—Me gustaría tanto mostrarle mucho más de Inglaterra y no sólo esto— dijo el Duque. —Todo “esto”, como usted lo llama, es fascinante para una norteamericana. Hoy lo observé durante la cena y, no sé por qué, pero de algún modo, eso me alteró un poco. —¿Me observó?— preguntó el Duque, desconcertado. Entonces pareció comprender—. ¡Ya sé, la galería de los trovadores! Yo solía subir a ella de niño, cuando había fiestas. Y Matthews me llevaba chocolates y otras golosinas que se servían en la mesa. —Usted ama el Castillo, ¿verdad?— preguntó Virginia. —Soy parte de él— contestó el Duque con sencillez. —¿Y haría cualquier cosa por conservarlo?— preguntó Virginia—. ¿Cualquier cosa? «Tal vez», pensó para sí misma, «ésa es la razón de que haya querido mi dinero». Hubo una pausa antes que el Du