicidad. Abrazó la cintura de John con fuerza y no volvió la vista atrás. La mañana siguiente era soleada, hacía calor porque era agosto, Clarence abrió los ojos y se levantó, miró la cama de Rosbell encontrándola vacía, era raro que su hermana mayor despertara al alba, pero sabía que se daban casos. Se lavó los dientes y el rostro, se vistió y bajó al comedor, ahí estaba ya Mackenzie, bebiendo su té, su padre sentado en el lugar principal leía el periódico con interés. Clarence tomó lugar al lado de Mackenzie —¿Has dormido bien? ¿Rosbell sigue pegada a las sábanas? —preguntó su hermana y Clarence frunció el ceño, confusa, apenas iba a aclarar la situación, cuando su madre corrió veloz, emocionada y gritando —¡Oh, es maravilloso! ¡Qué noticia tan magnífica! —exclamó con algarabía, atrayendo la atención de los demás—. He recibido una carta de Lord Derickson —incluso el señor Rosenbaum abandonó la lectura, y los ojos se fijaron en Gema —¿Qué dijo? —Dijo que sí, en dos días viene al pueblo para celebrar su compromiso con ¡Rosbell! —la felicidad estaba en los ojos de Gema, las hermanas sonrieron plácidas, y el padre pudo respirar, sabía que siendo su futuro yerno podría otorgarle un préstamo con el cual sacar a flote sus tierras y su siembra. —¿Dónde está Rosbell? —Bueno… cuando desperté no la vi, creí que estaba desayunando. —Quizás fue a dar un paseo o tal vez fue con Ingrid  —dijo Mackenzie —¡Esa niña no entiende! Por lo menos ahora tendrá un esposo que la discipline —aseveró el padre con fastidio —No seas tan duro, Fred, no te das cuenta de que es gracias a Rosbell que saldremos adelante —dijo Gema, Mackenzie puso los ojos en blanco —Vamos, madre, de todas formas, saldríamos adelante, con, o sin, Lord Derickson. —¡Calla niña! ¿Tú que sabes de la vida? Eres una chiquilla, no sabes nada. Mackenzie tenía los ojos llenos de furia, odiaba que su madre siempre la menospreciara, iba a hablar, pero sintió la mano de su padre sobre ella, calmándola, era imposible que ganara una pelea a su madre, comprendió el mensaje porque era inteligente, asintió —Tal vez Lord Derickson no es un salvador, pero entiende, ser parte de su familia nos ayudará a que la hacienda cobre estabilidad y aprecio, además, ustedes, serán bien vistas, y conseguirán buenos maridos. Sobre todo, tú, Mackenzie, te librarás del vergonzoso asunto de hace tres años —Mackenzie enrojeció, se quedó muy callada—. Bueno, no te pongas así, dulzura, todos cometemos errores, pero ya verán, seremos muy dichosos —Gema estaba radiante, su frente lucía menos arrugas, y sus ojos grandes marrones eran dulces El sonido de la puerta alertó a la única servidumbre que tenían, Laurie se apuró a abrir, recibió a un hombre extraño, que no se adentró en casa, le extendió una carta —Es para la señorita Mackenzie Rosenbaum —Laurie la tomó, y el hombre se subió a su caballo, perdiéndose de vista. Era una situación extraña, la mujer fue al comedor y expuso la anécdota, entregando la carta a Mackenzie —¡Quizás sea un admirador secreto! —dijo Gema con emoción, la idea de que sus hijas se casaran y tuvieran un buen futuro era la única causa de su vida Mackenzie abrió la carta y leyó con atención, pronto su rostro blanco palideció, sus ojos azules se engrandecieron más, mientras su cuerpo se congelaba de terror: «Querida, Mack: Esta carta la he dirigido a ti, porque confío en tu buen juicio, de todos los Rosenbaum eres la más inteligente y fuerte, aunque lo niegues. Querida hermana, no puedo casarme con Lord Derickson, solo soy mujer de un hombre y ese es John Fortune, tenías razón cuando dijiste que mi mirada hacia él no era normal, lo amo desde tiempos inmemorables, lamento romper los corazones de nuestros padres y arrastrarlos a tan vergonzosa situación. Seguro de que piensas que soy egoísta y malvada, pero cariño, no puedo renunciar a mi felicidad por nadie, de todas formas, quedarme hubiese sido mi desgracia. Por favor, dile a mi madre que la amo y dile a papá que me perdone. Se que tú podrás arreglar esto, eres la gran esperanza de la familia, capaz de todo, incluso si la hacienda dependiera de ti, saldría adelante. Los quiero, Rosbell» Mackenzie no podía respirar normal, su corazón latía demasiado, no sabía que decir, mientras su madre la acosaba con mil preguntas que ella no respondía —¡Niña! ¿Qué sucede? —Mack, ¿Qué pasa? —preguntó su padre, pero Gema le arrebató la carta y Mackenzie intentó detenerla, pero era tarde. Gema comenzó a gritar —¡No pudo hacerlo! ¿Por qué mi niña? ¿Por qué me hizo esto? ¡Ay, no puedo, no puedo! —gritó mientras Clarence intentó consolarla abrazándola con fuerza —Rosbell huyó, padre, se escapó —dijo Mackenzie y observó a su padre palidecer, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas Gema cayó al suelo como una ficha de dominó, y todos enloquecieron de preocupación.
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