Jonathan
—Lo tenemos —dice Gabriela al ingresar con rapidez a mi oficina.
Quito los audífonos de mis oídos y bajo los pies del escritorio para sentarme derecho, esperando el momento en que me explique bien mi próximo trabajo. La guapa morena se mueve frente a mi escritorio con ansiedad, mientras se dedica a jalar de su largo cabello castaño con notorio nerviosismo.
—Necesitan un director creativo, John. Es un trabajo que involucra mucha disciplina, creatividad y liderazgo —la observo ladear la cabeza, sus ojos marrones me miran en busca de un atisbo de nerviosismo de mi parte.
Al final, opto por sonreír con los labios apretados y asentir con la cabeza. Por supuesto que estaba cagado del susto, pero, no iba a demostrárselo; no sabía nada acerca del trabajo que se hace en una agencia de publicidad, pero, sabía que debía ingresar a la agencia de la coreana de algún modo, y qué mejor manera si era a un puesto donde tendría que estar lado a lado con ella.
—Tengo todo el día para aprender, Gaby. Confía en tu mejor hombre —le guiño un ojo, a lo que ella sonríe con seguridad.
—Sabía que podía confiar en ti —coloca su tableta sobre mi escritorio y se inclina para comenzar a señalar el documento que mantiene abierto—. Aquí está todo lo que tienes que saber sobre Suni Kan y su agencia; sus gustos, sus miedos, su familia, su forma de trabajar… estúdiatelo bien que debemos de ser capaces de dar un buen resultado a nuestro cliente.
Levanto una ceja y sonrío.
—Te ha pagado bien, ¿Verdad?
—Por supuesto, estos coreanos están bañados en billete —arguye al echarse a reír—. Mañana irás a la entrevista, Liam se está encargando de realizar tu hoja de vida, donde se mencionará la experiencia que tienes como director creativo —sus pupilas marrones vuelven a enfocarme, era como si con una simple mirada pudiese decirme que tengo prohibido cagarla—. John, deja de irte de fiesta los fines de semana, si no, esta mujer es capaz de sacarte a patadas de su agencia en dos segundos, ¿Queda claro?
Llevo una mano a mi frente y hago un saludo militar.
—Señora, sí señora —digo en respuesta, lo que ocasiona que ella ponga sus ojos en blanco.
Se endereza y comienza a caminar hacia la salida, moviendo sus caderas, me es inevitable no fijarme en lo bien que resalta su trasero en la falda gris que lleva puesta, lo que hace que me eche a reír.
—Ese gimnasio te está poniendo rebuena, Gaby, solo mira el trasero que tienes —menciono, lo que hace que ella se gire para mostrarme su dedo medio.
(…)
Justo cuando se aproxima un nuevo trabajo, es cuando la ansiedad me controla, lo que hace que tome innumerables tazas de café para lograr tomar el control de mí mismo. Me considero una persona segura y muy capacitada, más por la gran facilidad que poseo de aprender rápido; aún así, me era inevitable no llegar a sentir un pequeño ataque de nervios ante la posibilidad de ser rechazado, a pesar de que siempre he logrado mi objetivo en el primer intento.
Me paso la mañana aprendiendo todo sobre Suni Kan. Le gusta el café latte en las mañanas, acompañado de una porción de pastel de zanahoria, trabaja hasta quince horas al día, lo que me provoca un terrible malestar estomacal al saber que en realidad esa mujer estaba matándose. Es perfeccionista —qué novedad— pienso; le encanta la nieve, además de que antes disfrutaba sentarse frente al gran ventanal de su condominio, en compañía de una copa de vino para dedicarse a mirar durante horas, la forma en que Toronto se ilumina al anochecer. Arqueo una ceja y sonrío; ¿En serio aquella mujer era todo lo que describió su hermano? Si en realidad parecía ser una chica soñadora y hasta romántica.
Levanto la mirada de la tableta en cuanto escucho la puerta al ser tocada.
—Adelante —murmuro, al dejar la tableta a un lado.
—Tengo lista tu hoja de vida —farfulle Liam al entrar sosteniendo un maletín en sus manos—, además, creo que vas a necesitar esto, he escuchado que habrá mucha competencia.
El rubio coloca el maletín sobre el escritorio y se apresura a abrirlo, para luego sacar una camisa junto a una gorra con la descripción y el logo de: Exterminador de ratas, lo que hace que suelte una carcajada.
—¿En serio? ¿Tengo que eliminar la competencia?
El alto sujeto se encoje de hombros al regresar todo a su lugar.
—Son órdenes de Gaby, al parecer no confía plenamente en tus facultades como director creativo.
Pongo los ojos en blanco mientras me dedico a tomar el maletín y la carpeta que me ha dejado.
—¿Qué harás el fin de semana? He escuchado que en Hanla’s Point habrá un festival de nudismo.
Hago una mueca al dedicarme a negar con la cabeza.
—No, hermano. El nudismo no va conmigo, ¿Cómo crees que vaya a humillarte al permitirte que veas mi gran amigo?
El rubio se echa a reír mientras se dedica a mostrarme su dedo medio.
Liam Black era un buen tipo. Es el que siempre se ha encargado de hackear los datos en la web para alterar nuestras hojas de vida, es uno de mis grandes compañeros de fiesta, aunque, debía de admitir que el hombre tenía gustos muy extraños, como lo era visitar algunas partes de las playas nudistas de Toronto, o el gusto por hacer tríos, cosas que sin duda alguna ya no eran de mi agrado, por más que me gustase divertirme.
—Bueno, yo si iré a ver muchos pechos.
—¡Diviértete! —es lo último que le digo antes de que termine por desaparecer de mi oficina.
(…)
Esa noche prácticamente no logro dormir, pues me dedico a estudiar todo lo necesario para ser un buen director creativo. Me levanto cerca de las seis de la mañana para salir a correr y poder despejar mi mente, la cita era a las ocho de la mañana, por lo que, debía de tener el tiempo suficiente para lucir presentable.
A las siete y treinta, subo a mi camaro descapotable color rojo, un clásico del sesenta y nueve que heredé de mi padre antes de que muriera de cáncer, por lo que ahora se había convertido en mi mayor tesoro al ser lo único que conservaba de él, a pesar de ciertos problemas técnicos que solía darme.
Cuando estaciono en la agencia, es cuando comienzo a sentir como mis manos hormiguean; había escuchado tantas cosas negativas acerca de esta mujer, que justo ahora incluso lograba intimidarme sin siquiera haberla conocido. En cuanto trato de ingresar al edificio, el portero se detiene frente a mí, impidiéndome avanzar.
—No puedo dejarlo entrar, señor. No tiene credencial de la Agencia.
—Oh, es que aún no soy parte de la agencia —alargo, al extender mi mano derecha en su dirección—, soy Jonathan Sanders, vengo a una entrevista de trabajo para convertirme en el nuevo director creativo de la agencia.
El hombre moreno y regordete me mira con curiosidad, levanta una ceja en mi dirección y luego acaricia su barbilla. Aquella mirada cargada de tranquilidad me recordaba la de mi padre, por lo que, ahora sabía que ese portero de mediana edad iba a llegar a caerme bien.
—¿Seguro que eso es lo que quieres, hijo? Veo que eres una persona buena y hasta sensible; este trabajo no es para ti —se gira para comenzar a buscar en su tableta mi nombre—. Sí, está en la lista de los postulantes, pero, insisto. Aún estás a tiempo de escapar.
Le dedico una pequeña sonrisa manteniendo mis labios apretados y asiento con la cabeza hacia él.
—Necesito el trabajo, pero, gracias por su recomendación —discrepo, para después caminar hacia el ascensor.
Subo hasta el octavo piso, el cual era el sitio donde iban a realizarse las entrevistas. Me acerco al escritorio de una chica rellenita y pelirroja, quien se encuentra tan concentrada en su computadora que no se percata de que me he acercado a ella. Dirijo mi mirada a todo el piso, hay muchos cubículos donde hombres y mujeres estaban prácticamente pegados al monitor, todos en completo silencio, incluso, si no viese la forma en que sus dedos se movían contra el teclado, casi pensaría que han muerto.
—Disculpa —le hablo a la pelirroja, quien deja de ver su pantalla para prestarme atención—, vengo a una entrevista de trabajo, ¿Podrías ayudarme?
Sus ojos azules me miran con curiosidad, la observo acomodar sus enormes anteojos en el puente de su nariz para después volver a concentrarse en su pantalla.
—Al fondo a la derecha, abre la puerta color marrón; es ahí donde esperan los postulantes a que la jefa los llame.
—Gracias —digo, a pesar de que no recibo respuesta de su parte.
Aprieto el portafolio mientras comienzo a caminar a paso seguro en dirección de la puerta que ha mencionado. Un horrible malestar se instala en mi pecho al dedicarme a mirar una vez más a todos en el piso, esas pobres criaturas casi pasaban como robots siendo controlados con control remoto. Definitivamente ahí me necesitaban, y no iba a descansar hasta poder ayudarlos.
Me detengo frente a la puerta, antes de entrar, me quito el saco y abro el portafolio para colocarme la camisa y gorra de “exterminador de ratas”, guardo mi saco en lugar del otro uniforme y luego termino de ingresar.
Cierro tras de mí y me detengo a observar detenidamente a mis rivales. Son cinco mujeres y un hombre, todos se encuentran tan concentrados en sus teléfonos celulares, que ni siquiera se percatan de mi presencia. Por lo que, aprovecho para agacharme y así hacer que busco algo bajo la mesa rectangular.
—¿Qué está haciendo? —pregunta una chica, ni siquiera me detengo a mirarla, solo respondo:
—Soy exterminador de ratas, me han contratado para eliminar la plaga de este edificio.
—¡Ratas! —gritan unas mientras prácticamente se echan a correr hacia la salida de la sala.
Suelto una carcajada a la vez que me enderezo. He quedado solo, por lo que, me doy prisa en quitarme la ridícula camisa para volver a ponerme el saco. Niego con la cabeza mientras me siento a esperar.
¿En serio esos eran profesionales? Joder, ni siquiera se detuvieron a pensar en el por qué no llevaba ningún artículo para matar ratas. Suspiro con lentitud al sentir la tranquilidad de no tener competencia.
Diez minutos después, la puerta vuelve a abrirse, revelando la silueta de una baja y blanca mujer, vestida con un pantalón de vestir ajustado de color n***o, una camisa blanca y un saco del mismo color de su pantalón. Lleva su liso y oscuro cabello suelto, lo que incluso la hace lucir mucho más joven. Me es inevitable no dedicarme a observar su rostro, tiene una expresión tan tierna y adorable incluso con su nariz roja, ante lo que parece ser un resfriado, que se me hace imposible poder creer que me encuentro frente al mismo diablo.
—¿Solo es usted? —pregunta, su voz escuchándose ronca, probablemente a causa de su enfermedad.
—Sí. Soy solo yo. Lo que es suficiente —digo con seguridad—, supongo que el trabajo es mío, ¿Verdad?
La observo apretar sus labios mientras levanta una ceja.
—Eso está por verse —farfulle para después sentarse frente a mí.