CAPÍTULO XEl Castillo estaba muy silencioso y tranquilo. A excepción de Virginia, todos habían asistido al funeral. El Duque insistió en que éste debía ser privado: sólo asistirían los miembros de la familia y la servidumbre. A pesar de ello, una enorme cantidad de gente siguió al ataúd, que cubierto con azucenas blancas, fue llevado en hombros desde el Castillo hasta la cripta que la familia tenía en una capilla, en el parque. Desde una ventana, con la persiana bajada, Virginia observó el cortejo. Los últimos tres días habían sido una pesadilla para la señorita Marshbanks, y aunque muchos de los arreglos para el funeral pesaron sobre sus hombros, Virginia comprendió que el tener tantas cosas que hacer la habían mantenido de pie y le habían evitado desplomarse. Muchos de los parientes