Carlos salió del complejo “abandonado” con una sonrisa sutil, como si todo estuviera bajo control, pero sabía que no podía relajarse aún. El aire de la ciudad lo envolvía mientras caminaba hacia su limusina. La puerta se cerró con un golpe sordo, aislandolo del mundo exterior. Sin perder tiempo, sacó el teléfono y marcó.
—Enrique —dijo en cuanto escuchó el tono de llamada. Su voz era firme, casi fría, sin espacio para sutilezas—. La dirección de la casa en el video. Necesito que me la des ahora.
El silencio al otro lado de la línea duró unos segundos. Enrique, siempre tan impreciso en sus reacciones, finalmente respondió con su voz apagada.
—Sí... claro. Es en Polución 45 del distrito C. Está en el video, como lo pidió.
—Gracias. —Carlos colgó sin más, como si ya hubiera terminado todo lo necesario. Miró más el teléfono y se acomodó en el asiento, sus ojos recorriendo las calles, pero su mente ya estaba en otra parte.
No pasó ni un minuto antes de que marcara nuevamente, esta vez a Leny. La orden era clara.
—Necesito que investigues al dueño de esa casa —dijo, su tono aún seco—. Si confirmas que es Rocío Albameira, quiero saber dónde trabaja. Voy a darte la dirección. No quiero sorpresas.
Un murmullo en la línea indicó que Leny asentía al otro lado, un “sí, Carlos” apenas audible. Antes de colgar, Carlos añadió con voz baja:
—Y asegúrate de que no haya fallos.
Luego se reclinó, y la limusina comenzó a rodar por la ciudad, su destino aún desconocido para aquellos que creían saber lo que estaba pasando.
***
El caos era palpable. La multitud había rodeado la casa, la gente esperaba, casi ansiosa, con cámaras en mano, como si esperaran ver a un fantasma real. Rocío, atrapada dentro, observaba desde la ventana el frenesí afuera. Era surrealista. La presión era insoportable, las voces externas se filtraban como murmullos en su mente, cada uno peor que el anterior. No podía ir a trabajar. No podía salir. Su vida estaba detenida por la curiosidad morbosa de quienes se habían convertido en cazadores de fantasmas.
Israel, Hans y Emilio estaban con ella, en el pequeño vestíbulo de la entrada. La mirada de Rocío era firme, pero sus manos temblaban.
—Por favor danos órdenes para ir y dispensar esa multitud — Dijo Hans.
—No lo haré. —Su voz, quebrada por la tensión, llenó el aire denso del salón—. Si salimos y hacemos algo, les estaremos dando lo que quieren. Prefiero esperar a que llegue la policía y a Jeremy. Él sabrá cómo manejar esto.
Hans, que hasta ese momento se había mantenido quieto, la observó con los ojos cargados de una mezcla de comprensión y pesar. De todas las personas aquí, él entendía el peso de la situación más que nadie.
—No podemos dejar que esto crezca —dijo Israel, impaciente, mientras miraba por la ventana a la multitud que aumentaba en número—. Si nadie hace nada, esta gente se desbordará.
Emilio frunció el ceño, pero mantuvo su voz calmada.
—Hay que disolver a la multitud, pero... si lo hacemos, ¿qué sucederá luego? No es una simple turba. Son como animales... buscando algo que no entenderán.
Rocío, aún más tensa, cerró los ojos y dio un paso atrás. Su respiración se entrecortaba mientras las palabras salían de su boca como una orden.
—No. Si actúan, están cediendo al juego. No vamos a hacer lo que ellos esperan. Vamos a esperar a la policía, y a Jeremy. Él sabrá qué hacer.
Entre la multitud, los murmullos y las cámaras, Hans observó a dos personas entre la gente. Algo en ellos lo perturbó profundamente. Su corazón dio un vuelco, y su mirada se endureció.
— Otto, Hilda— Hans reconoce que son sus hijos mayores. Los dos estaban allí, mezclados con la multitud, como si esperaran ver el espectáculo. Hans los observó en silencio, su rostro grave. Algo en su interior gritaba, pero se quedó quieto. No podía hacer nada. No debía hacer nada aún.
No eran más que figuras lejanas en un mar de rostros desconocidos, pero para Hans, verlos allí, en ese lugar, lo atravesó. La culpa lo golpeó fuerte, pero se reprimió. Sabía que este no era el momento.
La sirena de la policía se oyó a lo lejos, cortando la tensión del aire. Las luces azules reflejan el caos de la multitud, y finalmente, Jeremy apareció, flanqueado por varios oficiales. Caminó con paso decidido, su figura alta destacándose en medio de la aglomeración. Su intento de calmar la situación fue inmediato.
—¡Escuchen! —gritó, alzando las manos—. ¡No hay fantasmas aquí! ¡No hay nada que ver!
Pero en ese preciso momento, una voz se alzó de entre la multitud.
—¡Ése es el tipo del video! ¡Él también estaba ahí! —gritó alguien, señalando a Jeremy con el dedo, haciendo que la presión sobre él aumentara de inmediato.
Jeremy, tratando de mantener la compostura, intentó hablar, pero las palabras se perdieron en los gritos de la multitud. No pudo controlarlos, no pudo calmar la creciente histeria. En lugar de ser una voz de razón, fue atrapado en la vorágine.
La policía, con rapidez, pidió refuerzos anti motines. No pasó mucho tiempo antes de que las unidades llegaran para dispersar a la gente, empujándolos con fuerza pero sin causar heridas graves. El caos comenzó a ceder.
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El ambiente seguía tenso, pero al menos la multitud había sido dispersada, aunque el rastro de su presencia aún pesaba sobre la casa de Rocío. Dentro, el aire parecía más pesado que nunca. Jeremy se quedó unos segundos observando a Rocío, su cuerpo encogido sobre el sillón, en un estado de agotamiento emocional tan profundo que no era difícil entender lo que había ocurrido. El miedo, el dolor, y la vulnerabilidad de ella la calaban hasta los huesos.
Uno de los médicos que estaba allí para supervisar el estado de Rocío se acercó a él. Jeremy, con el rostro serio, no esperaba más que la confirmación de lo que ya temía.
—¿Cómo está ella? —preguntó, con la voz grave, casi sin poder mirar al doctor a los ojos.
El médico lo miró con cautela, su tono profesional, pero con una preocupación apenas contenida.
—Ha sufrido un colapso nervioso, señor Wong. La presión fue demasiado para ella. Necesitará atención constante.
Jeremy asintió, ya sabiendo lo que debía hacer. No iba a dejar que Rocío quedara en manos de su angustia. Como si todo el peso del mundo cayera sobre sus hombros, sacó el teléfono y rápidamente marcó el número de Jiji, el jefe de la librería donde trabaja Rocío.
El tono del teléfono resonaba, y al tercer timbre, la voz familiar de Jiji apareció al otro lado de la línea. Jeremy no perdió tiempo en dar la noticia.
—Jiji, soy Jeremy. Rocío no podrá ir a trabajar hoy ni los próximos días. Está... en un estado grave, emocionalmente.
Hubo una pausa. Jiji, siempre tan pragmático, no se mostró sorprendido, pero la preocupación se le notaba en el tono.
—¿Qué ha pasado, Jeremy? ¿Está bien?
—No, no está bien —respondió Jeremy, mirando a Rocío de reojo mientras el dolor en su pecho se volvía más punzante—. Ha tenido un colapso nervioso. No puede ir a trabajar, no puede hacer nada hoy. Y, con suerte, no podrá hacer nada en varios días. Lo que ocurrió afuera... fue más de lo que ella podía soportar.
Rocío, que estaba en el fondo de la sala, escuchó las palabras de Jeremy, pero su mente estaba nublada por el cansancio y el miedo. Sentía la incomodidad en su pecho, la presión de todo lo sucedido, pero al mismo tiempo, algo la incomodaba en la conversación que estaba teniendo Jeremy con Jiji.
—¿Por qué estás llamando? —le preguntó, levantándose un poco, la voz quebrada, más molesta que preocupada.
Jeremy se giró hacia ella con los ojos llenos de ternura, pero también de frustración. Sabía que Rocío estaba pasando por una jodida interna que la hacía reaccionar de esa forma.
—Rocío... —su voz era baja, calmada, pero llena de la seriedad de la situación—. No estás bien. Y no puedes ir a trabajar. Lo he hablado con Jiji, te voy a cuidar, ya no puedes cargar con esto sola.
Ella, visiblemente alterada, frunció el ceño.
—No... No lo quiero. —Su tono era desafiante, pero sabía que el peso de todo lo que había ocurrido la estaba consumiendo.
Jeremy hizo una pausa, conteniendo la ansiedad que sentía por ella. Finalmente, aceptó que no podía hacerla reaccionar de inmediato.
—Te estoy diciendo que no vas a poder ir a trabajar hoy, y tal vez no en varios días. Tienes que descansar. Has hecho suficiente por hoy.
Jiji, al escuchar la situación de manera más detallada, respiró hondo. Sabía que Rocío era una buena persona, alguien que no se dejaba vencer fácilmente.
—Entiendo, Jeremy. —La voz de Jiji era seria, pero al mismo tiempo comprensiva—. Que se tome una semana. Necesita tiempo para recuperarse.
Jeremy no pudo evitar sentirse aliviado al escuchar esas palabras. Aunque la situación era crítica, al menos Rocío no tendría que preocuparse por perder su empleo. Agradeció brevemente antes de colgar y se giró hacia Rocío, que ahora estaba completamente quieta, mirando hacia el vacío.
Pero algo cambió. En un parpadeo, la joven dejó de moverse y cayó hacia un costado. El pánico recorrió la columna de Jeremy al verla desmayada, sin fuerza para mantener la conciencia.
—¡Rocío! —exclamó, acercándose rápidamente y tocando su muñeca. La presión arterial era débil.
—¡Necesita ser atendida ya! —gritó a los oficiales cerca de la entrada. Los policías se apresuraron hacia ella, con uno de ellos sacando su radio para pedir una ambulancia de inmediato.
Mientras tanto, Jeremy tomó su teléfono una vez más, esta vez con rapidez.
—Yo me encargaré de los gastos médicos —dijo con voz firme a uno de los oficiales, quien lo miró brevemente con sorpresa. Jeremy ya no tenía tiempo para explicaciones.
Los oficiales empezaron a tomar la declaración de Rocío mientras la trasladaban hacia la ambulancia. Jeremy, con el corazón en un nudo, firmó el testimonio que ellos le pasaron rápidamente, aún sin poder procesar por completo lo que estaba ocurriendo. La atmósfera dentro de la casa era densa, como si todo el aire estuviera impregnado de angustia.
—Llévenla al hospital. Que no haya demoras —dijo, casi como una orden, a los oficiales que la levantaban con cuidado para colocarla en la ambulancia.
El sonido de las sirenas comenzó a mezclarse con el dolor en su pecho. Se quedaría con ella, sin importar nada más.
La ambulancia se alejó rápidamente, mientras Jeremy, con la mirada fija, permanecía allí, con la sensación de que este era solo el principio de un largo camino hacia lo desconocido. Al mismo tiempo que Israel, Hans y Emilio sobrevolaban por encima y siguiendo a la ambulancia en marcha.
CONTINUARÁ ------->