CAPÍTULO VIVirginia descendió la escalera en el momento en que el reloj de pie del vestíbulo marcaba las seis. El Duque le había dicho que no encontraría a nadie; pero, desde luego, no se refería a la servidumbre. Había cuando menos media docena de doncellas de mejillas encendidas, alegres vestidos estampados, cofias blancas y almidonados delantales, ocupadas en limpiar muebles, lavar el piso del vestíbulo y sacudir las alfombras. Los lacayos, en mangas de camisa y los chalecos a rayas abiertos, iban de un lado a otro recogiendo vasos y ceniceros, mientras otros sirvientes de menor importancia acarreaban leña y carbón. La servidumbre estaba demasiado bien entrenada para mirarla de frente o demostrar asombro; pero Virginia comprendió que todos la observaban de reojo cuando cruzó el vestíb