Estás despedida

1713 Words
Suni Kan —Suni, ¿Me puedes explicar qué es lo que estás haciendo? Escupo el enjuague bucal con el que hacía gárgaras desde algunos segundos atrás y levanto la mirada para ver a mi hermano a través del reflejo del espejo. —¿Qué más crees que hago? —respondo a su interrogante con otra, lo que hace que voltee sus pequeños ojos con molestia—, solo me preparo para ir a la agencia, es martes y tengo que trabajar. Lo noto fruncir sus labios a la vez que cruza los brazos a la altura de su pecho. Su lacio cabello n***o se veía algo despeinado, y sus pequeños ojos se notan mucho más diminutos de lo normal, lo que me indica que probablemente acababa de despertar. —No, no irás hoy. Ladeo la cabeza sin pretender girarme para enfrentarlo, si no más bien, tomo un pañuelo desechable y me sueno la nariz. Luego abro el cajón donde se encuentra el botiquín de primeros auxilios y tomo el termómetro para poder comprobar que mi temperatura esté normal. Suspiro con alivio al darme cuenta de que se encuentra en 36 grados. Desde la tarde de ayer me había comenzado a sentir mal, me la pasé destornudando todo el rato que estuve en la oficina y, al llegar a la casa para darme un baño, había comenzado la fiebre; Jung se la había pasado cuidándome gran parte de la noche, colocando pañitos de agua fría sobre mi frente mientras me probaba la temperatura a cada cierto tiempo, insistiendo en que debía de ir al hospital, cosa que no hice; yo no era el tipo de persona que iba a buscar ayuda médica por un simple resfriado, eso era para los débiles y yo estaba lejos de serlo. —Llamé a la Agencia e indiqué que estás enferma y que hoy no vas a presentarte —insiste, mientras relaja su expresión—, Adriana se hará cargo de dirigir la agencia hoy. Suelto una risa sarcástica a la vez que niego con la cabeza. —¿Dejar mí agencia en manos de alguno de esos ineptos? ¡No, gracias! —Suni… hermanita —deja salir lentamente la respiración en un pobre intento de no frustrarse—, yo iré a ver qué andan haciendo, pero por favor… tú regresa a la cama para que termines por recuperarte, mañana te presentarás otra vez. Lleva sus manos hasta mis hombros y comienza a moverlas en un pequeño masaje a la vez que trata de hacerme girar para obligarme a salir del baño. Quito sus manos y hago una mueca mientras me giro para enfrentarlo. Jung era lo suficientemente terco como para no rendirse cuando algo se le metía a la cabeza, lo que al final hacía que termináramos peleados tras oponerme en hacer su santa voluntad; yo era una chica indomable, ni siquiera mis padres lograron controlarme, mucho menos iba hacerlo mi hermano menor o alguna otra persona. —Jung, te amo —farfullo, dedicándole una fría mirada—, pero voy a ir a la agencia y no habrá poder humano que pueda impedirlo. —¿Haz visto como tienes la nariz? ¡Pareces Rodolfo el reno, mujer! Pongo los ojos en blanco mientras trato de pasarle, lo que él evita con facilidad gracias a que es mucho más alto que yo. Vuelve a colocar sus manos sobre mis hombros, suspira con lentitud y vuelve a mirarme con una expresión de súplica. —He visto las noticias, nevará en cualquier momento. Si sales así, lo que ocasionará es que el resfriado afecte mucho más tus defensas, lo que es peligroso porque terminarán por hospitalizarte. Levanto las cejas evitando reírme en su cara ante su pequeño intento de querer impedir que salga del condominio, me inclino levemente para ver a través del ventanal de mi habitación y es ahí donde me río al presenciar un resplandeciente sol, acompañado de un cielo completamente despejado. —Sí, ya veo que nevará en cualquier momento —tomo sus manos con delicadeza y las aparto de mis hombros—, llega al medio día y almorzamos juntos, ¿Te parece? —le propongo, tratando de no hacerlo sentir del todo mal, a lo que al final termina por asentir. Me pongo de puntillas y beso su mejilla para después caminar en dirección de mi cama y tomar mi bolso—, te amo, Jung —concluyo para después salir de mi habitación con rapidez. En cuanto bajo las escaleras, me encuentro con Rous, la chica que se encarga de la limpieza del lugar, ella se encuentra limpiando las paredes de cristal que dan una agradable vista al centro de Toronto. Tiempo atrás, cuando me quedaba un poco de tiempo, solía sentarme en el sofá de cuero blanco, tomando con lentitud una copa de vino, para pasar ratos viendo las luces de la ciudad en cuanto el sol se ocultaba. Ahora ni siquiera sabía qué se sentía hacer eso, mi agencia cada vez avanzaba más, por lo que me exigía a mí misma dar más por ella para que fuese la agencia de publicidad más importante de todo Canadá. Mucho me había costado ganar ese lugar en medio de tantos empresarios del género masculino que jamás creyeron en que una pequeña asiática iba a ser capaz de llegar tan lejos como para distraerme con pequeñeces como lo era ver un tonto amanecer. —Rous, desinfecta bien mi habitación y abre las puertas del balcón para que se ventile —le mando. La alta pelirroja me mira sobre su hombro y asiente enseguida. —Por supuesto, señora. Termino por llegar a las puertas del elevador mientras reviso la hora en mi teléfono, lo que me hace gruñir con molestia al ver que Jung había logrado quitarme diez minutos de mi valioso tiempo. (…) —Señora Kan, pensé que no se presentaría —me indica el portero del edificio donde se ubica mi agencia, lo que me hace poner los ojos en blanco al percatarme que probablemente todos estaban festejando mi “supuesta ausencia” —No estoy enferma de gravedad, Smith. Puedo hacer mi trabajo —le dedico una dura mirada y hago un gesto con su mirada—, lo que usted debería de estar haciendo en este momento. —¡Oh! ¡Disculpe, señora! Tomaré mi puesto enseguida —afirma mientras prácticamente corre para detenerse al lado de las puertas eléctricas donde debía de pedir la autorización de cada persona que visitaba la agencia. Entro al elevador y toco el número diez, sintiéndome ansiosa para que ese dichoso aparato se diera prisa, necesitaba estar ya en mi oficina para revisar lo que no pude concluir el día anterior. En cuanto las puertas del ascensor se abren, me detengo para ver la forma tan relajada en la que se encontraban cada uno de los redactores y diseñadores en sus cubículos. Había algunos pequeños grupos en determinados cubículos, riendo a la vez que tomaban de forma placentera una taza de café. Adriana, la directora creativa se encontraba en medio del pasillo de espaldas a mí, hablando con German, uno de los redactores. Camino hacia ella para ver qué carajos es lo que pasaba ahí, pero me detengo al escucharla hablar de una forma que jamás lo había hecho. —Trabajar sin esa bruja es el paraíso —murmura, dejando salir un lento suspiro de alivio—, es como estar de vacaciones —levanto una ceja y cruzo los brazos a la altura de mi pecho. En cuanto German nota mi presencia, le hago un gesto para que haga silencio. El hombre suelta una risilla llena de nerviosismo, pero vuelve a enfocarse en su compañera de inmediato. —Tampoco es que sea tan mala —farfulle él, a lo que ella suelta una carcajada. Veo a mi alrededor, tuerzo una sonrisa al ver como mágicamente todos habían vuelto a trabajar, completamente concentrados en sus computadoras, haciendo como si mi presencia no les molestase en lo absoluto. —Bromeas, ¿Verdad? Si trabajar con esa mujer es como estar en el infierno —se cruza de brazos y levanta los hombros—, ojalá se enfermara más seguido, yo puedo hacerme cargo de sus estúpidas cosas, tampoco es que hace mucho. —Adriana… —No, si es que ni siquiera sé como es que la aguanto, ¡Me trata como si fuese su estúpida asistente personal! Debería de echarle algo a su café de vez en cuando para que vaya a su casa y nos deje en paz. —La que se va para la casa ahora, eres tú —suelto de inmediato, logrando que prácticamente mi ex directora creativa, se paralice. Se gira con lentitud, su labio inferior tiembla sin parar mientras que su rostro palidece de inmediato. —Señora —susurra, dedicándose a ver a su alrededor, buscando apoyo en alguno de sus compañeros—, yo… yo no quise decir algo como eso. —Recoge tus pertenencias y pasa por mi oficina. Estás despedida —afirmo, sin permitirle a que me diga alguna estúpida excusa—, y que quede claro que no te despido por decir que soy una bruja o que debería de enfermar más seguido; lo hago por el simple motivo de que no estás haciendo tu trabajo y que además, permites que tus compañeros tampoco lo hagan. Me dedico a mirar a todos a mi alrededor, quienes de pronto me dedican una mirada cargada de horror, esperando quizás a que los despida a ellos también. —¡Vuelvan a sus deberes o le harán compañía a Adriana de inmediato! —grito, antes de mirar a German quien aún continúa paralizado—, y tú, pon un anuncio en internet para encontrar un nuevo director creativo a la máxima brevedad. —Sí señora —musita antes de echarse a correr hacia su lugar de trabajo. Le dedico una última mirada a la chica, quien ahora ha comenzado a derramar lágrimas sin poder contenerse. Hago una mueca de disgusto antes de continuar mi camino hacia mi oficina. —Ahórrate tus lágrimas, mejor ve y llórale a tu abogado. Yo me quedaré esperando la demanda de tu parte para acabarte con los míos. 
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