Sabrina con los nervios de punta, leyó poco a poco aquel papel, miró cada uno de los artículos y como eran pocos se los aprendió en un dos por tres. Entonces, ella muy alterada, firmó aquel contrato matrimonial, y a su vez, tratando de contenerse las ganas de llorar del miedo que sentía. La pequeña rubia tenía prácticamente el corazón en la boca, porque presentía en que Nathan no iba a cumplir con el acuerdo. Mientras que Nathan, sentado desde el otro extremo, veía con mucha furia cada uno de los movimientos de la rubia. Así que, ella con manos temblorosas, dejó el papel sobre una pequeña mesa de vidrio que estaba allí presente en esa gran oficina lujosa y con la voz un tanto quebrada le dijo al hombre quien desde el otro extremo la observaba con mirada asesina. —Ya lo firmé señor Nathan