Tenían sólo unos minutos ahí, cuando el grupo se abrió un poco para dejar paso a la Duquesa de Valentinois, quien avanzaba con esa gracia exquisita tan peculiar de ella. Iba vestida en un traje blanco con toques en n***o, sus colores particulares, le explicó María Estuardo a Sheena en voz baja. Eran también los colores de las libreas de sus sirvientes. —¿Por qué n***o y blanco? —preguntó Sheena. —Ella juró, al morir su esposo, que llevaría siempre luto por él— contestó la pequeña Reina con una sonrisa maliciosa—, pero nadie puede negar que tales colores le son muy favorecedores, por el tono de su cabello y de su piel. —Sí que lo son— asintió Sheena con involuntaria admiración. —¡Ahora somos tres pelirrojas!— exclamó María Estuardo con una sonrisa—. ¡La Duquesa, tú y yo! Debíamos ser c