Su tía retiró el espejo, se acercó de nuevo a la cama y recostó a Virginia en las almohadas.
—No puedo creerlo… de verdad— murmuró Virginia a través de sus lágrimas—. No puedo… creerlo…
—Es verdad— afirmó su tía—. Y ahora, Virginia, duerme un poco. Si te excitas demasiado, voy a reprocharme haberte revelado la verdad.
—Parece una pérdida de tiempo… pasarlo dormida— se quejó Virginia—. Tengo tanto en qué pensar.
Pero se quedó dormida, de cualquier modo, os semanas más tarde, dio un paseo por el jardín y se sentó en la terraza donde su tía estaba pelando guisantes para el almuerzo.
—Fui y volví del bosque caminando— dijo orgullosa—, y no me siento nada cansada.
—No abuses de tus fuerzas— le advirtió su tía.
—Me siento tan ligera que parece que el viento me va a llevar volando hasta la
