Capítulo 2

1625 Words
—si se refiere al conductor del coche que usted acaba de chocar, ese soy yo — le dice el mismo hombre con una sonrisa burlona. —¿usted, se da cuenta de lo que acaba de hacer —le pregunta Gladys muy enojada—. ¿Acaso usted es daltónico, que no puede distinguir los colores en un semáforo?; solo a usted se le ocurre detenerse con la luz amarilla. —Oiga, señorita, usted chocó mi coche por atrás, y encima me viene a reprochar —le dice el hombre con enojo—. Me parece que usted venia dormida, y a una velocidad inconveniente. —No venga usted a darme clases de manejo; cuando uno va a trabajar tiene que darse prisa —exclama ella más acalorada—; si usted salió a pasear en su coche, no debería tomar el canal rápido, para no detener a los que tienen cosas más importantes que hacer. —Yo tambien voy a trabajar, señorita; pero me levanto más temprano, para no tener que ir empujando los otros coches —le dice el, muy molesto—. usted me está haciendo perder el tiempo, con una discusión inútil; me voy, porque yo si tengo cosas más importantes que hacer. —Usted, no se puede ir —le dice ella muy autoritaria, alcanzándolo antes de que entrara a su coche—; tiene que esperar a que la policía de tránsito venga a levantar el choque. —Si no tiene más nada que hacer, espérelos usted; afortunadamente a mi coche no le paso nada —le dice el subiendo a su auto. —Pero al mío si le pasó; mire como se rompió todo —le dice ella sin ocultar su gran ira—. ¿Quién me va a pagar eso? —Ese no es mi problema Señorita; aprenda a manejar primero, antes de salir a la calle; que tenga un feliz día —le dice el, mientras acelera el motor, alejándose de allí. —¿Pero que se habrá creído este infeliz?, lo voy a denunciar por abusador —dice ella, hablando para sí misma. —¿Anotó el número de la placa, señorita? —le pregunta el conductor que estaba detenido detrás de su coche—; si no es así, ya no puede hacer nada; le aconsejo que se vaya usted también, porque la pueden multar por obstrucción del tránsito. Gladys miro el reloj, ocho y quince minutos; solo le quedaba un cuarto de hora para llegar al lugar de la entrevista, no le quedaba de otra, tenía que apurarse para no perderla, subió al coche, encendió el motor y se marchó, maldiciendo para sus adentros; hoy no era su día , tenía que darse prisa, pero con cuidado, no sea que se aparezca el mismo idiota atravesado en la vía. Pobre de él, si lo llego a encontrar, me lo voy a comer vivo, aunque prefiero no volverlo a ver en mi vida; con patanes como ese, era más saludable no encontrárselos más de una vez en toda la existencia. Por fin llegó al edificio de la empresa, le quedaban cinco minutos; estacionó en la acera del frente, miro su rostro en el espejo retrovisor, aún conservaba en buen estado su maquillaje, había que causar buena impresión, la primera vez era muy importante; ensayó su mejor sonrisa, tres minutos le quedaban. Bajó del coche y corrió a los ascensores, tenía que llegar al tercer piso, había mucha gente esperando por el bendito elevador; era mejor subir las escaleras. Por fin, en el tercer piso, justo a la hora —Soy Gladys Pacheco y tengo una entrevista con el gerente , justo en este momento —le dice a la recepcionista, aun jadeante por el esfuerzo de subir las escaleras. —Buenos días, Señorita Pacheco; la esperan en gerencia —le dice la recepcionista—, vaya por ese pasillo y toque la puerta donde dice Gerencia General. —Pase adelante — escucho Gladys, una voz del otro lado, cuando tocó la puerta de Gerencia; abrió la misma y pasó— buenos días señorita Gladys le estábamos esperando. Era una secretaria, la que le estaba hablando; desde un escritorio en una especie de recepción, ubicada justo al pasar la puerta; detrás había una oficina grande, aparentemente la del Gerente; tenía la puerta abierta . Me costó mucho llegar aquí —le dice Gladys— por culpa de un payaso que no sabía manejar y se me atravesó en un semáforo, no sé cómo le permiten manejar a personas como esas; son gente muy peligrosa detrás de un volante. —Parece que hoy amanecieron sueltos los locos —le comenta la secretaria—, porque mi jefe acaba de llegar muy molesto; me dijo que una vieja loca que parecía sonámbula, le hizo pasar un mal rato, porque según él estaba borracha y se quedó dormida en el volante. —Bueno, es mejor andar con cuidado para evitar que esos locos le ocasionen una tragedia en cualquier esquina de la ciudad —le dice Gladys, sonriendo. —Bien Señorita Pacheco, el gerente estuvo leyendo su currículum y está muy interesado en sus servicios; pero me lo devolvió para que lo termine de llenar; es un poco meticuloso en eso y es capaz de no darle el empleo por esos pequeños detalles, usted no respondió ahí, si es soltera viuda o divorciada. —¿Es capaz de negar un empleo por esa tontería? —pregunta Gladys, admirada— que yo sepa, el necesita es una asistente, no una mujer para casarse; me imagino que es un anciano. —Ni tanto, pero es algo maniático con los detalles —le dice la secretaria en voz baja—. Seguramente nos está escuchando. —Que pase la Señorita Pacheco, y traiga su currículum, si ya lo llenó —dice una voz desde la oficina gerencial. —Ya escuchó, Señorita Pacheco; le deseo suerte —le dice la secretaria, sonriéndole— desde ya le digo, que a él le ha gustado su perfil de trabajo. Gladys caminó hacia la puerta abierta de la oficina de gerencia; se sentía muy animada, por lo que le había comentado la secretaria —Pase y sierre la puerta —le dice el hombre sentado detrás de un gran escritorio, al fondo de la oficina, sin levantar su rostro de algo que estaba leyendo, ella se paró delante del escritorio, y entonces el levantó su rostro con una sonrisa, la cual se borró inmediatamente al reconocerla. —Esto tiene que ser una broma de mal gusto —exclama el, mal humorado— ¿usted va a seguir echándome perder el día? —No puede ser que usted sea el mismo patán que me dejo abandonada en un semáforo —exclama Gladys, con desagrado— esperaba no volverlo a ver en toda mi vida; esto no puede ser casualidad, no sé qué cosa mala pude haber hecho para merecer esto. —Usted, sí que es cara dura, además de chocar mi coche por atrás, por venir durmiendo mientras conduce, también quiere culparme por ello —le dice el muy serio—; espero que ya este despierta. —Yo no venía dormida, simplemente me fallaron los frenos —le dice ella, enojada— pero usted también tuvo la culpa por detenerse inesperadamente; y no soy ninguna vieja loca y sonámbula, creo que necesita ponerse lentes. —Supongo que esa es su manera de pedir disculpas, señorita pacheco —le dice el, sonriendo divertido—aunque es un poco extraña se la acepto; ¿ya corrigió su documento de presentación?, aunque ya no es necesario, porque usted debe ser una solterona amargada. —Creo que el amargado y engreído es usted —le responde ella molesta por la sonrisa divertida que el mantiene en sus labios— es absurdo que este pidiendo esos datos, pero si lo que usted busca es un prospecto de novia, desde ya le digo que no es mi tipo, además tengo mi novio que me satisface ; así que no sufro de amarguras. —Usted tampoco es mi tipo, señorita pacheco —le dice el, mientras sonríe, arqueando una ceja— prefiero estar solo, que tener una novia con su carácter. —Qué bueno que estemos de acuerdo aunque sea en una sola cosa — le dice ella, disponiéndose a marcharse— no perderé más tiempo con usted, no quiero perder el empleo que tengo. —Espere, señorita Pacheco; creo que nuestra relación no ha comenzado de la mejor manera, pero me gusta su perfil de trabajo, y la experiencia que tiene, aunque no me gusta su carácter —le dice el sonriéndole, mientras le extiende la mano— espero que se aprenda otra ruta para que no nos encontremos en los semáforos; la felicito, el trabajo es suyo. —muchas gracias —le dice ella, sonriendo más animada, y aceptando la mano que él le ofrecía—espero, que usted encuentre una ruta por donde no hayan semáforos. —Se ve mucho mejor cuando sonríe, Señorita pacheco —le dice el sonriéndole de manera amigable—lamento que su coche se haya averiado, repárelo y tráigame la factura, será un regalo de bienvenida —Gracias, es de valientes reconocer los errores —le dice ella muy sonreída— parece que no es tan patán como aparenta; supongo que no tendrá problemas en decirme su nombre. —Por supuesto Señorita Pacheco, mi nombre es: Gabriel —le dice el, muy animado— en una semana la espero en esta misma oficina. —Mi nombre ya usted lo conoce, señor Gabriel —le dice ella— aunque me siento más cómoda si me dice Gladys; en una semana vendré entonces.
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