Si su intención era lastimarlo, lo logró. Lo vio apretar los labios y comprendió que en esos momentos estaba pensando en otra norteamericana que llevaba su nombre. —Debemos volver— sugirió él en actitud un poco rígida. —Sí, por supuesto— reconoció Virginia. Cruzaron por el interior de la casa, sintiendo el fresco olor de la cera y de las flores. Se respiraba también, le pareció a Virginia, un ambiente de felicidad. Si hubiera seguido sus impulsos, le hubiera pedido al Duque que se quedaran ahí varias horas, conversando, pero se contuvo. El Duque había llegado a la puerta del frente y ahora, al verla cruzar el vestíbulo, observó: —Le gusta la casa, ¿verdad? “El Corazón de la Reina” significa algo para usted. —Casi siento como si la casa estuviera tratando de decirme algo—contestó Vir