Trago saliva con fuerza al encontrarme bajo el escrutinio de una mirada dura y amenazante. Ella deja la copa de vino a un lado del sofá y se levanta, camina y se detiene frente a mí, dedicándose a cruzar los brazos a la altura de su pecho, lista para enfrentarme. —¿Por qué parece ser que me conoces más de lo que te he dicho? —pregunta al ladear la cabeza—. Dime ahora mismo quién eres y por qué carajos te apareciste en mi vida hasta lograr poner todo de cabeza en pocos días —parpadeo en varias ocasiones, tratando de encontrar palabras adecuadas para poder ocultar la amarga verdad que me alejaría de ella—. ¿Quién te pidió que te acercaras a mí? ¿Acaso alguien te pagó para que me sedujeras? —¡No! —me apresuro a decir, mi pecho subiendo y bajando con rapidez ante la maraña de nervios que se