Una semana después
Ron
Estoy observando las pantallas mientras acomodo mi arma, mis compañeros están a mi lado observando cada movimiento que se produce del otro lado, es una redada, estamos tras la pista de uno de los traficantes de personas más buscado de América, Murrieta, el hijo de puta escurridizo que prostituye mujeres, un peón de cuarta en la larga fila de lacras que hay en esta vida.
— Señor indicaciones - mire a mi superior.
— Fuhrman, tú sabes qué hacer - sonreí - No te diré lo que tienes que hacer, pienso jubilarme, quedarás a cargo, maneja el equipo y haz que pueda irme a descansar con mi familia - lo observé - Tengo las pelotas a punto de explotar, más canas de la que debería y una mujer que cuando llegó se queja de lo poco que hacemos - relamí mis labios.
— Es complicada nuestra profesión - pasó la mano por su rostro.
— Lo es, sobre todo si queremos mantenerlas vivas - mi cara se contrajo. - Lo siento muchacho - negué.
— No importa, yo lo tengo asumido - era la misma mentira que me repetía a diario
— Ron - tocó mi hombro
— Estoy bien, lo estoy - sonreí.
Era bueno para enmascarar mis emociones sobre todo las que tenían que ver con ella, la mujer que ame, la misma que este trabajo me arrebato, la que quedó expuesta a personas como Murrieta solo porque no pude alejarme durante una misión, porque la fui a ver cuándo me tenía que haber aislado, era mi culpa, todo lo que pasó era mi maldita culpa e iba a cargar con ello por el resto de mi vida.
— Bien haremos dos grupos, unos irán por el ala norte y el otro por el sur, son las únicas entradas que hay - mire a los otros muchachos - Grupo beta rodeará todo el perímetro, los quiero a todos vivos, necesitamos información, si están armados le apuntan a sus brazos, piernas ninguna bala puede atravesar su cabeza - los señale - No me importa lo que hagan o como los encuentren - tome aire - Tengan cuidado con las mujeres, hay niños y joder, por favor, no dejen que salgan desnudas. - afirmaron.
— Señor - una de las chicas hablo, la novata - Los niños, ellos… - se quedó callada.
— Espero que no - fue lo único que pude decir.
Mi mente vago años atrás, pero se sentía como si fuese ayer, su sonrisa ahora se veía difusa, el olor de su cuerpo ya había desaparecido por completo, ahora solo parecía un recuerdo al que me aferraba, porque ella ya no estaba, ella se había ido como todo lo bueno que puede tener esta vida.
— Todos en su posición señor - Prescott me volvió a la realidad, a mi amarga y fría realidad.
— Bien - empuñe mi arma - Equipo alfa uno conmigo, equipo alfa a dos a su posición, nadie se mueve hasta que todos estén listos.
Nos movimos en silencio hasta quedar en la pared con el cuerpo a ambos lados de la puerta, mis agentes tomaron sus armas por el mango mientras yo arreglaba mi pelo, acomodaba mi remera y ponía mi mejor cara, golpee con mis nudillos la puerta.
Nuestra fuente nos informó que hoy Murrieta estaba aquí, el código para entrar era una simple frase, que yo sabía, todos los demás tenían que esperar el momento adecuado y ya, la manzana estaba rodeada, mis hombres en todas las salidas incluidas ventanas, solo era cuestión de un golpe y ya.
— Alfa dos en posición - sonreí, dejé la pistola en mi espalda, coloque mi chaqueta de cuero y me pare frente a la puerta.
Golpee tres veces, espere un minuto, golpee dos veces más, luego tres minutos y volví a golpear tres veces, la ventanilla se abrió y unos ojos marrones me observaron a través de ella, sus ojos se arrugaron en desconfianza, no me conocía, no era cliente habitual, pero ahora no importaba.
— ¿Qué quieres? - inquirió y mostré la tarjeta roja con un pequeño antifaz en ella.
— “Las gaviotas hoy quieren volar” - respondí tranquilo, pero sabía que no confiaba.
— “El ave no llegó hoy” - respondió tajante.
Me estaban a punto de denegar la entrada, lo sabía, el sujeto que estaba dentro me lo dijo, si no te ven confiable, no vas a entrar, ahí es donde tienes que mostrar que puedes pagar, que estás en ello, te abrirán, tendrán las armas cargadas y revisarán, tienes exactamente menos de un minuto para no terminar con la cabeza con un agujero.
Ahora probaba mi suerte.
— Es una pena - saque el fajo de billetes - Marco me dijo que aquí podía conseguir lo que quería y algunas cosas más - subí mis hombros - Igual, gracias - gire para irme.
— Espera un momento. - cerró la mirilla.
Mis hombres se taparon el rostro, la puerta se abrió y dentro me esperaban dos sujetos con el arma a la vista, ambos tenían el cabello corto, eran altos, complexión robusta, pero no de gordura, era puro músculo, iban a ser algo complicados, levante las manos, un claro indicio de que había armas, el que me abrió la puerta me hacía señas con el dedo, él no sería un problema, bajo, gordo, calvo y con cadenas enormes para hacer de cuenta que era una gánster.
— Entra. - ladee mi rostro.
— No entiendo para que son las armas - baje la manos despacio. - Es una pena, ahora.
Mis hombres se desplegaron, los sujetos levantaron las manos cuando se vieron enfrentados a diez armas de peor tamaño, tome el pasamontañas y me lo coloque mientras caminaba mi chaqueta de FBI, estos tres idiotas vieron mi cara, pero ellos no podrían tener posibilidad de fianza, me encargaría de ello.
Hice señas con la mano mientras los dejaban en el suelo esposados con dos de mis subordinados vigilando, comenzamos a caminar con el arma en las mano, la puerta principal y una a una las habitaciones, la primera era el área de los guardias, muchos de ellos estaban con mujeres encima.
Puse mi arma en la cabeza de uno de ellos mientras los demás comenzaban a reducir a los tres que se encontraban a su lado, las mujeres lloraron, pero Prescott les hizo un gesto de silencio, él que tenía todavía mi arma en su cabeza levantó las manos despacio cuando apreté el gatillo.
— ¿Dónde está Murrieta? - no dijo nada - Una vez más - gruñí.
— Al final del pasillo con las recién llegadas - una de las chicas habló. - Hay diez guardias más - afirmé, luego golpeé la cabeza del infeliz delante de mí con la culata.
— Murrieta está cerca de la salida trasera, atentos a las ventanas - escucho su respuesta y los disparos comienzan.
Me muevo mientras escucho los gritos de las mujeres y el llanto de unos niños, mi piel se encrespa, todos se despliegan apuntando a manos, piernas y toda parte del cuerpo que se pueda, dejó a los equipos haciéndose cargo de las habitaciones y me dirijo al final con Prescott y James, ellos son mis hombres de confianza, mis manos han sacado el seguro desde que entre.
Una mujer pasa corriendo por nuestro lado, le disparo al sujeto que está con un arma dentro de la pieza, sigo caminando hasta que a medio pasillo un pequeño semicírculo de tres personas bloquea una persona, el grupo dos aparece del otro lado bloqueando el paso.
— Murrieta, baja las armas y entrégate, será mucho más fácil - todos lo apuntamos.
— Tendrá que matarme agente - sonríe y lo imito.
— Será un placer.
Prescott me observa sorprendida y hago varios disparos en las rodillas de los hombres que lo cubren hasta dejarlo a plena vista, sus ojos se abren y su cuerpo tiembla en respuesta, todos somos valientes hasta que tenemos un arma apuntándonos a la cabeza, ninguno de mis muchachos dice nada, pero puedo escuchar la respiración del jefe en mis oídos.
— Última oportunidad - hablo tranquilo.
— ¿Qué haces Fuhrman? - me ladra.
— Vamos, ellos irán presos, si tu mueres da lo mismo, ya sabes, no nos sirves nada, de hecho, fue tu amigo Hollman quién dijo que eras el responsable de todo esto - sus ojos brillaron de enojo.
— ¿Qué dijo ese cabrón? - subí los hombros.
— Fue tan fácil hacerlo hablar, después de encontrarlo, nos dijo cómo entrar, como manejas el negocio, cada detalle de lo que hacías y cómo todo estaba a tu nombre - su color se volvió rojo.
— Ese hijo de puta, este es su negocio, la sede de Bosnia es suya, ahí tiene todo la operación, no es mía, ese cabrón nos maneja a todos, Hollman es el encargado de toda esta mierda, no yo - sonreí.
— No te creo, dijo que la base estaba acá. - negó.
— La base es la suya, donde lo encontraron en Gorazde, esto es solo una parte de los mil puestos de prostitución, ese cabrón - bajo el arma - Vayan y revisen sus propiedades, los depósitos son un camuflaje, llevan al lugar donde se hace la venta y compra de mujeres para todo el país - sonreí.
— Gracias por tu declaración - le di en la mano y gritó.
Teníamos todo lo que necesitábamos, ahora solo había que organizar el operativo para ir a Bosnia, Murrieta nos dio toda las claves que necesitábamos, las mujeres tendrán que declarar antes de fijarnos si están en la lista de mujeres desaparecidas, cosa que encontramos, el jefe entró con una sonrisa cuando todos teníamos a los sujetos en fila contra el suelo, había arrestado un total de veinticinco hombres, todo ellos con antecedentes penales y muchos años de prisión.
— Lo has vuelto a hacer - palmeo mi espalda - Nos ahorramos meses de investigación - sonreí.
— Tendremos que mandarlo para la delegación de allá - respondí.
— ¿No quieres el caso? - negué.
— No puedo, Hollman me ha visto, lo arruinaría, pondría en riesgo - tomó aire.
— Tienes razón, puedes guiar y ayudar de acá - estaba de acuerdo con eso, era mi caso.
— Lo haré, ahora me toca el papeleo - palmeo mi espalda.
— Claro que te toca.
Pase la tarde en mi oficina, llenando papeleo, cargando a cada uno de los sujetos que arrestamos, era uno de esos días que no quería en mi cabeza, uno donde los recuerdos del pasado me atormentaban, las mujeres en el lugar, los gritos, el olor a sexo y alcohol.
Mi mente viajó a aquella época, este asunto era personal, Hollman era un asunto personal, él cabrón me había reconocido en una de las misiones, me vigilo y espero el momento de debilidad para hacer su trabajo sucio, pero yo se lo hice fácil, yo fui el imbécil, fui a casa a ver a mi chica porque la necesitaba, porque ver todas a esas mujeres me había dejado inquieto, solo podía pensar en ella y lo que pasaría si algo así le ocurriera.
Le ocurrió y fue mi culpa, yo desvalije cinco de sus centros, él acabó con lo que más amaba, mi mujer.
Mi trabajo me quito el amor y ahora me aferraba esto que era la único que tenía porque ya no sentía nada, solo aquel amor por mi profesión, la sensación se satisfacción cuando acababa con alguien que lo merecía, la adrenalina en alguna redada, cada cosa que podía generarme una emoción.
Ya no sentía, las mujeres me parecían insulsas, cada una de ellas me parecía aburrida, vacía e indiferente, ninguna de ellas había captado mi atención, ni siquiera Prescott, la pequeña rubia que estaba bajo mi mando y que en ocasiones chupaba mi polla.
Los golpes de la puerta me hicieron volverme a acomodar, murmure un pase y la cabellera rubia apareció, sus labios se curvaron seductoramente, los pantalones azules se les aferraban perfectamente a las caderas, dos senos duros y pequeños se encontraban debajo de su camiseta sin mangas.
— ¿Cómo estás? - se acomodó en mi escritorio quedando a mi lado.
— Estresado - deje la lapicera y me volví a ella - ¿Qué te trae por acá? - consulte tranquilo.
— Creo que sabes lo que me trae - relamió sus labios - Hace mucho que no jugamos, ambos tenemos necesidades - llevo la mano a mi pecho - El fin de semana pasado simplemente desapareciste. - afirme despacio.
— Tuve una reunión con amigos, era el cumpleaños de alguien - Aaron vino a mi mente.
— ¿Tu ayudante tecnológico? - apunte con mi dedo para darle la razón.
Todavía recordaba el cumpleaños de Aaron y la parrillada de despedida del verano, Andrew había prestado su casa para la gran reunión familiar, todos estaban ahí inclusive la pelirroja, Anastasia, el pequeño demonio colorado.
Las imágenes volvieron a mi cabeza, aquella mujer que llego de Canadá con ropa insulsa, sin forma, no era la misma que apareció aquel día, no, ella ese día estaba jodidamente sexy, jean ajustado, musculosa de tiras y cuando se sacó la ropa y quedo en bañador, mi cabeza exploto, las dos lo hicieron.
Su cuerpo era la condena de cualquier hombre, cintura estrecha, senos rellenos, firmes y del tamaño de mi mano, todavía podía recordar aquel pequeño botón en mi boca, lo rosado que era.
— Parece que necesitas una mano - Prescott mordió su labio y se arrodillo frente a mí - Ha pasado mucho tiempo.
— Ha pasado tiempo - desprendió mi pantalón y saco mi m*****o duro - Pero tú te vas a hacer cargo de ello ¿Verdad Maggie? - tome su mandíbula.
— Claro - paso la lengua con mi punta y cerré los ojos.
Estaba acostumbrado a sus mamadas, era buena en esto, metiéndose lo más que podía en la boca, no era mala, pero joder, no era esa boca que acabo conmigo el fin de semana, cuando me miraba a través de sus pestaña no tenía esa jodida mirada que te consumía por completo, no, ella no era la pelirroja que me consumió el alma, y me dejo con ganas de más.
La que después me ignoro como si no me conociera.
Cerré los ojos para concentrarme, la boca de Maggie seguía en mi v***a, su boca bajaba y subía, mi mano fue a su cabeza y la empujo un poco más adentro, la escuche ahogarse, pero no me importo, quería sentir algo más, algo que no me estaba produciéndome su boca.
— Mierda - maldije y ella lo tomo como producto de su trabajo, pero nada estaba más lejos de la realidad que eso.
Apreté mis dientes y me imagine la boca de Ana en mi pene, moviéndose, no tenía a Maggie arrodillada, no, tenía a la jodida pelirroja que me dejo con ganas de más y me ignoro por completo.
Mi cuerpo tiro en todas direcciones, mis pelotas se tensaron y un gruñido abandono mi boca antes de acabar con fuerza.
Abrí los ojos alarmados y miré hacia abajo observando la sonrisa de Prescott.
¿Qué diablos acababa de pasar?