Sofía se aferraba con fuerza al pecho de Marcos mientras la moto avanzaba por las calles iluminadas por las luces nocturnas. El viento despeinaba su cabello, pero no le importaba; todo el momento se sentía mágico, como si estuviera en una película.
—Esto es increíble —grito Sofía, levantando la voz para que él pudiera escucharla sobre el rugido de la moto.
—Te lo dije, las mejores cosas pasan cuando te dejas llevar —respondió Marcos, volviendo la cabeza un poco para mirarla.
El paisaje a su alrededor parecía un cuadro en movimiento. Las luces de la ciudad se mezclaban con la oscuridad del cielo, y el aire fresco de la noche acariciaba su rostro. Sofía cerró los ojos por un momento, sintiéndose en paz, olvidando por completo cualquier duda que pudiera haber tenido sobre Marcos.
En un cruce, mientras el semáforo para ellos estaba en verde, un coche salió a toda velocidad ignorando la luz roja. Marcos apenas tuvo tiempo de reaccionar.
—¡Sujétate! —gritó él, girando el manillar bruscamente para intentar esquivar el coche.
El impacto fue inevitable. La moto chocó contra el costado del coche, lanzándolos a ambos por el aire. Sofía apenas pudo registrar lo que ocurría antes de sentir un dolor punzante en todo su cuerpo al caer al pavimento. Marcos aterrizó a unos metros de ella, el casco salvándole la vida, pero dejándolo inmóvil.
Los gritos de los transeúntes llenaron el aire, mientras algunos corrían a auxiliarlos y otros llamaban a emergencias. Sofía intentó moverse, pero un dolor agudo en su pierna derecha la dejó paralizada. Miró hacia Marcos, y su corazón se detuvo al verlo inconsciente.
—¡Marcos! —intentó gritar, pero su voz apenas se escuchaba.
Las sirenas de las ambulancias no tardaron en llegar, y todo se convirtió en un caos. Sofía fue levantada cuidadosamente por los paramédicos, quienes la subieron a una camilla. Sus ojos se llenaron de lágrimas al ver cómo también colocaban a Marcos en otra camilla, aún sin reaccionar.
—Estará bien, estará bien —se repitió a sí misma, tratando de convencerse mientras las puertas de la ambulancia se cerraban.
El trayecto al hospital fue un torbellino de sonidos, luces y confusión, los separaron rápidamente, llevándolos a diferentes salas de urgencias. Sofía apenas podía mantener los ojos abiertos, el dolor y la adrenalina hacían que su mente estuviera nublada.
Antes de perder el conocimiento, un pensamiento cruzó su mente como un susurro desesperado:
"Por favor, que esté bien. No puedo perderlo ahora."
El mundo de Sofía era una nube borrosa de voces y luces parpadeantes. Sintió que algo la jalaba hacia la superficie después de lo que parecía una eternidad de oscuridad. Finalmente, abrió los ojos, y la luz blanca del hospital la cegó momentáneamente.
—¡Sofía! —exclamó Clara, una de sus mejores amigas, inclinándose sobre ella. Sus ojos estaban rojos, como si hubiera estado llorando.
Sofía trató de moverse, pero un dolor punzante en su pierna derecha la hizo gemir.
—Tranquila, no te esfuerces —dijo Alejandro, otro de sus amigos, sujetando suavemente su mano—. Estás a salvo.
—¿Qué pasó? —preguntó Sofía con voz ronca, su garganta seca como el desierto—. ¿Dónde estoy?
Clara tomó un vaso de agua y le ayudó a beber un poco. Luego, con un nudo en la garganta, le explicó lo básico.
—Tuviste un accidente. La moto... el coche... —Clara tragó saliva, incapaz de continuar. Alejandro intervino rápidamente.
—Estás en el hospital. Estuviste inconsciente todo un día. Tus padres están en camino, pero tuvimos que darles la noticia primero. No te preocupes, están calmados. Todo estará bien.
Sofía frunció el ceño, tratando de recordar. Poco a poco, las imágenes volvieron: la moto, el viento, el coche que se saltó el semáforo. Y luego...
—¿Marcos? —preguntó, su voz apenas un susurro—. ¿Dónde está Marcos?
Los rostros de sus amigos se tensaron. Clara miró a Alejandro, como si esperara que él dijera algo. Pero antes de que pudiera hablar, una voz rompió el incómodo silencio.
—Está en coma —dijo Laura, otra compañera de clases, entrando a la habitación con un ramo de flores.
El corazón de Sofía se detuvo. Sus ojos se abrieron desmesuradamente mientras miraba a Laura, que parecía no darse cuenta del impacto de sus palabras.
—¿Cómo...? —Sofía intentó preguntar, pero su voz se quebró.
—Laura, por favor —murmuró Alejandro, tratando de detenerla, pero ya era demasiado tarde.
—Bueno, es lo que escuché cuando llegué. Dicen que está grave, pero quién sabe. Tal vez se recupere pronto —continuó Laura, como si no hubiera notado el cambio en el ambiente.
Sofía sintió que el mundo se derrumbaba a su alrededor. Las lágrimas comenzaron a llenar sus ojos, y su respiración se aceleró. Clara inmediatamente tomó su mano, tratando de calmarla.
—No sabemos nada seguro aún, Sofía. Por favor, no te angusties. Los doctores están haciendo todo lo posible —dijo Clara con urgencia.
—¿Dónde está? —Sofía insistió, su voz quebrada por el miedo y la desesperación—. Necesito verlo.
—No puedes moverte todavía, Sofía. Tu pierna está enyesada, y necesitas descansar —respondió Alejandro con firmeza, aunque se notaba la preocupación en su rostro.
Sofía cerró los ojos, dejando que las lágrimas rodaran por sus mejillas. La idea de Marcos, con su sonrisa confiada y sus ojos llenos de vida, ahora atrapado en un estado de inconsciencia, era demasiado para soportar.
—Él estará bien, Sofía. Es fuerte —dijo Clara, aunque su propia voz temblaba.
En ese momento, un doctor entró a la habitación, revisando las máquinas conectadas a Sofía.
—Buenos días, señorita Martínez. Me alegra verla despierta. ¿Cómo se siente? —preguntó con amabilidad.
Sofía intentó responder, pero solo logró asentir débilmente. Alejandro y Clara intercambiaron miradas preocupadas, mientras Laura, al fin consciente de lo que había hecho, se mantuvo en silencio en un rincón.
—Necesitas reposar, pero estás estable. Tus padres llegarán pronto —dijo el doctor antes de salir, dejándola nuevamente con sus amigos.
Mientras Sofía trataba de procesar todo, solo tenía un pensamiento fijo en su mente: "Tengo que ver a Marcos. Necesito saber que estará bien."