Continuación del Flashback:
—Chloe, ¿Qué has podido resolver? —le preguntó Samantha al segundo día de estar detenida—. Ya no soporto estar aquí, la oficial me dijo que si tengo como demostrar que no acudí a ninguna agencia a abrir esa cuenta bancaria saldré de aquí rápido.
Chloe la escuchó con pesar, era así. Sería fácil demostrarlo si la situación de ellas fuera distinta, si estuviera tratando con cualquier ser malicioso que no tuviera cubierto todos los flancos por los que ellas pudieran colarse y probar la trampa en la que las estaban haciendo caer.
El caso de Samantha era atípico. El enemigo detrás de todo esto, tenía todas las oportunidades de llevarse el éxito.
La situación de Samantha no había pasado a un juzgado aún y era una esperanza. Una esperanza que prometía felicidad a medias. Se vislumbraba una luz en el camino que no iba a ser del todo clara, porque precisamente la condición para mantener paralizada su situación en las celdas de una delegación dependían de que Chloe cumpliera o no las condiciones que Anne de Gautier le impuso para evitar que se cometiera la injusticia de hacerla pagar por algo que no hizo, igual Saeta y Charis. Ninguna de ellas, por más pecadoras que pudieran ser por una u otra razón, no estaban haciendo nada tan grave como para juzgarlas como las peores personas representativas de ser un peligro para la sociedad.
—Sí, estoy en eso, debes tener un poco de paciencia, no creas que estoy de manos cruzadas, estoy tan mal como tú, pero vamos a dar con una solución —le prometió mirando a su hermana con tristeza.
Al día siguiente de esa visita, Chloe amaneció con los dolores propios del alumbramiento, no pudo asistir a la delegación a llevarle el desayuno a Samantha y el cambio de ropa como había estado haciendo los últimos días.
No sabía que era peor, si él deseo de que sus hijos nacieran y al mismo tiempo de que no, quería mantenerlos adentro en su vientre hasta que el peligro hubiera pasado, pero no, no era posible tal protección.
Por naturaleza, en el proceso de padecer tales dolores incomparables y tan necesarios, la vida le mostraba que había llegado el momento de abrirles las puertas a la vida, a esa vida que ella no escogió para ellos, pero que estaba siendo inevitable.
Había llegado el día de entregar a uno de sus gemelos. Estando en casa, mientras se daba fuerzas para postergar el momento y soportar el dolor lloró, lloró mucho, más que el día que la obligaron a romper su relación con George. El sentimiento que brotaba de su alma no le permitía esconderlo, no era fácil para quien apenas se estrena como madre tener que entregar así sin más a uno de sus hijos porque debe salvar a tres miembros de su familia de una suerte que ninguna se buscó, de una suerte que al parecer solo ella era la culpable por haberse enamorado del hombre equivocado.
No salió de casa en todo el día, sino hasta que llegada la noche no pudo más y casi se desmayó del dolor, su fuente se rompió y esa fue la señal de que no debía sofocar el aliento de respiro que sus hijos estaban reclamando ni evitarles ponerse de cara a la vida, sea cual sea el lugar en el que uno u otro debía estar.
Como pudo se fue hasta la puerta para abrirle a los del servicio de emergencia a los que avisó de su situación y se sentó en una silla a la espera de ser auxiliada. De a poco acomodó lo poco que había decidido llevar consigo y pidió a un servicio de encomienda llevarle a Samantha un bolso con una muda de ropa, comida y una carta explicativa de lo que estaba sucediendo. Jamás le contó la verdad. Ese era un secreto que decidió guardar para ella eternamente.
Fue trasladada de emergencia pues la paramédico se dio cuenta que estaba más que preparada para tener a sus hijos. No supo en qué momento pero de inmediato en medio de la espera a ser ingresada al quirófano frente a ella se apareció una mujer vestida de bata blanca y en su mano llevaba una carpeta. Pensó que era una enfermera más, le sonrió forzosamente.
Se engañó y la vida de golpe la hizo consciente de lo que había sido parte de la guerra mental que libró estando en casa mientras soportaba los dolores previos al proceso de parto.
—Señora Campbell, soy funcionaria del departamento de bienestar social, especialista en adopción, vengo de parte de la Ministra Anne de Gautier —esas palabras atravesaron su corazón, su respiración se paralizó—. Sé que está pasando por un momento difícil, disculpeme si le parece imprudente mi presencia aquí. Me fue ordenado venir a terminar de finiquitar el acuerdo al que ustedes llegaron. La Ministra me infprmó que acordaron la entrega del bebé hoy mismo, apenas nazca, afuera hay un equipo médico para trasladarlo a un centro de salud que se encargará de su cuidado hasta confirmar su buena aceptación al mundo material.
La mujer después de hablar sin parar, aunque en voz baja, miró a su alrededor cuidándose de no haber sido escuchado, pese a que todo parecía legal, y en apariencia era así. Lo único que no era del conocimiento e esa mujer era la forma en la que Chloe fue persuadida a dejarse atrapar en esa cárcel de la cual nunca va a poder salir porque sin haberse separado de su bebé sabía que no podría ser feliz nunca más porque simplemente le estaban robando una parte de ella que siente no recuperará.
—Aquí están los documentos que debe firmar para la adopción —la mujer le extendió unas hojas.
Chloe, en medio del dolor natural del proceso de dar vida y el que estaba sintiendo su alma y su corazón solo vio un montón de letras en varias hojas, no estaba en capacidad de leer ni de comprender lo que allí decía.
—Firme aquí, por favor —le pidió la mujer señalando el espacio y mostrándole un lápiz de tinta negra.
De todo el grupo de palabras que la mujer pasó una auna, vio el nombre de George, era difícil no identificarlo, también leyó el nombre de su actual esposa, y con ello entendió que allí solo se estaba dejando constancia de que ella les estaba regalando a una parte de su corazón, esa que estaba dividida en tres partes, le estaban dejando solo con una de ellas.
El dolor que sintió cuando la mujer cerró la carpeta fue infinito, sus ojos se nublaron del llanto.
—Espero que salga todo bien —le dijo la mujer en medio se ignorancia—. ¡Felicidades!
«¿Felicidad? ¿De verdad puedo estar sintiendo felicidad?», se cuestionó mirándola alejarse.
A los pocos minutos no supo más de ella, y fue tanto su padecimiento a nivel del alma que apenas nació el último de los gemelos, se desmayó, perdió totalmente la noción del tiempo.
Huyendo o no de su futuro, Chloe se desligó por un buen rato de este plano, le hicieron maniobras para revivirla, porque de un momento a otro sus niveles orgánicos se descontrolaron y su corazón dejó de funcionar.
¿Se puede morir de tristeza? Chloe pareció ser la prueba de que sí, pero en ese proceso e desdoblar su espíritu de su cuerpo algo la hizo volver. Y solo lo pudo comprender cuando dos días después la enfermera dejó a su lado en una cunita a su hijo.
—Chloe —la voz de Samantha la alertó, no esperaba tenerla allí al despertar—. ¿Y él otro bebé? —escuchó que preguntó preocupada.
—Disculpe señorita, lamento informarles que el otro bebé no nació —dijo la chica sin poder expresarse correctamente.
Chloe la miró, luego a Samantha, y después bajó la mirada hacia la cuna y se soltó a llorar al ver a esa cosita tan pequeña mover los bracitos.
Ambas mujeres al frente de ella imaginaron que la profundidad de su llanto era porque estaba padeciendo la pérdida física de su bebé, y aunque sí estaba padeciendo su ausencia física, era porque lo sabía vivo, pero en las manos equivocadas. Lo único que tal vez podía darle consuelo era que estaba al lado de quien le ayudó a darle vida.
Aunque contra la espada y la pared, Chloe sabía que ese sería su consuelo, saber a su hijo crecer al lado de su padre era el regalo más grande que ella le pudo dar a ellos dos, compartir con George una parte de lo más bello que ambos pudieron crear, aunque él ignorase que el bebé venía de los dos, debía ser la tranquilidad que le acompañe el resto de su vida.
La culpa y la conformidad son sentimientos que se contraponen, pero que están presentes en ella, y conjugados con un amor silente le permitieron levantarse de esa cama al día siguiente y regresar al departamento que venían arrendando.
—¿Por qué no te entregaron el cuerpo del bebé? —le preguntó Samantha.
—No quise volver a enfrentar esa triste experiencia —le dijo Chloe alargando más la madeja de mentiras que había estado tejiendo en torno a la trampa de Anne de Gautier—. Por esa razón fue que me descompensé —agregó mirando a Nahe, su pequeño hijo—. Vámonos de esta ciudad, aquí no me sentiré bien nunca más.
Con mucha tristeza Samantha se fue a la habitación a dejar los artículos personales que traían del hospital.
—Bueno, vamos a pensar bien a donde recomenzar —le dijo horas después.
Fin del Flashback