No importa cómo lo pintes, aquello fue de lo más humillante.
El trayecto en el ascensor me pareció interminable. Al llegar finalmente a la planta baja, las puertas se abrieron para dejarme en el gran vestíbulo del edificio. Mi aspecto debía de ser lamentable porque el hombre en recepción me observó con una mezcla de simpatía y preocupación.
—¿Está bien, señorita? —preguntó con un tono de genuina amabilidad.
Asentí rápidamente, esbozando una sonrisa que, con toda seguridad, no lucía nada auténtica entre lágrimas descontroladas.
¿Qué esperaba realmente al ir a ver a Enzo? ¿Que me declararía su amor eterno y juntos criaríamos al bebé, viviendo felices para siempre?
Probablemente no.
Salí apresurada del edificio, deseando pasar desapercibida y escapar de allí cuanto antes.
Alcé la mano para detener un taxi que, afortunadamente, se detuvo rápidamente. Tras darle la dirección del hotel, me quedé mirando por la ventanilla, observando cómo la ciudad se desdibujaba ante mis ojos. Todo me resultaba extraño, a pesar de haber recorrido ese trayecto varias veces en los últimos días.
Al llegar al hotel, subí corriendo a mi habitación y marqué el primer número que me vino a la mente.
—Nathalia, ¿estás bien? —la voz de mi amiga sonaba preocupada, casi triste.
Mis sollozos eran inconfundibles, imposibles de disimular.
—Cree que lo hice a propósito, que solo quería su dinero —respondí con la voz quebrada, esperando que Yara me entendiera, porque no soportaba la idea de repetir esa frase.
Después de unos diez minutos de llanto y de trazar vagos planes para el futuro, colgamos. Era de noche en el lugar de Yara, y nuestra conversación me hizo mucho bien. De no haber sido así, probablemente habría enloquecido si no encontraba dónde desahogarme.
Apenas había colgado, cuando escuché que llamaban a la puerta.
La abrí sin detenerme a pensar en quién podría estar al otro lado. Apenas tuve tiempo de reaccionar antes de chocar con un pecho firme. Al inhalar su fragancia, lo supe de inmediato. Ese aroma jamás lo olvidaría.
Mis sentidos se nublaron al instante.
A través de la fina tela de la camisa blanca de Enzo, sentí el calor de su cuerpo, lo cual me desorientó por completo. Al darme cuenta de que llevaba varios segundos pegada a él, retrocedí bruscamente.
Para él, seguramente parecía que me apartaba con torpeza, aunque fácilmente podría haber dado un paso a un lado.
—¿Por qué has venido? —pregunté, sintiendo que mi propia voz temblaba. Debería estar enojada con él, me recordé a mí misma. ¿Por qué me sentía tan vulnerable ahora?
Enzo exhaló antes de responder:
—Quería pedirte disculpas.
Por la manera en que lo dijo, parecía que no era el tipo de persona que se disculpaba con frecuencia. Su presencia ahí me tomó por sorpresa. No imaginaba que vendría.
—No quiero ni necesito tus disculpas —le respondí con firmeza, sintiendo cómo mi voz recuperaba poco a poco su tono habitual.
Siempre había sido así. Las disculpas no me hacían ningún bien. Aunque supiera que alguien se arrepentía, las palabras dichas en un arranque de ira nunca desaparecerían de mi mente.
¿Y acaso no decimos siempre la verdad cuando estamos enojados?
Enzo se frotó la cara con una mano. A la luz del pasillo, su barba parecía más corta, proyectando una sombra sutil sobre su rostro.
—Realmente no tenías idea de quién era, ¿verdad? —dijo, y algo parecido a la esperanza comenzó a brotar en mi pecho.
¿Acaso estaba empezando a creerme?
—¡Por supuesto que no! ¿Qué clase de persona quedaría embarazada solo para obtener dinero? Como ya te dije, no necesito tu dinero. Y si lo necesitara, podría ganarlo por mí misma —le respondí con determinación.
—Lo que me dijiste antes me hirió profundamente —añadí en un susurro.
Tenía que soltarlo. Enzo debía saber cuánto daño me había causado su comportamiento.
—Lo sé, lamento haber dicho eso. A veces me cuesta saber si la gente es sincera conmigo, y en ese momento no pensaba con claridad —admitió con franqueza.
Me sorprendió verlo tan vulnerable.
Enzo, con su apariencia deslumbrante, el tipo de hombre que sin duda tenía a modelos y mujeres influyentes de Chicago rendidas a sus pies. ¿Por qué se había fijado en mí? Por primera vez me lo pregunté.
No es que pensara que era fea, pero siempre había tenido problemas con mi apariencia y me había tomado años sentirme a gusto con mi propio cuerpo.
—No quiero que desaparezcas de mi vida. Quiero ver crecer a nuestro hijo —dijo.
Parecía tan vulnerable en ese momento que me costaba creer que fuera el mismo hombre de negocios implacable del que todos hablaban.
Esta vez, fui yo quien le ofreció una copa, que aceptó con agradecimiento.
Ahí estaba, sentado en el pequeño sofá de mi habitación de hotel, con su bebida en la mano. Perfectamente peinado y con esa camisa blanca que parecía fuera de lugar en ese entorno tan modesto.
—Si no te molesta, me gustaría hacerme una prueba de paternidad—, comentó mientras seguía bebiendo de su vaso.
—Claro, no hay problema—, respondí. De alguna forma, me sentí aliviada al escuchar esas palabras.
No me preocupaba en absoluto lo de la prueba de paternidad. Sabía exactamente cuál sería el resultado, y si eso le daba tranquilidad, no tenía intención de obstaculizarlo.
—Conozco a un médico que puede hacérnosla mañana, si te parece bien.
—Perfecto, tengo disponibilidad—. No pude evitar sonreír levemente.
Sin embargo, sentí cómo las lágrimas volvían a acumularse en mis ojos. ¿Qué me pasaba? Normalmente era fuerte y no lloraba mucho, pero en los últimos días parecía haber roto todos mis récords.
Enzo también lo notó, se acercó con suavidad, y se arrodilló frente a mí.
—Hey, tranquila. Todo estará bien. ¿Quieres hablar de lo que sientes?— Su voz apenas era un susurro.
—Es solo que todo me está sobrepasando. No sé qué hacer. Quieres conocer al bebé, pero yo vivo en Londres, lo que significa que... No sé—, suspiré profundamente.
—¿Temes que te quite al bebé?—, preguntó Enzo, visiblemente sorprendido.
Me desconcertó que Enzo hubiera identificado mi miedo tan rápido, ni siquiera había terminado de expresarlo.
En ese momento, la idea me pareció absurda, pero asentí, solo para confirmar que lo había entendido bien.
—No tienes que preocuparte. Encontraremos una solución, te lo prometo.
"Te lo prometo". Esas palabras, saliendo de la boca de Enzo, lograron tranquilizarme. No parecía ser el tipo de hombre que rompería una promesa.
Un rato después, Enzo se despidió, dejándome saber que pasaría por mí por la mañana.
Con la sensación de que, tal vez, todo acabaría bien, me fui a la cama y caí profundamente dormida.
*
Las horas que siguieron a la prueba médica fueron interminables. Yo ya sabía el resultado, después de todo, Enzo había sido el único hombre en mi vida en esos meses, así que no había lugar a dudas.
Finalmente, Enzo recibió un correo electrónico.
“En el 99.9% de los casos, Vicenzo Miller es el padre del niño”, leyó en voz alta.
No pude contener una sonrisa. Y él tampoco, cuando dijo:
—Voy a ser padre.
Su sonrisa era cautivadora. Pensé: ¿Qué hay en lo que este hombre no luzca bien?
Pero la verdadera sorpresa del día llegó cuando habló nuevamente:
—Vas a venirte a vivir conmigo.