Eres un bastardo

903 Words
El aire dentro del ascensor tenía algo extraño, casi perturbador. Pensar que todos allí sabían exactamente dónde debían bajarse me inquietaba de una manera que no lograba comprender. Y entonces lo vi. Mi cuerpo reaccionó de inmediato, como si su sola presencia activara algo profundo en mí. ¡Dios mío! Este hombre sería mi perdición, lo sabía. Estaba allí, erguido, tranquilo, como si nada le afectara. Parecía un día más en su agenda, un simple trámite de negocios. ¿Qué había esperado yo? Cuando me miró, su rostro fue un enigma para mí. No logré descifrar ninguna emoción en él. ¿O acaso era un experto en ocultarlas? Era el opuesto total a mí. Mientras él mantenía la compostura, yo no podía evitar juguetear con un mechón de mi cabello, nerviosa, y dejar que mi mirada vagara por la habitación. —Hola—, logré decir, odiándome en mi interior por romper el silencio con algo tan banal. Habían pasado dos meses desde aquella noche que compartimos, y ahora que volvía a estar frente a él, lo único que se me ocurrió decir fue eso. ¿En serio? —Es bastante tarde. Pensé que estabas en Londres—. Su voz era directa, sin más. ¿Eso era todo? —¿Tienes visitas? ¿Llego en mal momento?—, le pregunté, haciendo caso omiso a su comentario. Su mirada recorrió mi cuerpo, de arriba a abajo, haciendo que un escalofrío recorriera mi piel. ¿Por qué sentía que hoy todo el mundo me observaba así? —No, entra—, dijo, abriendo la puerta y permitiéndome pasar. Con un par de pasos me llevó hasta su salón, un lugar amplio y elegante. Pero mis ojos no se quedaban en la decoración, sino en él. Enzo, con esa barba de tres días que le hacía lucir aún más atractivo que la última vez. ¿Cómo podía mantener la cabeza fría con semejante tentación ante mí? —Tenemos que hablar—, empecé, intentando sonar firme. Pero él me interrumpió: —¿Quieres beber algo? —No, Enzo, no quiero. Tenemos que hablar en serio—, respondí, con un tono más agudo de lo que pretendía. —Mira, eso no es lo mío. Lo de aquella noche fue una cosa de una vez. Nunca mantengo contacto después, así que...— dijo, pasándose la mano por el cabello desordenado, como la primera vez que lo vi. —¡Enzo, escúchame!—, le grité, perdiendo la paciencia. No había venido para jugar con él. Tenía algo importante que decir. ¿Por qué no podía dejar su ego a un lado por un segundo? Levantó una ceja, sorprendido por mi tono. Yo también me di cuenta de que mi voz había subido sin darme cuenta. —De acuerdo, ¿qué pasa?—, preguntó, más tranquilo de lo que esperaba. —Aquella noche, en el bar, yo estaba en un momento complicado de mi vida. Al principio ni siquiera lo pensé—. Hablaba despacio, tratando de ordenar mis ideas. —Sinceramente, no creí que te volvería a ver, pero debo ser directa: estoy embarazada. No me atreví a levantar la vista, hasta que el silencio se hizo insoportable. Cuando lo hice, me di cuenta de que Enzo se había acercado aún más a mí. No decía nada. Se lo había soltado y no había emitido ni un sonido. —Sé que es una sorpresa y... No quiero que te sientas atado a nada—. Mis palabras salían atropelladamente, como si mi cerebro estuviera en piloto automático. —No espero nada de ti. Entiendo si no quieres involucrarte en esto—. No podía parar de hablar hasta que él finalmente lo hizo. —Por supuesto que no—, soltó una carcajada seca, sin emoción. ¿Estaba molesto? ¿Conmigo? Su actitud había cambiado en un segundo. —Lo que pasa es que esperas dinero—, soltó de golpe. —¿Por qué otra razón vendrías aquí dos meses después a contarme esto? ¿Estabas esperando este momento? ¿Viste mi nombre y pensaste en asegurarte una buena vida? Sus palabras me congelaron. Sentí la garganta seca, incapaz de responder al instante. —¿Insinúas que esto fue premeditado?—, logré decir, incrédula. —¿Ahora estás satisfecha? ¿Es eso lo que querías?—, continuó, su voz teñida de una furia contenida. Sus ojos, ahora oscuros, me observaban con una mezcla de rabia e incomprensión. Me maldije por no haberle sugerido encontrarnos en un lugar público. No podía imaginar que Enzo Miller fuera violento, pero esa mirada me descolocó. —¿Eso es lo que piensas de mí?—, susurré, incrédula. —¿Crees que sacrificaría toda mi vida, mi carrera de Medicina, solo para aprovecharme de ti? ¡Ni siquiera sabía quién eras cuando nos conocimos!—. Mi voz había subido tanto que casi estaba gritando. Sabía que no podría soportar mucho más. Mi cuerpo ya estaba al límite. Intenté recuperar el control y bajé un poco la voz: —Lo entiendo, está bien. Me voy. Puse un papelito sobre la mesa, con el nombre y el teléfono de mi hotel. —Por si necesitas decir algo más—, solté antes de girarme y dirigirme rápidamente al ascensor. Cuando las puertas se cerraron, las lágrimas ya estaban llenando mis ojos. Aquello había sido un desastre.
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