Cuando el dolor pasó y volvió el calor del deseo, provocado por sus caricias, Herman empezó moverse lentamente en mí, enviando olas de placer por todo el cuerpo. Con una mano me agarraba por las caderas, con la otra apretaba el pecho, torturando mi pezón duro entre el dedo grande y el índice. Todo parecía a una guerra donde nadie quiere rendirse o ganar. La lucha de dos cuerpos encendidos en el poder del deseo animal. Mi orgasmo estaba cerca y él lo sintió, me quito la venda, atrapando mi mirada nublada de lujuria y aumentó el ritmo. - ¡Mírame Tina! Soy yo quien te da este placer. Recuérdalo. La inmensa aura de su oscuridad me absorbía junto con el aroma del cítrico y cedro. Su aroma. Estaba sumisa. La mente estaba envuelta en la niebla venenosa. Las paredes de mi v****a se estaban comp