El Adivino

1174 Words
Estaba un poco preocupada por el vuelo, facturamos el equipaje, pasamos el control de pasajeros, atravesamos la terminal a toda velocidad y, finalmente y por suerte, subimos al avión cinco minutos antes de que se cerraran las puertas. Había planeado tener una charla seria con Joshua; ahora yo era muy profesional, responsable, previsora, ordenada y puntual, muy, muy puntual, y no estaba dispuesta bajo ningún concepto a quedar mal con los jefes por su culpa. Había dejado atrás a mi inmadura, desabrida, juguetona y atrevida personalidad. Para convertirme en esto, una mujer profesional. De momento necesitaba calmarme un poco y de ser posible a una distancia prudencial de la desagradable persona que era mi colega Por eso, en cuanto viera la oportunidad, me iba a dirigir a la primera azafata que estuviera a la vista. —¡Ves exagerada!, hemos llegado con tiempo de sobra —dijo Joshua burlonamente a mi lado, quitándose los zapatos. Miré sus pies, que estaban enfundados en unos bonitos calcetines azules con dibujos de ositos. —Me vas a apestar con el olor de tus pies —gruñí, pensando que eran bonitos. —Tú aguanta. Es un viaje largo y me gusta estar cómodo, te recomiendo que hagas lo mismo con la altitud, los dedos de tus pies se hincharán como salchichas y no podrás quitarte esos zapatos de abuela que llevas. Miré mis zapatos. Eran algo feos, pero sí cómodos. Le dirigí una mirada de odio y me agarré al brazo de una azafata que pasaba por allí en un intento desesperado de que me escuchara. —¿Podría cambiar mi asiento?.— —Lo siento, señorita. —Ella retiró mi mano de su antebrazo con la tranquilidad de quien ha luchado en innumerables ocasiones contra la misma situación. El avión está lleno y están todos ocupados. —¿Puede pedirle a un pasajero que me lo cambie? , No me apetece sentarme con este tipo. —Miré a Joshua y le dirigí una mirada asesina. —No entiendo por qué, su acompañante es un hombre muy guapo. No me importaría sentarme a su lado. La azafata le dedicó a mi acompañante una mirada de soslayo. —Bueno, le daré mi asiento con mucho gusto. —Quizá yo pueda ocupar su asiento de azafata y servir las bebidas. Hace unos años fui camarera. La azafata puso los ojos en blanco y siguió a lo suyo. —No te vas a librar de mí tan fácilmente, Giselle.— bufó Joshua —¡Eso es lo que digo! Evita hablarme durante todo el vuelo —respondí, ofreciéndole la vista de mi espalda. —¿Siempre estás tan amargada?— —Sólo cuando me encuentro con idiotas como tú —respondí por encima del hombro. Mientras asumía que tenía que soportar el largo vuelo con el estúpido de Joshua haciéndole ojitos a la azafata, un hombre con gafas se sentó al otro lado de mí. Llevaba un peinado clásico y peculiar: el típico calvo con tres mechones de pelo. Su calva brillaba de forma extraordinaria. —Disculpe, señor.— El hombre me miró por encima de la montura de sus gafas. —Señor Pernos para usted, señorita.— —¿ Sr. Pernos, no quiere cambiar de asiento?.— —No, señorita.— —Lo siento, ha sido un poco grosero, ¿no?.— Joshua intervino en la conversación tendiendo la mano al señor Pernos. —Joshua Summer. No te preocupes por mi amiga. Es una retrasada innata. —Entiendo —respondió el hombre, creyendo en las palabras del idiota. —Perdón, ¿me estás llamando retrasada?— —No, señorita, sólo intentaba ser amable con su amigo.—intervino el señor. —No es mi amigo.— —Entonces, ¿qué son? —Me miró de forma extraña, algo intensa, diría yo. —Compañeros de trabajo, aunque eso también es de dudoso, ya que los compañeros trabajan en equipo y el señorito no —respondí rápidamente. —Me ocuparé de su situación… Los dos. —Levantó las palmas de las manos en nuestra dirección. —¿Y cuál es esa situación, si se puede preguntar? —Joshua arqueó el cuello para dirigirse al enigmático hombre, que dudó un momento antes de responder. Cuando se decidió a hablar, lo hizo con tal vehemencia que sus palabras parecían una verdad universal. —Todavía no lo saben, pero su situación es especial y lo descubrirán por ustedes mismos, por su cuenta, en muy poco tiempo. —¿Es usted adivino? —dije con una risita. Me miró muy seriamente, y respondió: —Sí, efectivamente.— —El señor Pernos abrió un libro que tenía en su regazo, y la conversación terminó, dejándonos a ambos intrigados por su presencia y su sintomático misterio. Miré a Joshua y por consiguiente al señor Pernos, este dibujó un círculo en el aire con el dedo cerca de su sien. —Un tonto es aquel que hace cosas tontas—dijo. I nunc amit me te amare simul, quone sicerit in me ex caritate , repitió como un conjuro. Se le habrá zafado un tornillo a este hombre pensé —¿Qué crees que quiso decir? —pregunté, acercando mi boca al oído de Joshua para bajar la voz. Un poco de su aroma invadió mis fosas nasales y sentí que llegaba a una parte oculta de mi cerebro, activando un engranaje que no se ajustaba a la situación. Frené de golpe y me reprendí a mí misma. Joshua era un idiota, y yo estaba enfadada con él. —Creo que quiso decir que tú y yo.— Formó un círculo con el pulgar y el índice de la mano derecha, y luego lo recorrió con el índice de la mano izquierda. Haciendo un gesto vulgar de penetración con los dedos. —¡Eres un puerco! —le di un codazo que debió dolerle—. No creo que el Señor haya querido decir tal cosa.— reproché indignada. Se echó a reír, echando la cabeza hacia atrás de forma encantadora. Odiaba encontrar su risa encantadora, incluso si era un imbécil. Pero Joshua me provocaba una especie de reacción incongruente: quería darle un puñetazo contra la pared (la mayor parte del tiempo), y quería darme un puñetazo a mi misma por sentirme atraída a él y eso era algo que me enfureció aún más. Ni siquiera me entendía a mí misma. —¿Por qué no repasamos la agenda? —dije cambiando de tema y dejando de lado esos pensamientos inapropiados sobre mi colega. —Lo conoces de memoria..—dijo él. —Eso no es cierto.—mentí . —Estoy seguro de que lo sabes.— afirmó Gruñí en voz baja porque tenía razón, pero de todos modos saqué mi iPad del bolso. Encendí el aparato y abrí la agenda para revisar por enésima vez. El circuito de presentación del proyecto iba según lo previsto y seguiría haciéndolo mientras me asegurara de que mi compañero no se mezclara en aventuras nocturnas y echara a perder las cosas.
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