CAPÍTULO IIIVirginia caminó a través de la cubierta y se detuvo en la popa del barco, observando la tersa superficie del mar, alterada tan sólo por la estela de espuma que iba dejando a su paso y las gaviotas que descendían con sus agudos gritos. Varias personas la observaron al pasar: era una chica esbelta y muy hermosa, de cabello platinado con reflejos dorados.
Muchos de los hombres la observaban admirados, pero Virginia no les prestaba atención. Desde el primer día había evitado entablar conversación con los demás pasajeros y todos la habían dejado en paz, respetando su deseo de viajar tranquila y aislada.
Sólo después de mucho tiempo y no pocas discusiones, su tía había logrado convencerla de que ir a Inglaterra era lo más sensato que podía hacer.
—¿Qué otra alternativa tienes?— le
