—¿Disculpa? —Mis ojos se abrieron como platos. Sus palabras aún no habían hecho eco en mi mente.
—Pueden mudarse conmigo los dos. No tienen que quedarse en este hotel—, añadió, lanzándome una mirada de desaprobación.
Era evidente. No me hospedaba en un hotel de lujo, pero eso no significaba que debía mudarme con él de inmediato. Después de todo, sólo estaría aquí tres días.
—No te preocupes —respondí—. Sólo es por un corto tiempo. Nos vamos el viernes.
Apenas me quedaban tres días en Chicago. El tiempo volaba y pronto todo volvería a la normalidad.
—¿Y si no te vas?—, soltó, mientras se humedecía los labios.
El instinto me hizo morderme el labio inferior. Debería dejar ese hábito, pero cada vez que Enzo estaba cerca, era inevitable.
—Enzo, seamos realistas. Estudio en Londres y vivo allá. No puedo simplemente mudarme aquí de un día para otro, y menos abandonar mis estudios así, sin más. Es demasiado tarde para hacer ese cambio—, intenté razonar.
Su expresión denotaba inconformidad. Sabía que no sería tan fácil convencerlo.
No hacía mucho que lo conocía, pero estaba claro que Enzo no era un hombre que aceptara un "no" por respuesta. Seguramente no habría llegado tan lejos si no fuera por esa tenacidad.
—Si ese obstáculo no existiera, ¿lo harías? —preguntó, con una mirada insistente.
¿Hablaba en serio? Parecía que estaba decidido a hacer realidad algunos de sus deseos más profundos.
—Claro, mudarme sería ideal. Sin duda, lo mejor para el bebé. Pero como te dije, no puedo hacerlo ahora—, suspiré.
—Yo sí puedo cambiar eso. Dame un día. Haré unas llamadas y podrías estar en un hospital aquí el lunes, retomando todo justo donde lo dejaste.
La persistencia de Enzo comenzaba a hacerme reconsiderar. Mientras lo pensaba, su propuesta empezaba a seducirme.
¿Por qué no? Podría comenzar una nueva vida, y nuestro hijo tendría a su padre cerca. Era justo lo que siempre había deseado.
Pero también me aterraba estar tan lejos de mi hogar. Sólo imaginarlo me causaba vértigo.
—¿Puedo pensarlo? Es una decisión importante, y debo estar completamente segura—, expresé mis dudas.
¿Era mi imaginación o sus ojos brillaron un poco al escuchar mi respuesta? ¿Eso significaba que aceptaba esperar?
—Es una idea excelente—, respondió con calma.
*
Camino al ático de Enzo, agradecí no tener que tomar otro taxi. Me llevaba directamente y eso, sin duda, era un alivio.
No había empacado muchas cosas, y como no suelo desempacar en los hoteles, recogí todo rápidamente.
Mientras avanzábamos, la lluvia comenzó a caer. El día había estado gris, lo que tal vez explicaba mi dolor de cabeza persistente.
El silencio entre nosotros comenzó a volverse incómodo. Después de un rato, decidí romperlo.
—Entonces... ¿A qué te dedicas realmente?—, pregunté, intentando iniciar una conversación. No me gustaban las charlas triviales, pero debía comenzar por algo.
—Tengo mi propia empresa—. Fue una respuesta corta y directa.
—Oh, eso ya lo sé... Google me lo dijo. Enzo, necesito saber más de ti, no sólo generalidades.
¿Seguiría dándome respuestas tan vagas? Eso me frustraba. Hice un esfuerzo por iniciar una conversación, y recibía eso.
Su siguiente respuesta me tomó por sorpresa.
—¿Me buscaste en Google?—, preguntó, arqueando una ceja, sin apartar la vista de la carretera.
Tal vez fue mejor así, porque yo no podía dejar de mirarlo.
—Necesitaba saber quién eras, o al menos cómo encontrarte—, respondí con sinceridad.
—Ya veo—, dijo, con esa expresión que me incomodaba.
—Recordaba que eras más hablador—, murmuré, esperando que no me escuchara.
Pero tuve mala suerte.
—¿Ah, sí?—, sonrió. —No recuerdo que habláramos tanto... especialmente la última vez que llegamos a mi casa.
Mi rostro enrojeció al instante, los recuerdos se agolparon con sus palabras.
Y claro, justo en ese momento tuvo que mirarme. Quería desaparecer de la faz de la tierra.
Esperaba que esas insinuaciones no se volvieran costumbre...
—¡Ohhh! Parece que alguien se está sonrojando de una forma adorable—, bromeó burlonamente.
Le respondí con una mirada que lo habría matado si pudiera. Debería haber entendido que este tema quedaba oficialmente fuera de discusión.
—A propósito de cómo surgió todo esto del bebé—, comenzó a decir, y supe de inmediato que no iba a ser algo que me gustara oír.
¿Qué era tan crucial que necesitaba hablarse?
—Tendré que hacer un anuncio a la prensa pronto. Los rumores empezarán, más tardar, cuando te vean conmigo con esa pequeña "barriguita" de embarazo. Quiero apagar el fuego antes de que arda más. La gente se va a dar un festín con esto. Este niño ya es más rico que la mayoría de los habitantes de Chicago... y aún ni ha nacido.
Sus palabras me hicieron caer en la cuenta, una vez más, de lo que este bebé estaba destinado a heredar.
Multimillonarias fortunas, empresas enteras. Tenía razón: el pequeño aún no había llegado al mundo y ya tenía la vida resuelta.
—¿De verdad quieres que este niño, cuando sea mayor, se entere de que fue concebido por accidente durante una aventura de una noche?—, me preguntó, visiblemente preocupado.
La sola idea me escandalizó. No permitiría que mi hijo fuera etiquetado de esa manera. Nunca querría que él leyera algo así. Sabía bien que ese tipo de rumores nunca desaparecen de la red.
—Justo por eso quería hablarlo. ¿Has estado con alguien en los últimos tres o cuatro meses?—, preguntó con frialdad.
¿Perdón? ¿Ahora tenía que confesar mis relaciones amorosas? ¿Tal vez esperaba una lista detallada?
—No—, respondí con cierta cautela.
—Perfecto—, replicó.
¿Perfecto? Nunca habría usado esa palabra para describir mi vida amorosa, la cual apenas existía por culpa del trabajo y los estudios.
—¿Puedo saber qué tiene eso de "perfecto", señor Miller?—, le lancé su apellido con toda la intención del mundo, y noté cómo eso le afectaba.
Con un movimiento brusco, me lanzó una mirada penetrante que me dejó sin aliento.
Tuve que tragar saliva y recomponerme. Vaya, debía tener más autocontrol para no provocarlo. No me haría ningún favor, especialmente ahora con mis hormonas fuera de control.
—Voy a pasar por alto el hecho de que me hayas llamado por mi apellido—, dijo mientras se relamía los labios.
¡Por Dios! Ese gesto era terriblemente seductor, tenía que parar. Aunque, claro, no me importaría verlo todo el día.
Ahora que lo pensaba, quizá no había sido tan grave llamarlo por su apellido. Sin embargo, no explicaba por qué se había puesto tan tenso de repente.
—De cualquier modo—, continuó—, creo que lo mejor sería fingir que hemos estado juntos estos últimos meses, que te quedaste embarazada, que somos una pareja encantadora, y luego, cuando nazca el bebé, diremos que la presión nos superó y decidimos seguir caminos separados.
Como sabía que discutir su "brillante" idea era inútil, simplemente asentí.
Era la reacción perfecta para alguien que, como yo, estaba atrapada junto a un hombre tan apuesto.
Así que durante los próximos siete meses, tendría que fingir que Enzo y yo éramos una pareja feliz y luego, simplemente, actuar como si todo hubiera terminado.
¿Qué podría salir mal?