—No puedo seguir con esto —es lo primero que digo en cuanto me adentro a la oficina de Gabriela. La castaña deja de revisar su tableta y levanta su mirada para observarme fijamente. —Hola, Jonathan. Hace mucho que no vienes por acá. ¿Terminaste tu trabajo? Niego con la cabeza, dedicándome a hacer una mueca. Aquel maldito nudo continuaba instalado en mi garganta desde hacía horas, no había forma de que pudiese arrancarlo, lo que me estaba volviendo loco. —Gaby, no puedo. Renuncio —digo con seguridad, al mirarla fijamente para que viera que no estaba bromeando—. No puedo seguir, me enamoré de ella… y lo peor de todo es que me he dado cuenta de que la quiero tal y como es, ella es perfecta así, gruñona, malhumorada. Ella no tiene que cambiar nada —abro los brazos y los dejo caer a mis cos