- ¿Por qué no me dijiste? - preguntó Iván, sin dejarme ir de sus brazos.
- ¿Eso cambiaría algo? - Respondí con una pregunta.
- No, - dijo con firmeza, - pero trataría de ser más delicado.
- No me dolió, solo un poco, - dije, enterrando la cara en su pecho ancho.
- Te prometo, que no te volveré a hacer daño, - dijo en voz baja, acariciándome la espalda.
- No lo prometas.
En ese momento me di cuenta de que con él voy a tener los días más felices y más amargos de mi vida. Pero no había camino de vuelta. Mi amor y mi vida a partir de ahora pertenecían a él, a Iván Repnin.
De repente sonó mi teléfono.
- Es mi madre, olvidé avisarla de que marché contigo, - dije y respondí la llamada. - Sí, mamá, estoy en casa de Iván. No, estoy bien. Hablamos más tarde.
- Me gustaría conocer a tu madre
