Eran pasadas las once de la mañana y me encontraba sentada en el sofá viendo una película, cuando la puerta del apartamento se abrió, miré en su dirección y vi, divertida, cómo Allie entraba intentando no hacer ruido. —Con que te dignas a aparecer… —gruñí mientras le lanzaba uno de los cojines que tenía a la mano. —Lo siento, lo siento —se agachó y tomó el cojín—. ¿De dónde sacaste esto? —Lo compré en el mercadillo de pulgas, ¡el sábado! Lo sabrías si no llevaras dos días durmiendo fuera de casa. —Buen punto, lo siento —dijo riendo y acercándose a mí. —No puedes simplemente desaparecer y ya, Allie. —Lo sé… Pero no es como si no te hubiera avisado a dónde iría. —Sí, pero pasé toda la mañana del sábado preocupada, ¿no pudiste mandar un mensaje? Escribir: “Hola, Bárbara… aún en casa de