Conviviendo

2961 Words
—Gracias —susurro, con la voz entrecortada. Una media sonrisa torcida se dibuja en sus labios y soy capaz de notar cómo un hoyuelo se dibuja en su mejilla. Mi respiración se atasca en mi garganta solo porque es la primera vez que lo veo sonreír. Luce amable y cálido; un claro contraste con la imagen salvaje y peligrosa que siempre me ha mostrado. —No tienes nada qué agradecer, pequeña. Algo se estruja dentro de mi pecho al escucharlo llamarme de esa forma, pero trato de mantenerme serena. —Voy a pagarte todo esto —prometo. Me siento ansiosa y torpe—. El hospital, el pijama, la comida…, todo. —No te preocupes por eso ahora —estira su mano y aparta un mechón de cabello lejos de mi rostro, para ponerlo detrás de mi oreja. El mero gesto, hace que mi pulso se acelere—. Trata de comer algo antes de que vayas a descansar. Asiento, incapaz de confiar en mi voz y me pongo de pie con torpeza. Todo mi cuerpo grita de dolor, pero trato de ignorarlo. Adam guía mi camino hasta la sala y me entrega una hamburguesa una vez que estoy sentada en el sillón individual. Él toma asiento en el sillón que se encuentra a mi lado, y comemos en silencio durante unos minutos. —Voy a necesitar la llave de tu departamento —dice—. Iré a buscar tus cosas más tarde. El bocado que tengo a medio camino, hace que me atragante. No puedo dejar de toser con fuerza. «¡¿Está hablando en serio?!». —¡No puedo quedarme aquí! —chillo, una vez que recupero el aliento. —Claro que puedes —su ceño se frunce—. Será algo temporal de todos modos. Mientras encuentras un lugar dónde quedarte. —Ya has hecho demasiado por mí —replico—, no puedo seguir abusando de ti de esta manera. Rueda los ojos al cielo y niega con la cabeza. —Lucy, no seas ridícula. No abusas de mí de ninguna manera. Quiero ayudarte. Anoche te dije que, si necesitabas algo, no dudaras en recurrir a mí. —Sí, pero no puedo… —Sí puedes —me corta—. Puedes darme algo de dinero a manera de renta si eso te hace sentir mejor, pero no dejaré que regreses a ese lugar. Sé que no voy a ganarle. A pesar de no conocerlo, se nota a leguas que es terco y obstinado. Adam no va a dejarme volver a ese lugar, y una parte de mí lo agradece. Me cuesta creer que esté haciendo esto solo porque sí, pero no me queda otra opción más que confiar en él. Mientras comemos en silencio, lo observo. Tengo sentimientos encontrados respecto a este hombre. Una parte de mí, me dice que es un chico amable y dulce envuelto en una coraza dura; otra, sin embargo, no deja de susurrarme que es un chico peligroso que lo único que espera de mí es algo a cambio. Sacudo la cabeza ligeramente, para ahuyentar todos los pensamientos negativos. Quizás solo soy yo quien ya no confía en nadie. Quizás me cuesta creer que existen personas como él en este mundo. A estas alturas del partido, no me sorprende descubrir que este chico de aspecto aterrador, es mejor ser humano que muchas de las personas que he conocido. A estas alturas, no me sorprende descubrir que la Demonio es en realidad el hombre que dice ser mi padre. Me remuevo en mi lugar y el dolor me trae de vuelta a la realidad. Todos mis músculos se sienten agarrotados y tensos, pero, a pesar de eso, me estiro para alcanzar la mesa de noche. La habitación está en completa oscuridad, así que no puedo adivinar qué hora es. La lámpara ilumina la estancia cuando la enciendo, y me siento desorientada y un tanto asustada cuando no soy capaz de reconocer el lugar de inmediato. La cama es ridículamente grande, y el colchón es mullido y cómodo. Hay un escritorio repleto de libros y papeles desordenados al fondo de la estancia, una cajonera de madera se encuentra justo junto a la cama y hay un enorme armario de puerta corrediza junto a la puerta del baño. Una guitarra acústica cuelga en un soporte que ha sido colocado en la pared, pero eso es todo. No hay ni un solo cuadro, o afiche, o cualquier cosa que pueda traerle vida a la habitación. Todo en este lugar parece haber sido pensado para ser dejado de un momento a otro. Todo es tan impersonal, que parece una habitación de hotel. Es agradable, pero no es acogedor. No puedo evitar pensar en que este no es el hogar de alguien. Es solo un apartamento y ya. Muros de concreto levantados para ser abandonados; sin complicaciones ni ataduras. Me levanto de la cama y hago una mueca al sentir el dolor punzante en mi costado. Avanzo por la alfombra de pelo corto hasta el cuarto de baño y la luz me ciega unos instantes. Cubro mi rostro con una mano y parpadeo hasta acostumbrarme. Las baldosas del suelo se sienten helada en mis pies descalzos y eso elimina un poco la sensación de adormecimiento que vibra en mi cabeza. Después de hacer mis necesidades primarias, me lavo las manos antes de que mi vista viaje hasta el espejo que se encuentra delante de mí. La imagen de mi rostro mallugado es lo único que puedo ver en este momento y una pinza invisible me atenaza las entrañas. Mi ojo izquierdo está hinchado y amoratado, mi nariz tiene un aparatoso parche, pero, a pesar de eso, soy capaz de notar la hinchazón y el tono morado escandaloso que tiñe la piel de la zona; mi labio inferior se ha reventado, y tengo un raspón en el lado derecho de mi mandíbula. Un nudo se apodera de mi garganta, pero no lloro. Me obligo a absorber el aspecto de mi rostro destrozado. ¿Cuántas veces evadí el mirarme al espejo después de una paliza?, ¿cuántas veces me negué la oportunidad de ver lo que él me hacía?... No me muevo durante lo que parece una eternidad. No me muevo hasta que tengo suficiente de la expresión lastimosa y humillante que me devuelve la chica en el espejo. Me recrimina que nunca haya hecho nada por ella. Me echa en cara mi cobardía y mi falta de coraje para poner distancia entre el hombre del piso de abajo y yo. Finalmente, después de un escrutinio duro y cruel, salgo del reducido espacio y avanzo por el pasillo del apartamento. Me detengo en seco al llegar a la sala. Adam está encorvado sobre la mesa de centro, mientras teclea en una computadora portátil. Su cabello enmarañado está echado hacia atrás por una bandana y su ceño está fruncido en concentración. La tenue luz que emana el aparato ilumina su rostro con tonalidades azules y eso lo hace lucir aún más siniestro de lo que ya es. Miro de reojo hacia el reloj en la pared y me sorprende descubrir que son pasadas las siete de la noche. «¡¿Me dejó dormir todo el día?!». Me aclaro la garganta, insegura de qué decir, y él vuelca su atención hacia mí de inmediato. Luce aturdido por un instante, pero se relaja casi de inmediato. Entonces, niega con la cabeza y suspira. —Olvidé por completo que estabas aquí —dice, en voz baja. Su voz ronca y arrastrada hace que toda mi piel se ponga de gallina. Hay un filo ansioso en la forma en la que habla. Me queda bastante claro que no está acostumbrado a tener visitas. Avanzo hasta el sillón individual y me siento con torpeza sobre el mullido cojín. Los fármacos que me dieron en el hospital han dejado de hacer efecto, así que cada movimiento que hago es doloroso, pero me las arreglo para acomodarme en una posición cómoda. Adam cierra el aparato frente a él antes de levantarse y encender la luz. Me toma unos segundos acostumbrarme a la nueva iluminación, pero me obligo a mirarlo una vez que el encandilamiento ha pasado. Muerdo la uña de mi pulgar en un gesto nervioso y distraído mientras rebusco en mi cabeza algo que decir. Él abre la boca para hablar, pero lo piensa mejor y la cierra de golpe. Se aclara la garganta y vuelve a intentarlo. —¿Tienes hambre?, podemos pedir una pizza o… —Puedo cocinar —lo interrumpo con torpeza—. Sé cocinar. Sería más económico para ti. Mira fugazmente en dirección a lo que creo que es la cocina y, de pronto, luce nervioso. —No tengo nada que pueda ser cocinado —dice. Suena avergonzado—. Solo hay sobras de comida chatarra en la nevera. —Oh… —digo, porque no sé qué otra cosa decir. —No cocino —se justifica—, lo único que sé preparar son sopas instantáneas y comida congelada. —Podemos comprar algo en el supermercado —sugiero—. Así la comida saldría un poco más económica. —El dinero no es un problema para mí —hace un gesto desdeñoso con la mano y aprieto los dientes para evitar hacer un comentario despectivo acerca de su desprecio por la comida casera—. Puedo comprar comida para los dos. Lo miro con exasperación. Trato de hacerlo entender que deseo cocinar solo porque es algo que puedo hacer por él, pero no parece captar el mensaje. Siento que le debo demasiadas cosas y no sé cómo retribuirle algo de lo que ha hecho por mí. —¿Podrías, por favor, dejarme cocinar? —sueno más irritada de lo que espero, pero él no parece haberlo notado—, me hará sentir mejor conmigo misma. Él me estudia con la mirada antes de meter las manos en los bolsillos de sus pantalones. Le toma unos momentos recuperar las llaves perdidas en las profundidades de la mezclilla, pero cuando lo hace, me regala un gesto de cabeza en dirección a la puerta. —Vamos. Te llevaré al supermercado —dice. El alivio inunda mi cuerpo y sonrío. Todo mi rostro duele con la acción, pero no me importa. De pronto, recuerdo que solo estoy vestida con un pijama, y me congelo. Él parece leer mis pensamientos, ya que hace un gesto hacia un rincón de la estancia. Las gavetas de mi cajonera se encuentran ahí, así como mis pocas pertenencias de valor: la vieja fotografía que tengo con mamá, los libros que he leído y releído una y otra vez, el pequeño joyero donde guardo la cadena que me dio la abuela en mi cumpleaños número quince y la botella de perfume barato que utilizo. Todo se encuentra ahí, sobre la gaveta superior. —Fui por esto hace un rato —explica—. Tu papá no estaba, así que… —Gracias —lo interrumpo. Mi voz suena más ronca de lo normal. —Puedes ponerlas donde te plazca —dice—, no quería despertarte. Por eso puse todo aquí, pero no dudes ni un segundo en llevarlas a la habitación. Una sonrisa tímida se dibuja en mis labios, y asiento con torpeza. Me limito a rebuscar algo que ponerme y camino a la habitación para vestirme. Unos vaqueros desgastados y una blusa de mangas largas son mi elección. Ni siquiera me molesto en mirarme al espejo. Sé que no hay mucho que hacer por mi aspecto, así que me limito a ponerme los zapatos antes de volver a la sala. Adam me mira desde la entrada y me analiza de pies a cabeza antes de sacarse la sudadera negra que lleva puesta para lanzarla en mi dirección. —Hace frío. Úsala —dice. Acto seguido, desaparece por el pasillo que da a la habitación. Yo me quedo aquí, mirando el material pesado entre mis manos. Dudo unos instantes, pero termino poniéndomela. El aroma fresco y varonil de Adam inunda mis fosas nasales al instante y me siento extraña y contrariada. La prenda es tan grande, que debo doblarla de los puños para poder sacar mis manos de ella. El dobladillo me llega a la mitad de los muslos, y estoy segura de que luzco completamente ridícula. Adam aparece al cabo de unos minutos con una chaqueta de piel enfundada en el torso y se detiene en seco cuando se percata de que me he puesto su sudadera. Un destello de diversión se apodera de su mirada, pero no dice nada respecto a la manera en la que la prenda se amolda a mi cuerpo. Se limita a avanzar hasta la puerta para abrirla y dejarme pasar. Bajamos las escaleras a paso lento porque yo no puedo ir rápido; sin embargo, cuando pasamos por el apartamento que compartí con mi papá hasta el día de ayer, acelero lo más que puedo. Me siento nerviosa y aterrorizada. La idea de verlo salir o topármelo de frente al subir las escaleras, me pone los nervios de punta. Salimos del edificio y caminamos hasta el vehículo de Adam. Es una camioneta, pero el modelo es antiguo y luce más como chatarra aparcada y abandonada, que como un auto de verdad. No me sorprende que ni siquiera se moleste en llevarla a un taller de laminado. En una colonia como esta, es mejor tener cosas de poco valor o que se vean como mierda. Podría apostar todo lo que tengo a que nunca han intentado robar su coche. Él abre la puerta del viejo cacharro para mí y trepo con dificultad. Ni siquiera parece notar que todo mi cuerpo duele, pero no lo culpo; yo tampoco he hecho nada para hacérselo saber. No quiero causar más molestias. Trota hasta el lado del conductor y sube al destartalado auto. El motor se queja varias veces antes de encender de forma correcta, pero Adam ni siquiera luce avergonzado por ello. Conduce en silencio por las familiares calles hasta llegar al supermercado que se encuentra a unos cuantos kilómetros de distancia. Una vez dentro del establecimiento, me siento más segura de mí misma. Vengo a este lugar una vez por semana, así que conozco cada sección y cada pasillo. Adam, por otro lado, luce perdido e incómodo. Trato de enfocarme en la tarea de elegir algo rápido para cocinar, pero no dejo de notar las miradas que son dirigidas hacia nosotros. No sé qué es lo que le impresiona más a todo el mundo: si mi rostro, o las cicatrices del chico que empuja el carrito a mi lado. Algo me dice que es un poco de ambas cosas. Adam parece impacientarse con el paso de los minutos. Se ha deshecho de la bandana de su cabeza, y ha dejado que su mata alborotada de cabello caiga revuelta sobre su rostro. No hay que ser un genio para darse cuenta de que trata de cubrir sus cicatrices. Trato de apresurarme a tomar todo lo necesario para hacer pollo a la cazadora —una receta simple que aprendí de mi abuela paterna y que, además, es mi comida favorita— antes de colocarme en una fila para pagar. Mientras esperamos nuestro turno, un niño se esconde detrás de su madre al ver a Adam. No es necesario observar al chico que se encuentra a mi lado para notar cuán incómodo se siente. La tensión que emana de su cuerpo es casi palpable. No me había detenido a pensar cuán difícil debe ser para él andar por la calle todos los días. No me sorprendería averiguar que vive encerrado dentro de su casa la mayor parte del tiempo. Mi vista se clava en Adam, pero esta vez, no soy capaz de ver al chico aterrador. Lo único que veo, es a un el chico que lidia con esta mierda a diario y sigue con la frente en alto. No sé si yo podría ser capaz de hacer algo como eso. No sé si yo sería capaz de enfrentar a un mundo que no comprende que lucir diferente no te hace diferente… Él se percata de que estoy mirándolo y me observa de reojo. Una sonrisa tímida se dibuja en mis labios y parece relajarse un poco con el gesto. —Olvidé conseguir algo para beber —digo, cuando estamos a nada de ser atendidos. —¿Quieres que vaya a buscar un jugo? —dice en voz baja, para que solo yo lo escuche. —Sería genial si lo hicieras. Él asiente y sale de la fila. Entonces, me apresuro a poner todas las compras en la banda de la caja registradora. La cajera me mira con aire divertido, mientras me elevo sobre mis puntas para corroborar que Adam no esté camino de regreso. En realidad, sí pensé en buscar algo para tomar, pero lo dejé pasar solo porque quería ser yo quien pagara las compras. Solo espero tener el tiempo suficiente para hacerlo. Finalmente, la chica de la caja me cobra el monto final y soy feliz porque no está Adam aquí para impedir que lo pague. Al cabo de unos instantes, mi acompañante aparece en mi campo de visión. Sus facciones amables se endurecen cuando me mira cargando un par de bolsas de papel y un recibo en la mano. —Podemos comprar un refresco de camino a casa —digo cuando se acerca un poco más. Trato de lucir despreocupada mientras hablo. Su mandíbula se aprieta con fuerza y su ceño se frunce con enojo. Está furioso. Sin decir nada, me quita las bolsas de mala gana y se abre paso hasta el estacionamiento. Apenas puedo seguirle el paso, pero a él no parece importarle.
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