Tan pronto como Nathalia y Enzo bajaron del avión, él colocó una mano en la espalda de ella. Un calor agradable se extendió por su cuerpo, mientras la empujaba suavemente hacia adelante con firmeza. El sol brillaba en Londres, pero el aire aún era helado, muy distinto de los días más cálidos que habían dejado atrás en Chicago. La alegría de Nathalia por ver a sus padres se mezclaba con el nerviosismo al pensar en cómo reaccionarían al conocer a Enzo. Después de todo, no todos los días se presenta al padre de los propios hijos sin previo aviso. Además, había un detalle importante que todavía no había compartido: sus padres sabían que estaba esperando un bebé, pero no sabían que en realidad eran dos. —Debemos ir a la terminal principal; ahí podemos alquilar un auto —sugirió Enzo, ya dirigi