Nathalia llevaba ya unas dos horas de vuelo, y su entusiasmo inicial empezaba a desvanecerse. Sin embargo, todo cambió cuando Enzo le mostró un pequeño banquete que había preparado a bordo. —Supuse que tendrías hambre —dijo él, señalando con la cabeza hacia la selección de frutas y quesos frente a ellos. Nathalia no pudo evitar sonreír internamente. Siempre era fácil complacerla con comida; las joyas, el dinero o los lujos no le importaban tanto, siempre que hubiera algo delicioso. Comenzó a probar los distintos bocados y, al saborear un trozo de queso, un gemido de satisfacción escapó de sus labios. —Parece que ya he logrado hacerte gemir de varias maneras —comentó Enzo con una sonrisa maliciosa. Ella casi se atragantó con su comentario, pero logró disimular. No había necesidad de hac