La oficina de Carlos Ertorini estaba tan impecable como siempre, con su diseño amplio y costoso que gritaba poder y control. Enrique, nervioso, ajustaba el cuello de su camisa mientras su jefe lo observaba desde detrás del escritorio.
—Habla, Murray. —Carlos hizo un gesto impaciente con la mano, sus ojos penetrantes clavados en Enrique.
—Señor Ertorini, tengo novedades importantes. —Enrique respiró hondo antes de continuar—. Primero, el rapero Jason King, conocido por sus millones de fans, resulta ser parte de la pandilla llamada “Los Burguesos”. Según la experiencia que tuve el otro día tras recoger a mi hermana, al final nos llevaron a casa, también es amigo cercano de Rocío, la mujer del video que mostré en el Show de Bananito Sudaca.
Carlos entrecerró los ojos, su ceño fruncido apenas perceptible.
—Interesante... pero irrelevante para lo que necesitamos, ¿o no? —preguntó con tono frío.
—Así es, señor. —Enrique tragó saliva—. Pero la conexión con Rocío es de peso. Mi hermana Estela logró... hablar con Emilio. El fantasma. —Dudó por un momento, esperando la reacción de Carlos.
El rostro de Carlos se endureció, pero no dijo nada, así que Enrique continuó.
—Emilio le dijo que en su vida pasada lo mataron por dinero, pero mi hermana confirmó que es él. Ella puede ver a los fantasmas, señor. Lo que significa que podríamos usarla para acercarnos más a Rocío y, eventualmente, a Emilio.
Carlos permaneció en silencio por unos segundos, su mirada fija en Enrique, calculando.
—Entonces, todo gira alrededor de esta mujer, Rocío. —Finalmente, su voz rompió el silencio como un filo cortante—. Es el núcleo, el vínculo entre los fantasmas y nosotros. Si queremos a Emilio, necesitamos llegar a ella.
—Exactamente, señor. —Enrique asintió rápidamente—. Con más tiempo, puedo hacerme amigo de Rocío, ganarme su confianza.
Carlos apoyó los codos en el escritorio, juntando las puntas de los dedos frente a su rostro.
—Te lo concedo. Pero quiero resultados, Murray. Más detalles sobre Emilio. Y quiero conocer a tu hermana.
Enrique abrió los ojos, sorprendido.
—¿A mi hermana?
—Sí. Si ella tiene esa habilidad, merece trato preferencial. Podría ser más útil de lo que piensas.
Enrique dudó un momento, pero asintió.
—Como diga, señor. Le hablaré de usted.
Carlos se inclinó hacia atrás en su silla, una sonrisa astuta jugando en sus labios.
—Hazlo. Y recuerda, Murray, no tolero fracasos.
Enrique asintió una vez más antes de girarse para salir de la oficina, sintiendo el peso de la conversación sobre sus hombros. Mientras cerraba la puerta, Carlos se quedó mirando por la ventana, su mente trabajando rápidamente en el siguiente movimiento.
Enrique apenas había salido de la oficina cuando el sonido del interfón interrumpió la calma. Carlos, aún reflexionando sobre lo último que escuchó, presionó el botón.
—¿Qué ocurre? —preguntó, su tono cortante.
—Señor Ertorini, el empresario King ha aceptado su solicitud de reunión —anunció su secretaria.
Los labios de Carlos formaron una delgada sonrisa.
—Perfecto. Haz que preparen la limusina. Salgo en cinco minutos.
Unos momentos después, Carlos subió a su vehículo, dirigiéndose hacia un complejo apartado, con fachadas gastadas y paredes cubiertas de grafitis que contaban historias de rebeldía y abandono. La limusina frenó frente a una entrada aparentemente cerrada, pero dos hombres negros robustos salieron de las sombras, abriendo el portón con rapidez.
—Síganme —dijo uno de ellos con voz grave, escoltando al empresario hacia el interior.
El lugar, aunque deteriorado por fuera, mostraba un contraste radical al adentrarse: un área decorada con un lujo decadente, donde el poder y el exceso convivían sin restricciones. Al centro, Adebayo King se encontraba cómodamente sentado ante una mesa de madera maciza. Frente a él emocionado, un filete de tamaño descomunal servido en su plato. A los alrededores se escuchaba música de rap a un discreto volumen.
Una mujer rubia, voluptuosa, vestida con un provocativo disfraz de enfermera de color rosa, incluyendo cofia y luciendo unas brillantes pantimedias, se inclinaba hacia Adebayo con una mezcla de sensualidad y preocupación.
—Señor King, tanta carne podría arruinarle la salud —le dijo con una voz cantarina mientras jugueteaba con el borde de su putivestido.
Adebayo rió una carcajada profunda que resonó en la habitación.
—No te preocupes cariño. Todavía estoy vivo, ¿no? —replicó antes de dar un bocado generoso al filete.
En ese momento, uno de los hombres que escoltó a Carlos apareció en la puerta.
—Jefe, el señor Ertorini está aquí.
Adebayo dejó el cuchillo sobre la mesa, mirando hacia la entrada con una sonrisa que no disimulaba su deleite. Antes de responder, extendió una mano y, con un movimiento lujurioso y descarado, dio una nalgada a su "enfermera".
—¡¡Que pase!!
Carlos entró al salón con pasos firmes, aunque no pudo evitar notar los ojos de los hombres en él, analizando cada movimiento.
—Carlos, amigo mío. —Adebayo extendió los brazos en un gesto amplio—. Bienvenido. Ven, siéntate. ¿Quieres un filete? Está de muerte.
—Gracias, pero ya comí. —Carlos declinó con cortesía.
—Entonces ¡tráiganle una chela a mi invitado! —ordenó Adebayo con voz autoritaria, mirando a uno de sus hombres.
Carlos tomó asiento frente a él, aceptando la botella que le ofrecieron. Da un trago antes de responder, dejando que el ambiente cargado de tensión se acomodara a su favor.
—Y bien, Carlos. ¿A qué se debe tu visita? ¿Qué necesitas de mí? —preguntó Adebayo, llevándose otro trozo de carne a la boca.
Carlos colocó la botella sobre la mesa con cuidado y sacó una fotografía de su chaqueta.
—Quiero muerto a este hombre. —Deslizó una fotografía hacia Adebayo, mostrando el rostro de Jianming Wong.
Adebayo miró la foto y soltó una carcajada, larga y sonora.
—¡Eh je je! Sí que la hiciste grande, pendejo. ¿Ya leíste el periódico?
Sin esperar respuesta, Adebayo tomó un diario que descansaba sobre una pila desordenada y lo abrió, mostrando un artículo destacado.
—Mira esto. —Dijo mientras señalaba con el dedo.
Adebayo tomó el periódico y leyó rápidamente el artículo en cuestión mientras la enfermera tal cual adorno, escuchaba de pie mientras sostenía una botella de alcohol en una posición coqueta.
"Las actuaciones recientes con la audiencia de la Familia Reemann contra el Banco Benemir fueron breves. La intervención del abogado sustituto Jianming Wong tomó por sorpresa a todos los presentes, incluso al juez y a la misma abogada defensora. Con tan solo mencionar el video mostrado en el Show de Bananito Sudaca, que parecía irrelevante e inverosímil, fue suficiente para que la abogada defensora solicitara suspender la sesión hasta la próxima fecha de audiencia."
Carlos apretó los dientes, dejando azotando la botella de cerveza sobre la mesa con un leve golpe.
Adebayo limpió con un gesto pausado la comisura de sus labios, donde un fino hilo de grasa del filete había escapado. Miró a Carlos con la tranquilidad de quien lleva décadas en el juego de los negocios sucios.
—Vamos, Carlos. ¿Por qué tanto afán? No es que me preocupe hacerte el favor, pero ¿matar a este hombre? —dijo señalando la foto de Jianming Wong que aún descansaba sobre la mesa—. Te lo diré clarito: se supone que ustedes son los buenos y nosotros los malos.
Carlos entrecerró los ojos, con la mandíbula tensa como si la frase hubiera sido un latigazo a su ego.
—No estamos hablando de moralidad, Adebayo. Esto es cuestión de supervivencia.
—¿Supervivencia? —Adebayo lanzó una carcajada que resonó en el comedor decorado con luces de neón parpadeantes y grafitis que cubrían las paredes. Una que otra cucaracha cruzaba como si aquel espacio fuera su legítimo hogar. —Por favor, hermano, a tu edad ya deberías saber que la supervivencia es de los inteligentes, no de los desesperados.
—Tengo al gobernador en el bolsillo. No es algo que me lo impida.
Adebayo levantó una ceja, como si acabaran de contarle un mal chiste.
—¿Por cuánto tiempo? Las elecciones están a la vuelta de la esquina. Y créeme, con lo que acaba de pasar, no tendrás tiempo de comprar al siguiente títere en turno. —Se inclinó hacia adelante, apoyando sus grandes manos sobre la mesa—. Si decides mover ficha y matas a ese abogado... ¿qué crees que pasará?
Carlos no respondió de inmediato. Su rostro era una máscara de indecisión, pero sus ojos chispeaban de rabia contenida.
—Te lo diré yo. —Adebayo se recargó en su asiento, cruzando las manos sobre su prominente abdomen—. Lo que pasó ayer, ya es de interés público. Tu video en el show de ese ridículo payaso fue un clavo en tu ataúd, y estarás bajo investigación… ¡¡TE ACABAN DE METER UN CALAMBRE!! —. Por último gritó Adebayo.
Carlos apretó el puño y le dio un sorbo a la cerveza que Adebayo había ordenado para él.
—Ese maldito video... —murmuró.
—¿Lo viste completo? —Adebayo sonrió mostrando sus dientes blancos como perlas—. Yo sí, y te diré algo: fue entretenido. Quizás tu fantasma no sea el problema, sino el principio de algo más grande.
Carlos permaneció en silencio, con la mente calculando alternativas, mientras Adebayo devoraba el último trozo de su filete, dándole una nalgada más a su enfermera antes de levantarse.
***
El ruido de la multitud era cada vez más insoportable. Decenas de personas se habían reunido frente a su casa, con celulares en mano, buscando capturar un atisbo del "fantasma" que había protagonizado el infame video del Show de Bananito Sudaca.
Algunos gritaban preguntas. Otros simplemente grababan la fachada. Una mujer incluso rezaba en voz alta, convencida de que aquello era una señal divina. Rocío, detrás de las cortinas, miraba horrorizada cómo la situación se salía de control.
El teléfono temblaba en sus manos mientras marcaba de manera frenética.
—¡Policía! ¡Necesito ayuda! —exclamó apenas le contestaron.
Apenas colgó, marcó el siguiente número.
—Jeremy, por favor, ven rápido... no sé qué hacer. Esto es un infierno. Están rodeando mi casa... —Su voz temblaba, el agobio era palpable en cada palabra.
Finalmente, llamó a Jasón.
—¡Jasón, necesito que vengas ahora! Esto es un desastre. — Buzón de voz, Jasón no pudo contestar.
Afuera, la multitud no mostraba señales de dispersarse. En cambio, parecía crecer con cada minuto, alimentada por rumores y el morboso deseo de ver algo sobrenatural, incluyendo carteles con algún dibujo descriptivo de lo que es un fantasma. Rocío sabía que la situación estaba a punto de explotar.
CONTINUARÁ ------->