Rykeer.
Estaciono mi coche en la entrada de urgencias del hospital más cercano, sintiendo en mi pecho esa terrible sensación que me ha acompañado durante años.
Las manos me tiemblan. Ni siquiera el tragar grueso quita de mi garganta la gran pelota de emociones que tengo al ver a la mujer desmayada en el asiento del pasajero, misma mujer que no he visto desde hace años.
A sabiendas de que tengo que conseguirle ayuda mi cuerpo comienza a responder por sí mismo. Me despierto de mi entorpecimiento pidiendo ayuda a gritos hasta que un enfermero trae consigo una camilla sacando a Rachel del coche y perderse tras unas puertas dobles en las que no me permiten pasar.
Estoy en medio de una sala de urgencias, en medio de la noche, con una mujer que no he visto en tanto tiempo que incluso creo que estoy soñando. Tengo que pellizcarme para asegurarme de que esto no es producto de un coma a causa de un accidente provocado por mi maldita falta de sueño en estas noches donde algo me ha estado molestando, pero no he llegado a averiguar qué es con exactitud.
Frustrado porque no voy a dejarla sola, miro la pantalla de mi móvil la cual se enciende y apaga con una llamada entrante de mi esposa que no quiero tomar.
¿Qué se supone que voy a decirle? ¿Que estoy en un hospital con la mujer con la que la engañé? No, no pienso darle explicaciones sobre algo que no tiene explicación pues todavía no termino de entender cómo es que llegamos aquí en primer lugar.
Guardo mi aparato mirando el reloj anclado a la pared. A sabiendas de que tengo horas aquí dentro, tomo asiento esperando una noticia favorable que me permita salirme de esta situación de mierda donde yo mismo me puse.
Sabía, desde el momento en que la vi, que nada bueno traería su regreso, pero tampoco pensé que armaría tanto caos nuestro reencuentro pues solo una llamada a mi esposa y va a arder el puto mundo.
Rogando porque ningún conocido entre por la puerta que tengo al lado, paso las siguientes horas en una postura constante de alarma, esperando el momento en que todo se vaya al carajo de nuevo, pero nada sucede.
Casi al punto de caer rendido, el que mencionen el nombre de Rachel me despierta, buscando a quien sea que la haya mencionado.
—¿Parientes de Rachel Doyle? —vuelven a preguntar. Es aquí cuando noto que se trata de un doctor quien espera en medio de la sala.
Me pongo de pie acercándome.
—Yo la traje—digo, sin saber qué otra cosa decir—. ¿Cómo se encuentra?
—Bien, está despierta. Solo tuvo un pequeño corte en la frente. Los estudios demuestran que no tiene nada malo y vamos a dejarla salir en unas horas más, ¿desea verla?
Sacudo la cabeza. No sé qué tengo qué hacer en esta posición, pero algo dentro de mí me dice que no voy a ser capaz de dejarla, así que no tengo otra opción que al menos acercarme a verla.
El doctor en el camino me habla de lo que tuvieron qué hacerle y sobre cómo reaccionó al despertar minutos después de que la traje. Llegamos a un cuarto donde me deja solo para ver a otra persona, y me quedo frente a la puerta pensando en si debería o no estar aquí.
Después de todo lo que pasamos, me nubla un poco la visión el hecho de tener a la mujer que amé a solo unos metros de distancia luego de tanto tiempo. Llevamos años sin vernos, sin hablarnos y no es que hayamos terminado de la mejor manera la primera vez que nos vimos.
Sintiendo el nerviosismo en el centro de mi estómago, no hay nada que pueda hacer más que tomar aire. Ya me decidí a no dejarla sola, además de que dentro de mí urge la curiosidad de saber qué demonios estaba haciendo siguiéndome a mitad de la noche como si fuera un ladrón. Justo por eso bajo la manija, encontrándome con su mirada.
Tal y como dijo el doctor, un corte adorna su frente, mismo que está curado y cosido para este punto, pero no es eso lo que llama mi atención sino las lágrimas que tiene en su rostro.
Es más que obvio que sucede algo más, algo de lo que no soy capaz de comprender todavía.
—Hola, estás mejor—digo sonriendo levemente, aunque a ella parece no hacerle gracia—. ¿Cómo te sientes?
Sorbe por su nariz, bajando la mirada.
—Estoy bien. Te quedaste.
Me encojo de hombros caminando hasta quedar a un lado de la cama.
—No iba a dejarte aquí sola. Ni siquiera tienes un coche para regresar.
Sacude la cabeza.
—Eso no importa. El coche es lo de menos.
Un silencio incómodo se instala entre nosotros. La sensación de tensión en el aire es casi palpable porque a decir verdad, era de esperarse. Pasaron demasiadas cosas entre nosotros como para fingir que somos viejos amigos o que terminamos en buenos términos porque no fue así.
De hecho, Rachel se fue y juró que jamás volvería a verla, cosa que cumplió hasta hoy.
—¿Cómo te sientes? —me atrevo a preguntar.
—Bien. Tengo un poco de dolor por el impacto, pero nada serio.
—¿Por qué me seguías, Rachel? Pudo terminar peor, lo sabes.
Toma aire, mirando al techo. No me responde de inmediato, creo que ni siquiera quiere hacerlo pues en sus ojos veo aquella lucha interna por intentar decir alguna palabra.
—Rachel…
—Pensé que sería más fácil—dice entonces, en un tono de voz tan bajo que apenas pude oírla—. Creí… creí que te habrías marchado antes de que salieran a darte mi parte médica.
Frunzo el ceño. Me confunde con cada palabra que sale de su boca porque no está diciendo nada en absoluto. Son solo palabras al viento que no puedo hilar para armar siquiera una sola oración.
—Te dije que me quedaría a esperarte. No tienes cómo regresar, de hecho, no vas a tener cómo moverte así que me quedé. ¿Qué tiene de malo?
Sacude la cabeza.
—Nada, es solo que tú tienes ese patrón. Alejarte cada que te necesito.
—Pues no me necesitarías ahora de no ser porque chocaste tu coche contra el mío, maldita loca.
Intento ignorar el dolor y la pena que carga en sus ojos al verme. También el hecho de que su mirada angelical siga intacta aún a pesar de los años y de todo lo que ha tenido que pasar.
—¿Por qué me perseguías, Rachel? Creí que no ibas a volver a verme.
—Bueno, ese fue el trato, ¿cierto? Juré que no volvería, pero supongo que los juramentos quedan invalidados cuando no tienes idea sobre lo que estás jurando.
Frustrado suelto un largo suspiro.
—No estoy entendiendo nada de lo que estás diciendo.
—Juré que no volvería a buscarte, ni a verte, Rykeer, pero no pensé en el futuro cuando lo hice.
—¿De qué estás hablando? ¿Vas a decirme que alejarte fue un error?
—No—responde tajante—, voy a decirte que me vi obligada a romper ese juramento por pura necesidad. Y de verdad que no vendría de no ser de vida o muerte.
Su preocupación, el hecho de ver el dolor en sus expresiones y la forma en la que parece estar sufriendo al decir cada una de las palabras que salen de su boca me tienen demasiado preocupado de un momento a otro.
Pensé que no existiría razón alguna que volviera a juntar nuestros caminos, pero al parecer me equivoqué.
—¿Necesitas dinero? Puedo darte lo que quieras, no tengo problemas con eso.
—Lo que necesito no lo puedes comprar—susurra, moviendo sus dedos con nerviosismo. Siento que está a punto de tener un infarto por la forma en que tartamudea y toma aire antes de continuar—. Puedes ayudarme, pero no con dinero.
Me encojo de hombros.
—¿Entonces? —guarda silencio—. Rachel, si no me dices lo que pasa no puedo encontrar la forma de ayudarte. Dime, qué está en mis manos y lo conseguiré, te lo daré.
—¿Lo prometes?
—Dime qué necesitas.
De repente sus ojos se llenan de lágrimas y una vez más comienza a llorar en silencio. La forma tan sentida con que lo hace me provoca un dolor en el centro del pecho. De repente me siento miserable porque juré que no iba a verla llorar por mí ni una sola vez más, y he fallado.
—Rachel…
—Nunca fue mi intención decirlo de esta forma, Rykeer, de verdad, debes creerme, pero no encuentro otra solución—gime entre llanto—. Durante años quise… yo lo intenté.
—¿Qué intentaste?
—Decir la verdad. Quise que supieras antes de que todo se fuera al carajo, pero ahora no hay tiempo. No tengo días, ni siquiera horas porque es de vida o muerte.
—Me estás asustando—admito, mirándola con el ceño fruncido.
Rachel está tan emocional que no puede ni siquiera hablar así que dejo que se tome unos minutos para soltar todo lo que pueda antes de continuar, el problema está en que parece que el llanto no tiene fin alguno.
—Tengo un hijo—admite entonces, dejándome en silencio—. Su nombre es Ryan. Es… es mi mejor amigo. El amor de mi vida si debo ponerlo en palabras y está necesitando de algo que solo su padre puede darle.
Sacudo la cabeza, retrocediendo. El golpe emocional que recibo es tan grande que apenas y puedo concentrarme en darle una respuesta sensata.
—¿Un hijo? —tartamudeo.
—Sí, un pequeño niño que es la luz de mi vida y de verdad necesito de la ayuda de su padre. Él…está enfermo, Rykeer, está muy enfermo y no encuentro otra solución más que rogarle a su padre por algo que no tiene precio.
—¿Qué pasa con su padre? ¿Se niega?
Rachel pone sus ojos en mí.
—No sabe que tiene un hijo conmigo—susurra entonces—. No sabe que… que hay un pequeño de tres años llevando su sangre porque yo jamás se lo dije. Hasta ahora.
De inmediato me pongo de pie. Algo dentro de mí parece haberme dejado aturdido, como si una bomba hubiera estallado en mi interior porque no puedo pensar con claridad.
Su mirada es tan intensa y sentimental que no encuentro un rastro de mentira o broma en ellos, y aunque no quisiera admitirlo ahora tiene sentido que viniera en mi búsqueda, lo que no tiene sentido es la parte en que según deja entender, ella y yo tenemos un hijo en común.
—Dime que estás jugando.
—No supe del embarazo hasta que nos separamos—comenta con sentimentalismo—. No quise regresar a buscarte porque sabía cómo habíamos terminado y pensé que podría sola. Es un niño adorable, de verdad, es un pequeño…
—Llevo años intentando tener hijos con mi esposa y tú… no puede ser.
Respira profundo, elevando el mentón.
—No lo planeé, es obvio, así como no planeé necesitarte ahora como lo hago, pero lo hago y no me iré sin que me des una respuesta.
Sacudo la cabeza, lleno de tanta mierda que no soy capaz ni siquiera de comprender lo que dice.
—¿Qué estás diciendo?
—Que nuestro hijo está muriendo, y te necesita.