04.

2049 Words
Rachel. La noticia no le sienta nada bien porque en vez de quedarse a hablar conmigo, Rykeer prefirió salir del cuarto y no lo culpo para nada. Demasiadas cosas tiene por analizar. Entiendo que ha de ser difícil que alguien a quien no ves en tres años llegue a decirte que tienen un hijo en común, más que está enfermo y que necesita de ti cuando claramente tienes toda una vida hecha sin nadie interfiriendo. De verdad, entiendo, y justo por eso es que todos estos años intenté tener una vida donde ninguno de los dos lo necesitara en absoluto. Sé que durante un tiempo me negué a la realidad de su enfermedad creyendo tontamente que podría curarlo sin su interferencia, pero supongo que el destino es caprichoso cuando se trata de secretos y por eso hizo que la única salvación para nuestro hijo sea su padre. Bueno, salvación que yo supongo porque al parecer, no está dispuesto a saber nada de nosotros. A medida en que pasan las horas más me convenzo de que quizás se fue a su casa para evitar tener que seguir escuchándome y también entendería eso de no ser porque de verdad necesito de él. Las esperanzas de que Rykeer sea capaz de tomar responsabilidad por nuestro hijo van decayendo a medida en que el reloj avanza hasta llegar a un nuevo día, donde el primer doctor de la guardia viene a darme el alta. Por suerte no tengo nada de qué preocuparme. La herida va a sanar con el tiempo y en mi cuerpo no tengo más que moretones que van a sanar también con el paso de los días, sin embargo la herida que cargo en mi corazón, aquella que se abrió cuando supe de la enfermedad de mi niño y que no ha querido cerrar con el paso de los años, parece tener unos cuantos centímetros más ahora que sé que su padre no ha tomado bien la noticia. Para cuando me dan el alta tomo mis cosas y abandono el cuarto por la sala de espera, donde tampoco está por ningún lado. Soltando un suspiro me propongo tomar un autobús que me lleve donde mi ciudad y poder refugiarme en mi hijo, sin siquiera pensar en el coche que está destrozado en algún lugar de la ruta 66. Gimiendo por el dolor que me provoca moverme ahora que tengo todo mi cuerpo magullado, no tengo idea de dónde queda la parada del autobús una vez que salgo a la vereda, quedando completamente descolocada. No tengo idea de dónde estoy, ni tampoco hacia dónde ir. Mi teléfono está muerto, tengo poco dinero así que tomar un taxi no es una opción y solo me queda caminar. Lo que es libre y altamente doloroso en estos momentos. Desesperada por llegar a un lugar donde al menos me sienta en paz, paso completamente desapercibido el coche que se detiene a unos cuantos metros de distancia, al menos hasta que veo una figura conocida salir de allí. Rykeer, con la misma ropa de ayer y con demasiadas cosas en su rostro, baja de su coche observándome con detenimiento. —¿Dónde crees que vas? —dice—. Sube, te llevaré. Sacudo la cabeza. —No te preocupes, puedo llegar a mi coche. Rueda sus ojos. —Rachel, eso quedó destrozado, no puede conducirse y no vas a tomar el autobús. Sube. —Puedo caminar, de verdad, no es problema para mí. —Tenemos que hablar—me corta, dejándome en silencio—. Sube, por favor. Sus palabras, por más que tenga un por favor en medio de la oración, no es ningún pedido. Es todo lo contrario. Quisiera poder decir que con los años he olvidado sus manías, pero al parecer no porque ese tono autoritario con el que lo conocí, mismo que emplea para sus trabajadores cuando está molesto, es con el que me está hablando ahora mismo. Sopeso mis opciones en voz baja. Sé que no puedo ir caminando hasta mi ciudad ni mucho menos, además de todo lo que tenemos qué hablar, dejando en claro que si regresó fue por algo. Eso es lo que me lleva a caminar hasta la puerta del copiloto donde ingreso, sintiendo el aroma a cuero, desinfectante y el usual perfume que se cala por mis fosas nasales regresándome en el tiempo a cuando nosotros… —¿Dónde te estás quedando?—pregunta, abrochándose el cinturón. —No tengo un lugar rentado. Vivo en Texas. Voltea a verme confundido. —¿Condujiste desde Texas para encontrarme? Me encojo de hombros. —Te dije que era de vida o muerte. Lo primero que hice fue ir a buscarte a tu casa, luego tu esposa salió y terminó… —Ay, carajo. Dime que no viste a Jenna. —Fue quien me atendió. Después de darme una bofetada y echarme de tu vecindario tuve que quedarme fuera de tu oficina esperando a que salieras, todo el día—comento agotada, sintiendo el peso sobre mis ojos—. Necesitaba verte sí o sí, el tiempo se agota. Puedo sentir su frustración. Mis encuentros con Jenna jamás fueron agradables y es obvio que para ella no soy más que un perro recordatorio de que su prometido del momento me escogió, se enamoró de mí y… bueno, no acabó bien para nadie. Comprendo que le moleste, más cuando juré que no iba a interponerme ni a regresar, pero tiempos desesperados requieren medidas desesperadas a decir verdad. —Sigues diciendo que el tiempo se agota, pero no explicas nada. Suelto un suspiro. —Bueno, supongo que vas a dejarme en la estación de autobús para que regrese a Texas así que no tenemos mucho tiempo. —Te llevaré al aeropuerto. —No puedo pagar un vuelo. —No te pedí que lo pagaras—aclara, dejándome en silencio—. El camino es largo hasta allí, cuéntame todo y no omitas nada, por favor. —¿De verdad te interesa o solo lo haces para no verte como un idiota por rechazarme aún después de que te dije sobre nuestro hijo? Noto que aprieta las manos al volante, intentando mantener la calma, supongo. —Merezco la verdad, Rachel, y tengo derecho de ser un idiota porque te apareces en mi vida después de tres años a decirme que tenemos un hijo que está muriendo, que necesitas mi ayuda, pero no dices nada más que eso. —¿Qué más necesitas? ¿Quieres una prueba de vida? —No, de vida no, pero quizás de paternidad sí. De inmediato clavo los ojos en él. —¿Estás bromeando? —¿Me ves cara de que bromeo o qué?—replica—. Mira, sé que puedo confiar en tu palabra, pero es que simplemente no lo creo. No creo que haya un hijo mío por ahí, del que no sé nada, mismo que no me conoce en absoluto y… necesito esa certeza antes de darte lo que sea que viniste a pedir. Debo decir que me sorprende que no sea dinero. Ruedo los ojos soltando un suspiro. —Te dije que lo que necesita no se puede comprar. O quizás tú sí puedas, pero te saldrá más barato de la forma tradicional. Frustrado golpea un poco el volante. —¿Puedes decirme ya qué es lo que tiene el niño? —Necesita un transplante de riñón—le suelto, observando cómo de un momento a otro su semblante cambia por completo—. Comenzó como un simple problema de insuficiencia renal cuando tenía dos y medio. Lo llevé de inmediato al doctor, hicieron estudios y decidieron que la diálisis le funcionaría lo cual fue cierto, por unos meses. Comenzó a empeorar cada vez más, de a poco dejó de ser un niño sano y llegó el punto en que nos dijeron que entraría a la lista de transplantes. Esperamos por todo un año a que llegara su turno y cuando finalmente lo hizo no fueron compatibles. Rykeer suelta un suspiro. —¿Está mal? —Está tan jodido que está primero en la lista, sin embargo ninguno de los riñones que ingresan al hospital son compatibles con él. Incluso yo… hice la prueba, mis padres también, pero ninguno de nosotros es compatible con Ryan. —¿Qué esperas de mí? ¿Qué le compre un riñón? Porque además de ser ilegal es… —Quiero que hagas la prueba—enfatizo, mirándolo fijamente—. Sé que lo que pido es mucho, pero si resulta que eres compatible puedes venderme tu riñón. Te lo pagaré con creces, te lo juro. Tendré una deuda de por vida contigo si salvas a mi hijo y no te juzgaré si quieres hacer de cuentas que jamás pasó, pero necesito que hagas la prueba. Tengo que saber si la única persona que parece ser capaz de salvar la vida de Ryan es su padre. Su silencio me mata. De a poco, mientras él intenta comprender la gravedad de la situación comienzo a imaginar posibles escenarios posteriores, donde no me da la respuesta que quiero. Siento que estoy muriendo, que voy en una especie de espiral de donde no puedo salir hasta que veo solo confusión en sus ojos lo que es comprensible. —¿Y si resulta que no soy compatible? —Entonces sabré que hice lo que estuvo en mis manos para salvar a mi hijo y dejaré que Dios haga sus propios planes, pero no puedo sentarme a su lado y verlo morir, Rykeer. Por eso vine a verte. —Rachel… —Sé que lo pido es mucho—repito—, pero no podía quedarme sin decirte nada porque si resulta que eres incompatible o resulta que no quieres hacer la prueba… si resulta que Ryan muera… debes de saber que tienes un pequeño niño que muere por saber de su padre y que su madre no lo dejo solo sin intentar hasta la última de las opciones posibles. Mi corazón arde al recordar la posición de mi hijo, una de la que no soy capaz de sacarlo por más que quiera. El sentimiento de inutilidad hacia mí misma es tan abrasador que no soy capaz siquiera de conciliar el sueño por las noches, pero nada de eso es culpa de Rykeer, de nadie en realidad. Intentando contener las lágrimas respiro profundo porque lo último que me falta ahora es verme débil ante la única persona que puede darme un poco de alivio. —No es fácil, Rachel. La prueba de paternidad puede tardar unos días, tengo que arreglar unos asuntos con Jenna primero porque es mi esposa y debe saberlo, además la empresa… —Ryan no tiene todo el tiempo del mundo. Está en estado crítico. Tan crítico que estas horas gastadas en venir a buscarte tendría que haberlas pasado con él, pero como dije no dejaré que Dios se lo lleve sin antes agotar todas las opciones. Él suelta un suspiro. Uno demasiado largo. —¿Y la prueba? —Tienes mi palabra de que es tu hijo y de no ser así, te pagaré cada centavo que gastes en hacer esto por nosotros. Te juro, Rykeer, que no te pido que lo ames, mucho menos que lo conozcas si no quieres, solo quiero que lo salves porque sé que eres mi última opción y si tampoco resultas compatible entonces dejaré que la vida siga su curso, pero necesito que hagas esa prueba como un favor a un viejo amor. En completo silencio me lleva hacia el aeropuerto. No tengo idea en qué esté pensando, mucho menos si es algo beneficioso o no para mí, pero tampoco hago preguntas o insisto. Como dije, entiendo que es demasiado para sopesar. Le estoy pidiendo una parte de su cuerpo para un niño del que no está seguro y es en serio una jodida situación para todos. No insisto, no le pregunto nada, solo me quedo junto a él hasta que compra el tiquete de avión el cual pone en mis manos antes de mirarme por lo que parece ser una última vez. —Tengo que pensarlo—susurra—. De verdad, lo siento. Y entonces se marcha, sin darme una respuesta, sin darme un poco de alivio, solo pura y completa incertidumbre.
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