—Señor Nathan, por favor suélteme la mano que yo puedo caminar sola, ¡me está lastimando! —rogó Sabrina por un poco de piedad de aquel iracundo hombre, caminando con mucha prisa. Mientras que Nathan con sus labios apretados, y el ceño fruncido seguía caminando con largas zancadas a propósito, yendo a un ritmo tan rápido que la pobre Sabrina tenía que correr porque los pasos de él eran mucho más largos. Así que el hombre mirando hacia donde estaba su auto, muy enojado le respondió: —¡No, no te voy a soltar, y recuerda que debes decirme mi señor, ahora por eso recibirás tu castigo cuando lleguemos a casa! Sabrina muy asustada porque no sabía qué clase de castigo iba a recibir de ese hombre con la voz casi quebrantada de miedo le contestó: —¿Y que me va a hacer? Recuerde que no puede golp