Clarence admiraba un jarrón de plata precioso y antiguo, quiso tocarlo, pero a punto estuvo de hacerlo añicos contra el suelo, sin querer, si no fuera por la llegada de August que detuvo la inminente caída —¡Lo siento! —exclamó con las manos en su boca y las mejillas encendidas —No se preocupe, señorita, no ha pasado nada —inquirió con una mirada profunda—. Me alegra verla de mejor ánimo. —¿Eh? Sí… —balbuceó bajando la mirada, August sonrió al verla de esa forma, tan infantil y tímida —Espero que considere mejor sus intenciones, y que pueda notar que la vida es muy buena, después de todo. Clarence alzó la vista, encontrando esos ojos castaños y esa sonrisa dulce, quiso decir algo más, pero Mackenzie apareció, pisando tan rápido que apenas dio tiempo para que la siguiera Caminaban por