Sierra sostuvo la daga con fuerza, aun cuando su pulso temblaba. Su cuerpo entero temblaba por Styx, por lo que él simbolizaba, por su cautiverio, y por la posibilidad de salir de eso. Si lo mataba se acabaría por parte de él, pero ¿tener a Tarver como esposo no era peor? ¿Cuál de sus dos infiernos quemaba menos? Esa fue la pregunta que cruzó por sus ojos cuando su mano, instintivamente, se acentuó en el cuello de Styx y rasgó la fina capa superficial. Ella soltó un suspiro tembloroso cuando miró la hoja teñirse de rojo. Pestañeó varias veces, temblorosa, y Styx mantuvo los ojos en ella. Había tanto miedo en su mirada, en la manera de sostener la daga y en la indecisión, que cuando sintió que la bajaría, sujetó de nuevo su muñeca y los ojos de Sierra se llenaron de lágrimas. —Solo si me