Sofía permaneció en silencio, asintió dando la razón a sus amigos e intento relajarse, mientras sus amigos se turnaban para acompañarla.
Aunque su cuerpo estaba inmóvil, su mente no dejaba de girar alrededor de una sola idea: Marcos estaba en coma, y ella tenía que verlo.
Horas después, cuando el cansancio venció a Clara y Alejandro, ambos cayeron dormidos en los sillones de la habitación. Sofía aprovechó el momento de calma. Lentamente, intentó mover su pierna, pero el dolor fue tan intenso que casi gritó. Mordió su labio para contenerse.
Miró alrededor, buscando alguna manera de salir de allí. Entonces vio la silla de ruedas cerca de la puerta. Con mucho esfuerzo, se incorporó en la cama, jadeando por el esfuerzo. A pesar del dolor, logró alcanzar la silla y se dejó caer en ella, respirando agitadamente.
"Debo verlo," pensó, apretando los puños. Empujó las ruedas con dificultad, rogando que el ruido no despertara a sus amigos.
Cuando llegó al pasillo, su corazón latía con fuerza. Las luces fluorescentes hacían que el ambiente se sintiera frío y desolador.
Cada metro recorrido era un suplicio, pero el deseo de verlo era más fuerte que el dolor. Cuando finalmente llegó a la UCI, encontró una puerta custodiada por un enfermero.
—No puedes pasar, es una zona restringida —le dijo el hombre con firmeza.
Sofía sintió que su corazón se hundía. Pero antes de que pudiera protestar, escuchó una voz detrás de ella.
—Déjala pasar, ella es su hermana.
Era la madre de Marcos. Sofía se volteó, sorprendida al verla. La mujer tenía el rostro cansado, pero sus ojos reflejaban una mezcla de tristeza y gratitud.
—Él hablaba mucho de ti. Creo que, si pudiera escuchar tu voz, le daría fuerzas para seguir luchando —dijo, mientras colocaba su mano en el hombro de Sofía.
El enfermero asintió y abrió la puerta. Sofía entró lentamente, y su corazón se rompió al verlo conectado a tantas máquinas. La vitalidad que siempre definía a Marcos parecía haber desaparecido.
Con lágrimas en los ojos, se acercó a su cama y tomó su mano.
—Marcos, soy yo... Sofía —susurró, su voz temblorosa—. Por favor, despierta.
Se inclinó hacia él, apoyando su frente contra su mano. Las lágrimas cayeron sin control mientras recordaba sus risas, sus bromas, y el momento en la moto, cuando todo parecía tan perfecto.
De pronto, sintió un leve movimiento en los dedos de Marcos. Sofía levantó la cabeza de golpe, mirando su mano con incredulidad.
—¿Marcos? —preguntó, su corazón se paralizo, y por un momento olvido respirar, esperando otro movimiento que le confirmara que realmente si sucedió.
Aunque no hubo respuesta inmediata, estaba segura de que lo había sentido. El monitor de su frecuencia cardíaca emitió un pitido más fuerte, como si su cuerpo intentara responder.
Sofía sonrió entre lágrimas, aferrándose a la esperanza de que Marcos estuviera luchando para regresar a ella.
El monitor del corazón de Marcos emitió un leve cambio en su ritmo, pero antes de que Sofía pudiera decir algo más, el enfermero entró en la habitación.
—Señorita, ya no puede estar más tiempo aquí —dijo con voz firme pero amable—. Es la hora de administrar sus medicamentos.
Sofía dudó en soltar la mano de Marcos. Sus ojos se llenaron de súplica al mirar al enfermero, pero sabía que no podía quedarse. Finalmente, asintió y, con un esfuerzo doloroso, soltó su mano.
La madre de Marcos, que había estado observando desde la puerta, entró para ayudar a Sofía.
—Ven, querida, te llevaré de vuelta a tu habitación —dijo suavemente, colocando una mano en el respaldo de la silla de ruedas.
Mientras avanzaban por los pasillos silenciosos del hospital, Sofía intentó contener las lágrimas. La madre de Marcos notó su estado y decidió romper el silencio.
—Eres muy valiente, Sofía —dijo con un tono cálido—. No todos se habrían esforzado tanto por estar a su lado.
Sofía miró hacia sus manos, evitando el contacto visual.
—No está molesta conmigo? —murmuró, su voz temblando—. El accidente fue mi…
La mujer suspiró profundamente, deteniéndose en medio del pasillo. Se inclinó ligeramente hacia Sofía y le tomó la mano.
—No fue tu culpa, no fue culpa de ninguno de los dos, salvo el borracho que se pasó la luz roja, sé que mi hijo es muy prudente aun en esa cosa de dos ruedas, Marcos es fuerte, siempre lo ha sido. Si alguien puede salir de esto, es él —dijo con convicción—. Y aunque ahora no pueda hablar, estoy segura de que sabe que estás aquí bien, con vida.
Sofía asintió débilmente, agradecida por sus palabras, pero todavía con el corazón pesado.
Cuando llegaron a su habitación, la madre de Marcos ayudó a Sofía a acomodarse en la cama.
—Descansa un poco, querida. No puedes ayudar a Marcos si tú misma no te cuidas —le aconsejó, acariciándole suavemente el cabello antes de marcharse.
Sofía se quedó mirando al techo, con el sonido de los monitores del hospital como único acompañante. Cerró los ojos, tratando de calmar su mente, pero el recuerdo del accidente, como vio todo en cámara lenta, como sintió que el la hágala por los brazos para apretarla a su espalda, tal vez eso le había salvado la vida.
Sofía abrió los ojos lentamente, todavía adormecida por el cansancio y el dolor que persistía en su cuerpo. Lo primero que vio fueron las caras de sus padres al pie de su cama. Su padre tenía el ceño fruncido, una expresión cargada de preocupación. Sin embargo, su madre no compartía el mismo gesto. La dureza en su rostro y la postura rígida dejaban claro que estaba enojada, furiosa incluso.
—¿Cómo te sientes, hija? —preguntó su padre con voz suave, acercándose y tomando su mano.
Sofía intentó esbozar una sonrisa para calmarlo.
—Estoy... bien, papá —respondió débilmente.
Pero su madre no permitió que el momento se suavizara. Dio un paso adelante, cruzando los brazos, y clavó sus ojos en ella.
—¿Bien? —repitió con un tono cargado de reproche—. Sofía, ¿puedes explicarnos cómo terminaste en un accidente, en una moto, con un chico?
Sofía tragó saliva, sintiendo que la culpa la envolvía como una ola. Había esperado esta conversación, pero no así, no tan pronto.
—Mamá... no fue planeado —intentó explicar—. Marcos...
—¡No quiero escuchar excusas! —interrumpió su madre, alzando un poco la voz—. ¿Lo besaste ya?
—Pues…
—Hicimos un acuerdo muy claro cuando decidiste venir aquí. Nada de distracciones. Y ahora, mira lo que ha pasado.
Su padre la miró con un gesto suplicante.
—María, déjala hablar. Está herida, y esto no es momento para gritarle —dijo en un intento de calmar las cosas.
—¡Precisamente porque está herida es que tengo que decir algo! —replicó su madre—. ¿Sabes lo que sentí cuando me enteré? ¡Podrías haber muerto, Sofía!
Sofía sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas. Estaba atrapada entre el deseo de disculparse y la necesidad de defenderse.
—Sé que rompí el acuerdo, mamá... pero no fue como tú piensas —dijo con voz temblorosa—. Marcos es mi amigo. Después de estudiar quiso llevarme al apartamento, porque era tarde, y el accidente fue culpa de alguien más, no nuestra.
—¿Tu amigo? —su madre repitió, con incredulidad en su voz—a los amigos no se les besa, o es que ya han hecho algo más?
—María, por Dios, no la presiones, podría hacerle mal, alégrate que la niña está viva.
—Voy a hablar con los médicos para saber cuándo podemos llevarte de regreso a casa —anunció su madre finalmente—. Y cuando te recuperes, vamos a reevaluar si seguir estudiando aquí es lo mejor para ti.
—¡Mamá, no! —Sofía exclamó, incorporándose un poco pese al dolor—. No puedes hacerme esto. He trabajado duro para estar aquí.
—Y también hicimos sacrificios para que estuvieras aquí, Sofía —respondió su madre con dureza—. Y este accidente demuestra que no estás cumpliendo con tu parte.
—María—intervino su padre alejándola un poco de Sofia, hablándole al oído—. Esto no es algo que debamos decidir ahora.
Su madre suspiró, dando un paso hacia la puerta.
—Hablaremos más tarde —dijo sin mirarla—. Ahora descansa.
Su padre le dio un apretón en la mano antes de seguir a su madre fuera de la habitación.
—Por favor, que esto no acabe aquí... —susurró para sí misma, mirando al techo, mientras una lágrima rodaba por su mejilla.