Cuando llegué a casa, mi madre estaba esperándome para escuchar mis explicaciones. Mirando su cara, me di cuenta, que no había dormido toda la noche. La pésima sensación de que era culpable de su angustia y agitación innecesaria, me hizo bajar la cabeza y pensar que era una mala hija. Me acerqué a ella y la abracé por los hombros. - Mamá, lo siento, pero me enamoré, - dije, escondiendo la cara en su pelo. - Anastasia, estoy muy preocupada por ti. No quiero que te ofendan, no quiero que te hagan daño, por eso no me gusta que tu hayas perdido la cabeza, - dijo. - Mamá, él nunca me va a hacer daño, me dijo, y sabes, es tan maravilloso - perder la cabeza. ¡Tú también tienes que probar! Te encantará. - ¡Eh! ¡Que Ingenua eres aun! - Sonrió mamá. - Sí, él también dice eso, y quiere conocerte