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Cuando ya no te esperaba

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Blurb

Miguel, un empresario muy prospero, se enteró que tenía una hija de quince años, producto de una aventura, en un pueblo ubicado en el interior del país, muy alejado de la ciudad de caracas, donde vivía. El, ya tenía sesenta años y estaba padeciendo un enfermedad terminal, su último deseo, fue ir a conocer a su hija.

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Capitulo 1
Carmen, aparta la mirada de una revista de modas que estaba ojeando, y con una sonrisa, se queda mirando a su hijo, sabiendo porque estaba tan ensimismado, tecleando una calculadora; en ese momento, Manuel arquea las cejas, y desorbitando los ojos en un gesto de sorpresa, suelta un gran silbido de admiración. —¡No, no, no! —exclama Manuel, mirando a su madre, mientras le muestra los resultados obtenidos en su calculadora— esto es demasiado dinero, para alguien que nunca ha tenido nada. —Oye, Manuel; esa es una cifra demasiado alta, ¿acaso piensas entregarle una fortuna como esa, a una mujer, que ni siquiera sabe que Miguel le destinó esa cantidad de dinero antes de morir? —le pregunta Carmen, muy extrañada. —Tu sabes que no, madre; ni loco que estuviera yo —le dice Manuel, soltando una carcajada—; mi padre ya está muerto; se acabaron las obras de caridad, esa es una fortuna que nadie puede darle mejor uso que nosotros; ese dinero debe quedarse en nuestras cuentas, dime si estás de acuerdo conmigo. —Por supuesto que sí, hijo; tu padre definitivamente estaba loco, cuando te depositó ese dinero, para que se lo entregaras a esa muchacha; que bueno que estamos de acuerdo, porque yo no pensaba permitir que lo hicieras —le dice Carmen, muy seria— estoy segura, de que esto podemos resolverlo de una manera muy económica. »Tú eres el único que sabe dónde vive esa jovencita, de otra manera, tu padre no te hubiese dejado a ti, ese dinero, para qué te encargaras de llevárselo; el té conocía bien, y no confiaba mucho en ti, menos mal, que no tuvo tiempo de llevárselo el mismo. —Qué bueno, que más nadie sabe dónde vive, te informo que está bien lejos de aquí — le responde Manuel con una sonrisa maquiavélica—. Tu siempre tienes ideas brillantes, madre; dime en que estás pensando; cualquier idea que tengas para ahorrarnos ese dinero , será bienvenida, sabes que cuentas con todo mi apoyo. —Se me ocurre, que esa muchacha , igual que su madre, son unas muertas de hambre, Manuel; y si tú le llevas unos cuantos fajos de billetes, y se los pones en sus manos y les dices que esa fue la herencia que Miguel les dejó, ellas te firmaran cualquier documento que les presentes. —Creo que estoy entendiendo, pero explícamelo bien, madre —le dice Manuel, muy animado— ¿ qué documento será ese que tienes en mente? —Es muy sencillo, hijo; será un documento donde conste que ellas recibieron todo el dinero que tu padre les dejo; estarán muy impresionadas y ni siquiera intentaran leer lo que te van a firmar, porque apenas se estarán enterando, que el viejo que pensaba mantenerlas, se acaba de morir. —Eres brillante, madre; así cuando venga mi hermano Gabriel, podemos decirle que cumplimos con la santa voluntad de su querido padre y así nos quedamos nosotros con esa pequeña fortuna que mi padre había destinado para esas mujeres. —Has entendido muy bien, Manuel; pero el documento tendrá una dirección falsa, por si a Gabriel, se le ocurre, buscar a su hermanita, le será imposible encontrarla —le dice Carmen, muy orgullosa, de la idea que había tenido para estafar a la amante que había tenido Miguel, quince años antes —No nos conviene, que Gabriel encuentre a su hermanita, ni a la madre, porque eso nos dejaría al descubierto —le dice Manuel— además, creo que a Gabriel le queda poco tiempo de vida, con ese problema de salud que tiene; así habrá una heredera menos para compartir su fortuna. —¿En verdad, tú crees que a Gabriel le queden pocos años de vida? —le pregunta Carmen, con mucho interés— porque si es así, puedo seguir dándome esos viajecitos de placer, que no son nada económicos, sin temor a gastarme todo el dinero, que me dejo tu padre como herencia, porque pronto volveremos a heredar y esta vez solo estaremos tu y yo, como herederos. —Estoy totalmente seguro de eso, madre; me he informado bien sobre los detalles de su enfermedad, y no creo que le quede mucho tiempo de vida; a menos que consiga que alguien le done un corazón, yo por lo menos, no pienso donarle el mío; lo necesito para gastar la fortuna que él nos dejara. —Entonces, ese es un motivo más, para esconder el paradero de esa muchachita, Manuel —le dice Carmen muy entusiasmada— por nada del mundo, Gabriel debe saber dónde encontrar a su hermana. —No te preocupes, madre, estoy seguro que el tratara de buscarla, pero en la dirección que le daremos, jamás la va a encontrar, realmente, no me explico, que hacia mi padre por aquellos montes cuando conoció a esa mujer Cinco años después, en la urbanización El Valle de la ciudad de Caracas, en una mañana del mes de abril, del año dos mil diez. Una canción popular muy ruidosa, sonó en el teléfono celular, Gladys odiaba aquella melodía tan estridente, aunque ella misma la había escogido a propósito; cuando la escuchaba, su primer impulso era, lanzar el teléfono por la ventana o meterlo en un vaso con agua que siempre tenía sobre la mesita de noche, pero ni modo, era la única manera que tenía para levantarse rápido a las cinco y media de la mañana y si no se despertaba en los primeros diez segundos de estar sonando la alarma, la despertaba su madre, que tambien odiaba aquella canción, diciéndole las mismas palabras de siempre: —Vas a despertar a todo el vecindario con ese ruido tan escandaloso; hay que ver, que tienes mal gusto, Gladys. Levantando un poco la cabeza, estiro el bazo izquierdo y desactivó la alarma, luego se estiro como una gata, y se sentó en la cama, soltando un gran bostezo. Haciendo un pequeño esfuerzo se levantó, y arrastrando los pies en el piso , se metió en el baño. Quince minutos después, salió envuelta en una toalla, para comenzar a vestirse frente al espejo; veinte minutos después, estaba vestida y maquillada, lista para tomar el desayuno, que constaba de pan tostado, con mantequilla y mermelada; no había tiempo para variar el menú; cuando su madre se levantaba temprano a prepararle el desayuno, podía darse ese lujo, pero ahora ella estaba enferma, y necesitaba ganar más dinero para atender sus necesidades de salud; a las siete ya estaba saliendo en su coche. Esta era la rutina de todos los días desde que se había graduado, hacia un año, en administración de empresas, a las ocho de la mañana estaba puntual en el trabajo; hoy había pedido dos horas libres , hasta las diez de la mañana, tenía una cita, a las ocho y media, le habían enviado una oferta de trabajo desde una empresa más grande, donde le ofrecían un excelente sueldo; no podía despreciar esa excelente oportunidad que le ofrecían, como asistente de gerencia; ya había presentado la primera entrevista en recursos humanos, y hoy le tocaba ser entrevistada por el gerente, de quien esperaba ser su asistente. Una de las cosas que le habían pedido, era que fuera puntual, en eso no tenía problemas, porque ella era esclava de la puntualidad Un semáforo dañado causó que perdiera media hora, debido a la cola de vehículos que se había formado; esto ya la estaba poniendo nerviosa; hoy menos que nunca podía darse el lujo de llegar tarde. El tránsito en la ciudad de caracas, después de las siete de la mañana, era muy complicado; cruzar desde la Urbanización El Valle, hasta Bello Monte, no era cosa fácil; después que pasó el elevado de Las Mercedes, y tomó la avenida Rio De Janeiro, Gladys respiro aliviada, eran las ocho de la mañana, pero ya estaba cerca. El semáforo que le quedaba delante como a trescientos metros estaba en verde, Gladys aceleró su coche para tratar de pasarlo antes que cambiara; faltando menos de cien metros, el semáforo cambio al color amarillo, «si acelero un poco más, me da tiempo de pasarlo antes de que cambie»; el coche último modelo que iba delante de ella, frenó antes de que se efectuara el cambio a rojo; Gladys aplico el freno de su coche hasta el fondo, pero este se deslizó en el asfalto y fue a dar contra la parte trasera del coche que tenía delante. Ella, se quedó muy quieta sosteniendo el volante y con la frente apoyada sobre el mismo; «no puedo creerlo, esto era lo único que me faltaba para fastidiarme el día; creo que es el único idiota en esta ciudad, al que se le ocurre detenerse con el semáforo en amarillo y precisamente, tenía que tocarme a mí, venir detrás de él» —¿Se encuentra bien, señorita? —escucha Gladys que le preguntan, en medio del atronador sonidos de las cornetas de los coches que estaban detrás de ella—. ¿Puedo ayudarla? —Estoy bien, y no puede ayudarme en nada —le responde Gladys mal humorada, mientras trata de abrir la puerta del coche para salir—; permítame salir, que quiero ver quién es el imbécil que va conduciendo ese coche.

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