Enzo extendió la mano hacia las llaves, pero Nathalia fue más rápida y las alejó de su alcance. —¿Qué crees que estás haciendo? —preguntó ella con incredulidad. —Quiero conducir. En Londres no hay límite de velocidad en las autopistas. ¡Será increíble! —respondió él, entusiasmado. —Eso significa que decido yo quién maneja —replicó Nathalia, sintiéndose más segura al volante. Con tono irónico añadió—: Los bebés y yo todavía queremos seguir respirando. Enzo levantó una ceja, como si fuera a discutir, pero se limitó a soltar un murmullo que ella no alcanzó a entender. No estaba segura si era mejor no haber captado lo que dijo, pero sospechaba que se refería a ella. Con las llaves firmemente en su mano, quedó claro que sería Nathalia quien conduciría esta vez. Tras un rato de búsqueda in