Suni
Jonathan tiene que irse.
Es la frase que me repito mientras me dedico a conducir hacia mi casa. Acababa de contratarlo, ni siquiera había visto su forma de trabajar, pero, ahora no me quedaba ninguna duda de que ese hombre debía de salir de mi agencia lo más pronto que fuese posible.
Si se había atrevido llevarme la contraria apenas haber firmado, no quería imaginarme lo que pasaría si le permito continuar. El bastardo prácticamente se aprendió cada línea de lo que dice el contrato, de eso ahora no me quedaba la menor duda, él sabía perfectamente a qué tipo de agencia pretendía entrar, por lo que, venía preparado.
Inflo los cachetes y suelto lentamente la respiración mientras espero que los portones eléctricos del condominio se abran. Eran cerca de las diez de la noche, por lo que, solo deseaba ir a darme un baño para meterme a la cama, mañana tendría un día muy importante, comenzando por la reunión con el dueño de un famoso restaurante de comida italiana que estaba solicitando nuestros servicios, una de las razones por las que me había apresurado a contratar un nuevo director creativo, por lo que, al ver la hoja de vida de ese hombre no dudé en contratarlo, cuando debí de haberlo puesto a prueba, aunque sea unos días.
Entro al elevador y me apoyo a una de las paredes en espera a que me deje en el piso superior. Cierro los ojos y me relajo, todo mi cuerpo palpita del dolor gracias al cansancio acumulado, además a causas del maldito resfriado que se negaba a abandonar mi cuerpo. Cuando llego al living, apenas y puedo arrastrar los pies para terminar por tirarme al sofá, apoyo mi cabeza contra él y me quedo observando por algunos segundos lo hermosa que se ve la ciudad al llenarse de luces. Tuerzo una sonrisa, al darme cuenta de que hacía muchísimo tiempo no hacía eso, cuando antes era una de mis actividades favoritas. Cierro los ojos y me relajo, al punto que, en segundos me quedo dormida.
—Suni —la voz de Jung se escucha a lo lejos mientras siento como me sacude por los hombros con suavidad—. Suni, ven. Te llevo a tu habitación —mi hermano menor insiste, a la vez que trata de ayudarme a levantar.
Abro los ojos con lentitud, él está inclinado frente a mí observándome con preocupación. Mi hermano de veintiocho años niega con la cabeza mientras arruga su frente levemente.
—Eres necia, ¿Qué no te das cuenta de que te estás matando? —cuestiona con enojo—. Por Dios, mujer, tienes que cuidarte más.
Tomo su mano y me levanto, ignorando sus reclamos de siempre.
—Estoy bien, solo necesito dormir —digo en respuesta al encaminarme hacia las escaleras.
—¿Estás bien? ¡Ni siquiera puedes hablar! ¡Solo mírate, maldita sea! Debiste de haber ido a un médico desde hace tres días.
—Jung, métete en tus asuntos y déjame a mí en paz; tú atiende tus negocios, que yo me encargo de los míos.
Lo observo fruncir los labios mientras tira de su liso cabello hacia atrás, me inclino para quitarme los tacones a la vez que espero a que siga descargando toda la rabia que le ocasiono a diario.
—Por favor… ve mañana al médico y juro que te dejaré en paz. Si no, tendré que llamar a papá y a mamá para decirles sobre lo irresponsable que estás siendo con tu salud.
Pongo los ojos en blanco.
—Uy sí. Mira el miedo que le tengo a nuestros padres —digo con sarcasmo. Comienzo por caminar hacia las escaleras, ya dando por terminada aquella conversación—. Tengo un nuevo director creativo al cual debo de despedir, no tengo tiempo para estupideces. Ese resfriado se va solo —termino por decir.
(…)
Al llegar a la agencia, voy completamente decidida a despedir a Jonathan Sanders, su insolencia en el primer día me sacó de quicio por lo que, no iba a permitir que le recitara el maldito contrato a cada uno de los que trabajan para mí. Pero, en cuanto las puertas del ascensor se abren, me detengo al verlo hablar con uno de los redactores.
—Eso es un gran trabajo, Priscila. Pero, siento que este diálogo puede mejorar —le comenta al señalar la pantalla de su computadora.
—¿En serio? Pero Adriana me dijo que estaba bien —le responde la pelinegra.
—No he dicho que está mal, solo que puede mejorar. Léelo y te darás cuenta que hay algo que no encaja con la línea en la que la chica mencionará el nombre de la bebida.
Cruzo los brazos a la altura de mi pecho al ver a Priscila reír mientras se disculpa por su posible falta de coherencia en su trabajo. Jonathan se endereza y choca los cinco con ella a la vez que le dedica una pequeña sonrisa, ver dicha escena me hace volver a plantearme la decisión que traía, ¿Acaso debería de darle una oportunidad?
—Jonathan, a mi oficina —ordeno a la vez que camino con seguridad hacia mi sitio de trabajo.
Cierro tras de mí y me dirijo a mi cómoda silla, me siento tras el escritorio para comenzar a encender mi laptop. Unos segundos después, el alto castaño entra cargando un café latte y un trozo de pastel de zanahoria, lo que me hace levantar una ceja al ver que probablemente ahora trataría de lavarme el cerebro al traerme mi desayuno favorito.
—Ahórrate tus regalos que conmigo no funcionan.
Sus pupilas marrones me enfocan por breves segundos antes de observar el café y el pastel en sus manos.
—¿Esto? ¡Ah! Es para mí, iba a desayunar, pero, como me has llamado me lo traje para comerlo aquí. Pero si lo quieres te lo regalo, no me molestaría ir a comprar otro.
Hago un gesto despectivo con mi mano para restarle importancia, cuando en verdad me siento un poco avergonzada al suponer que me había traído el desayuno.
—No, no —digo, al ni siquiera saber qué más decir—. Pero que quede claro que aún no es tu tiempo de desayuno —me levanto mientras me dedico a buscar el documento que iba a entregarle.
—Bueno, el contrato menciona que puedo tomarlo siempre y cuando no deje de hacer mi trabajo —alarga, para luego tomar un largo trago de su café sin dejar de mirarme—. Al estar aquí sigo trabajando, y mientras la escucho puedo tomar mi desayuno.
Acerco mi antebrazo a mi boca en cuanto siento la necesidad de destornudar.
—Salud —farfulle él, después de que dejo salir un bullicioso estornudo—. ¿Qué no debería de ir a un hospital?
Se acerca a mi escritorio y coloca su desayuno a un lado mientras se inclina para poner su mano sobre mi frente. Lo miro con el ceño fruncido ante su descaro, a la vez que alejo su mano de mi frente.
—Está ardiendo, Suni. En serio, creo que lo mejor es que la lleve a ver un doctor.
—Usted aquí no es nadie para que trate de decirme qué es lo que tengo que hacer —refunfuño, al observarlo con dureza—. Y por favor, ¡Deje de tutearme!
—Vas a disculparme, pero no hay ninguna cláusula en el contrato que me ordene a que la llame como jefa o señora —cita al cruzar los brazos a la altura de su pecho a la vez que levanta una ceja de forma arrogante.
—El contrato, el contrato, el contrato —repito al comenzar a hartarme de que me lo esté mencionando a cada instante—. ¿Acaso se aprendió el puto contrato de memoria?
—La verdad es que sí —asiente, al señalar su cabeza—. Tengo memoria fotográfica.
—¡Lo que me faltaba! —exclamo al dejarme caer a mi silla giratoria.
Si eso era así, entonces el bastardo ya sabía que no podía despedirlo antes de que se cumplieran las doce semanas, las cuales se tomaban para valorar su trabajo y ver si era una persona apta para la empresa; ¿Para qué iba a perder mi tiempo al tratar de despedirlo entonces? Gruño, al negar con la cabeza. Jonathan Sanders se estaba convirtiendo en un completo grano en el culo.
—Tenemos reunión en treinta minutos, y será mejor que ya no tenga ese maldito café en la mano —mando, para después hacerle un gesto con la mano para que se retire.
—En treinta minutos comienza mi descanso de quince.
—¡Jonathan, basta! —golpeo el escritorio con ambas manos mientras me levanto otra vez—. Este es tu primer día, ¿No puedes simplemente presentarte a la maldita reunión sin recitarme el estúpido contrato que has firmado?
Lo observo sonreír, lo que me hace pensar que el sujeto en realidad estaba divirtiéndose al hacerme enojar. Cierro los ojos y suspiro con lentitud, al darme cuenta una vez más sobre el grave error que cometí al haberlo contratado. Tal parecía que este imbécil no era tan fácil de dominar a como todos los demás, incluso, parecía ser que ni siquiera me tenía un poco de miedo, lo que se me iba a dificultar hacer con él lo que quisiera.
—Por esta vez, lo haré. Pero por favor, no vuelva a programar reuniones en mis tiempos de descanso, porque si no, no contará con mi presencia —advierte, como si él fuese el jefe.
Vuelve a inclinarse sobre el escritorio, acercando su rostro tanto al mío, que incluso puedo notar que sus ojos en realidad no son cafés, es una mezcla entre gris y verde, lo que los hacía ser verdaderamente únicos, además de que se le sumaban sus gruesas pestañas.
—A pesar de que esa nariz te hace ver como Rodolfo el reno, hoy luces hermosa, por si nadie te lo ha dicho —menciona, para terminar por guiñarme un ojo.
Lo observo enderezarse, sus ojos aun mirándome con intensidad, al punto que me cuesta mantenerle la mirada, se gira y camina hacia la puerta con paso seguro, levanta una mano y la mueve en señal de despedida.
—Nos vemos en treinta minutos en la reunión —termina diciendo para cerrar la puerta tras de él.